En presencia de José Ramón Fernández uno muy pronto sentía que estaba ante un ser humano de integridad extraordinaria. Su postura por sí sola lo transmitía.
Él se guiaba por las más altas normas de desinterés revolucionario, solidaridad humana y disciplina proletaria. Aún más importante, él sabía que los hombres y mujeres que dirigía eran capaces de actuar con la misma abnegación y disciplina, y él suscitaba lo mejor en ellos.
Su fortaleza no solo fue su claridad moral. Fue lo consecuente de su conducta, una trayectoria que siguió toda su vida como soldado revolucionario y después como dirigente del Partido Comunista de Cuba.
Varios de nosotros en la dirección del Partido Socialista de los Trabajadores en Estados Unidos tuvimos el privilegio de trabajar con José Ramón Fernández durante unas dos décadas en el proceso de editar tres libros. Él fue uno de los cuatro colaboradores de una pequeña joya de libro: Haciendo historia: Entrevistas con cuatro generales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.
Fue el principal autor de Playa Girón/Bahía de Cochinos, 1961: Primera derrota militar de Washington en América, un libro que contiene su testimonio en 1999 ante el Tribunal Provincial Popular de Ciudad de La Habana.
Y la colaboración de Fernández en el trabajo que produjo Las mujeres en Cuba: Haciendo una revolución dentro de la revolución, de Vilma Espín, Asela de los Santos y Yolanda Ferrer —su incansable entusiasmo y aliento— fue igualmente indispensable.
Pathfinder publica los tres libros en español e inglés, y dos de ellos se publican además en idioma farsi (persa). Se han difundido por todo el mundo, incluyendo en ferias literarias y actividades políticas desde Filipinas hasta Irán, Australia, Suecia, República Dominicana, Iraq y otros países.
Lo que nos dejó la impresión más profunda al trabajar con Fernández fue lo atento, cortés y respetuoso que era con todos los que lo rodeaban, incluidos y sobre todo los que para el mundo burgués son los “invisibles”: los hombres y mujeres que trabajaban con él como choferes, traductores, secretarios, cocineros, personal protocolar, seguridad y otros. Siempre era evidente la dignidad, el orgullo, la lealtad y la disciplina que él inspiraba a su vez.
Un ejército burgués, o una fuerza militar hecha del mismo molde, impone su mando “por normas establecidas en los reglamentos basados exclusivamente en la jerarquía y los grados”, nos dijo Fernández hace más de 20 años en la entrevista que aparece en Haciendo historia. En total contraste, en nuestro ejército, un ejército socialista, dijo, “la disciplina se logra por métodos conscientes, y los jefes tienen la autoridad por consenso de los subordinados que los reconocen, pues cada día se la ganan con su capacidad, su trabajo y su ejemplo”.
El ejército exige una disciplina muy estricta, insistió. “En eso no puede haber concesiones. Pero tiene que ser muy justo, muy humano, muy ético”.
Fernández contrastó las normas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba con las actitudes que existen entre los instructores del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, que según él eran “bestiales” y “despreciables”. Dijo que no estaba hablando solo de los jóvenes reclutas “que se han ahogado en los pantanos [durante el ‘adiestramiento’]. Hablo de los métodos denigrantes y deshumanizantes de tratar a los jóvenes. Eso es inaceptable. Es un ejemplo de la diferencia entre los dos tipos de ejércitos”.
Sus palabras fueron doblemente notables porque, apenas unos días antes, el general de división Enrique Carreras, padre de la fuerza aérea revolucionaria de Cuba y otro de los generales que aportaron a Haciendo historia, había hecho una observación parecida. Carreras conversaba con nosotros sobre las diferencias que él conocía por experiencia propia entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba y el ejército soviético. “Aunque disculpen”, dijo, “los ejércitos tienen sus tradiciones. Los soviéticos tienen tradiciones que han sido muy fuertes. Nosotros también tenemos nuestras tradiciones, son bonitas, y las seguimos manteniendo y cuidando . . .
“Nosotros, por ejemplo, somos incapaces de levantarle la mano a un soldado. Esa es la aberración más grande que puede haber. Sin embargo, una vez vi cómo delante nuestro un general soviético le levantó la mano a un soldado porque estaba borracho. Yo aguanto mucho, pero eso me dio tanta ira que cogí y me fui. Pegarle a un soldado es falta de respeto, es algo que nosotros no admitimos. Nosotros somos así”.
