El creciente número de víctimas de las guerras de la clase capitalista de Irán en el Medio Oriente fue el catalizador del levantamiento obrero que por un par de semanas, comenzando el 28 de diciembre, estalló en 90 ciudades y pueblos del país.
Durante años el régimen capitalista del país dirigido por clérigos, ha reclutado trabajadores para luchar y morir junto a las milicias chiítas entrenadas por Teherán en Siria, Iraq, Líbano y Yemen. Buscan extender su poder militar e influencia política desde Irán hasta el mar Mediterráneo.
Las raíces de estas guerras son los esfuerzos de los clérigos para extender la contrarrevolución que llevaron a cabo en los años ochenta.
“La revolución iraní de 1979 fue una profunda sublevación social y política, y no una yihad religiosa”, explicó el Partido Socialista de los Trabajadores en su resolución política de 2005 “Su transformación y la nuestra”, reimpresa en Nueva Internacional no. 6. “Se convirtió en una profunda revolución social popular y moderna en las ciudades y en el campo, una revolución contra la monarquía pro imperialista del sha y el despotismo brutal de sus odiados agentes policiacos del SAVAK. Abrió espacio para los trabajadores y los campesinos sin tierra, para la mujer, para las nacionalidades oprimidas, para la juventud… para los comunistas. Hizo posible el florecimiento del espacio político, del debate y de la cultura que hasta la fecha están lejos de ser eliminados”.
“El peso de las figuras e instituciones religiosas se hizo mayor y más represivo como parte de una contrarrevolución política”, dice la resolución del partido, “que sofocó en nombre del islam la rebelión de los trabajadores más intransigentes de los yacimientos petroleros y las fábricas, de los campesinos en la tierra, de los kurdos y demás nacionalidades oprimidas, de las mujeres que luchaban por la igualdad, de los soldados de disposición revolucionaria, de los estudiantes y otros jóvenes, y de los comunistas más audaces”.
El PST tenía un partido hermano, en Irán llamado entonces Partido Socialista de los Trabajadores, que participó en el levantamiento revolucionario iraní.
“La fuerza y profundidad de esa revolución se manifiesta en el hecho de que el régimen burgués dominado por el clero, nunca ha podido imponer nada parecido al tipo de condiciones políticas y culturales asfixiantes como las que los talibanes infligieron en Afganistán o los monárquicos wahabíes en Arabia Saudita”, decía la resolución.
Las fuerzas clericales en Irán hicieron a un lado a las figuras políticas capitalistas más débiles, incapaces de enfrentarse a los trabajadores. Organizaron bandas de matones llamadas Hezbollah —el partido de Dios— para atacar a los trabajadores y a otros que se oponían a su dominio.
A medida que el régimen capitalista buscaba acorralar a los trabajadores dentro del país, simultáneamente actuaba contra sus rivales en el extranjero, extendiendo su influencia contrarrevolucionaria contra los trabajadores de la región. La formación del partido burgués Hezbolá en Líbano, a comienzos de la década de 1980, fue una extensión directa del grupo con el mismo nombre dentro de Irán que dirigía ataques contra las organizaciones de trabajadores y los opositores políticos.
Hoy los gobernantes iraníes utilizan los Guardias, sus fuerzas especiales Quds, Hezbolá y las milicias que financia y entrena a través de Siria e Iraq. Han estado al frente de las fuerzas que han apuntalado la odiada dictadura de Bashar al-Assad en Siria. Las milicias respaldadas por Irán ayudaron al gobierno iraquí para expulsar a los peshmerga kurdos de Kirkuk en octubre, lo que asestó un golpe a la lucha de los kurdos por sus derechos nacionales. Estas unidades armadas son ahora parte formal de las fuerzas de seguridad iraquíes, lo que refuerza la influencia de Teherán en ese país.
Las guerras fomentaron protestas
Las guerras libradas por los gobernantes iraníes en la actualidad tienen lugar décadas después de la consolidación de su dominio contrarrevolucionario. A medida que la lucha aumentaba en Siria y la dictadura de Assad perdía terreno, los gobernantes en Teherán fortalecieron a los luchadores de Hezbolá con tropas iraníes. Al principio, los clérigos dijeron poco sobre estas medidas en la prensa iraní.
Mientras aumenta el número de trabajadores cuyos cadáveres regresaban a casa en bolsas, los gobernantes de Irán erigían monumentos a los muertos en los barrios obreros donde más se sufría el impacto de las guerras. El líder supremo Ali Khamenei y personalidades militares visitaban las casas de las familias de las víctimas. El gobierno pasa anuncios en la televisión que instan a los jóvenes a “dar la vida” como parte de su esfuerzo para reclutar más carne de cañón. El antiguo alcalde de Teherán fue amenazado con un juicio el abril pasado cuando habló en contra de la intervención militar en Siria y Yemen.
Pero la oposición a las guerras de los gobernantes en la clase trabajadora creció, y fue ampliamente expresada durante las recientes protestas.
El pueblo trabajador de Irán ve la intervención iraní en Iraq, Siria y en otros lugares de manera muy diferente a la guerra contra la invasión de Irán por el régimen iraquí de Saddam Hussein en 1980, la cual contaba con el respaldo de Washington. Los gobernantes iraquíes intentaron aplastar a los trabajadores iraníes e impedirles avanzar en los logros que alcanzaron durante la revolución de 1979.
Los trabajadores en Irán vieron esa guerra como propia, exigieron entrenamiento militar y se ofrecieron como voluntarios para luchar en números masivos. La población árabe y kurda del país participó en este esfuerzo. Las movilizaciones obreras dieron brevemente un segundo impulso a la resistencia a la contrarrevolución de los clérigos. Una descripción del curso político y de la actividad del entonces llamado Partido de la Unidad de los Trabajadores de Irán — incluyendo su participación en la defensa de la revolución contra los ataques iraquíes— se puede encontrar en los artículos de Samad Sharif en Nueva Internacional no. 1.
El impacto de las guerras del capitalismo, la represión política y la repugnancia ante los valores egoístas que promueven los gobernantes siempre ha sido decisivo para impulsar la acción obrera. A medida que los trabajadores responden a las preguntas políticas, muchos se interesan en cómo derrocar el régimen capitalista.
Los gobernantes capitalistas y sus promotores meritocráticos se creen más cultos que la clase trabajadora. Comparten la opinión del clérigo de Teherán Kazem Sadighi de que los trabajadores son “basura”. Pero la clase trabajadora ha demostrado que es la clase política. Con una dirección adecuada, millones entre el pueblo trabajador se involucraron en la lucha revolucionaria y tomaron el poder durante la Revolución Bolchevique de 1917 y la Revolución Cubana de 1959.
Es esa capacidad de tomar acciones políticas lo que está detrás del levantamiento en Irán y lo que alimentará las movilizaciones obreras en el futuro.