Funcionarios de Estados Unidos y China se reunieron en Beijing del 7 al 9 de enero para negociar sobre el conflicto comercial entre los gobernantes de las dos economías más grandes del mundo. Fueron las primeras conversaciones entre altos funcionarios desde que el presidente Donald Trump y Xi Jinping de China acordaron el mes pasado una pausa en las nuevas tarifas hasta marzo.
El conflicto comercial entre Washington y Beijing pone de relieve el agudizamiento de las rivalidades entre la potencia mundial imperialista norteamericana, en decadencia pero todavía dominante, y el creciente poder económico y militar de los gobernantes chinos. Beijing se ha visto gravemente afectado por la presión de Washington.
El vicepresidente chino, Liu He, se sumó inesperadamente a las conversaciones, una expresión del deseo de Beijing de evitar nuevos aranceles de Washington, que ya aumentaron del 10 al 25 por ciento con un valor de 250 mil millones de dólares sobre las importaciones de China. Los gobernantes norteamericanos le exigen al gobierno chino que reduzca los subsidios a los precios de exportación, el fin de las transferencias forzadas de tecnología de las empresas extranjeras inversoras en el mercado chino y mayores protecciones contra el robo de propiedad intelectual.
El año nuevo comenzó con el inesperado anuncio de la empresa Apple de una baja en ventas y ganancias. El 2 de enero, el presidente ejecutivo de Apple, Tim Cook, escribió que “no supimos prever la magnitud de la desaceleración económica, sobre todo en la Gran China”, una referencia que incluye a Hong Kong y Taiwán.
De hecho, el gigante de la tecnología con sede en Estados Unidos enfrenta una fuerte competencia de las empresas chinas en el mercado de teléfonos inteligentes más grande del mundo. Una parte clave de la producción y cadena de proveedores de Apple se encuentra en China. A mediados de diciembre, los trabajadores temporales de Foxconn, un proveedor clave de productos electrónicos de Apple, protestaron para exigir el pago de bonos que les habían prometido. La protesta fue disuelta por la policía, golpeando a varios trabajadores y arrestando a otros.
La producción industrial en China ha comenzado a contraerse. Se debe en parte a que el aumento de los salarios ha forzado a los dueños de muchas industrias, como la de confección de ropa, a trasladarse a otros países en Asia, donde los trabajadores ganan menos.
El gobierno chino se ha esmerado en cambiar la economía de capitalismo de estado de dependencia en la industrialización orientada a la exportación, que sostuvo tres décadas de auge, hacia la expansión del mercado interno.
Ante las incertidumbres económicas y el aumento del costo de vida, cientos de millones en China están gastando menos. Las ventas anuales de automóviles extranjeros y nacionales cayeron por primera vez en casi tres décadas.
La deuda del gobierno chino, en gran parte como resultado de años de estímulos estatales, ha aumentado a 34 billones de dólares. Su deuda global se ha disparado a casi 250 billones de dólares, en comparación con los 173 billones de dólares al momento de la crisis financiera mundial de 2008.
Beijing había comenzado a restringir el acceso a créditos en un esfuerzo para controlar la deuda. Pero con el descenso en la producción, los gobernantes cambiaron curso y anunciaron el gasto de 125 mil millones de dólares en infraestructura, principalmente en proyectos ferroviarios, con la esperanza de estimular de nuevo la manufactura.
Los mercados de valores subieron el 9 de enero al extenderse las negociaciones comerciales entre Washington y Beijing por un tercer día. El presidente Trump twitteó que las conversaciones “iban muy bien”. Solo el tiempo dirá si los gobernantes de ambos países han logrado una tregua temporal en su contienda sobre quién emergerá como líder.