Dirigente de combate
A los que lo conocimos, Fernández nos recordó ante todo a los dirigentes de combate de la clase trabajadora norteamericana —hombres como Farrell Dobbs y Vincent Raymond Dunne— que durante los años turbulentos de principios de los años 60 reclutaron al Partido Socialista de los Trabajadores a muchos jóvenes de nuestra generación y nos enseñaron lo que se podía lograr en combate, librado por una vanguardia proletaria políticamente consciente.
Esos fueron los años cuando aprendimos de los hombres y mujeres de Cuba lo que se podía lograr con una revolución socialista; cómo el pueblo trabajador, al luchar por transformar su mundo, se transformaba a sí mismo. En este proceso, ellos también ayudaron a comenzar la transformación de algunos de nosotros. Aprendimos de su ejemplo y, ante todo, queríamos emularlos. Nos sumamos a aquellos en Estados Unidos que estaban forjando un partido proletario capaz de hacer dicha revolución, y así emprendimos una trayectoria para toda la vida.
Fue durante esos años que también aprendimos de primera mano sobre las capacidades de lucha de las masas oprimidas y explotadas en Estados Unidos. Su poderoso e incontenible movimiento por los derechos del pueblo negro derrumbó todo el sistema Jim Crow de racismo institucionalizado, que por casi un siglo había impuesto su reino de terror en el Sur después de la Guerra Civil. Al mismo tiempo, esa revolución social comenzó la transformación de las relaciones raciales en el Norte y cambió a Estados Unidos para siempre.
Figura legendaria
Fernández ya era una figura legendaria entre los combatientes de vanguardia en Cuba al momento del triunfo revolucionario en enero de 1959. Siendo oficial subalterno de las fuerzas armadas, inició una conspiración para derrocar a la dictadura de Batista, encabezando a un grupo de militares que llegaron a conocerse como “los puros”. Arrestado y condenado por sus actividades, Fernández fue recluido en la Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, donde muchos de los cuadros del Movimiento 26 de Julio estaban presos. Entre ellos estaba Armando Hart, quien había dirigido el movimiento clandestino urbano antes de ser capturado.
Colaborando estrechamente con Hart, Fernández organizó y dio adiestramiento militar a los presos políticos que estaban en la “prisión modelo”, denominada así porque su diseño fue copiado de una prisión estatal construida poco antes en Joliet, Illinois, considerada entonces la penitenciaría más “segura” del mundo.
Al tiempo que Batista y sus principales esbirros huyeron de Cuba en las horas tempranas del 1 de enero de 1959, una masiva insurrección popular se propagó por el país en respuesta al llamado del Ejército Rebelde a una huelga general. Fernández fue excarcelado junto con otros oficiales militares presos. Era parte de una maniobra de la desesperada burguesía cubana para montar un gobierno y un mando militar que impidieran que las fuerzas revolucionarias tomaran el poder.
Mientras otros fueron directamente de la cárcel a un avión militar que los regresaría a La Habana, Fernández se dirigió al cuartel militar en la misma Isla de Pinos. Convenció a los soldados apostados ahí a que entregaran sus armas y, acompañado de una escolta armada, volvió a la prisión. Con una ametralladora apuntada a los portones, él ordenó la liberación de todos los revolucionarios presos. Tras un breve enfrentamiento el alcaide accedió y el batallón entrenado por Fernández formó filas y salió marchando de la cárcel.
Con el control civil bajo Hart y el militar bajo Fernández, establecieron en la Isla de Pinos uno de los primeros gobiernos revolucionarios en Cuba. Era un gobierno absolutamente opuesto a las fuerzas burguesas que maniobraban en La Habana y absolutamente leal al movimiento revolucionario de Fidel y su Ejército Rebelde.
Transformación del Ejército Rebelde
José Ramón Fernández será recordado siempre como el comandante de la principal columna de las fuerzas milicianas —entrenadas y dirigidas por él— que combatieron bajo el mando de Fidel para derrotar a 1 500 mercenarios que invadieron Cuba por la Bahía de Cochinos en abril de 1961. Los invasores contrarrevolucionarios, organizados y financiados por Washington, fueron puestos en desbandada en menos de 72 horas, y el nombre Playa Girón se llegó a conocer en la historia como la primera derrota militar del imperialismo norteamericano en América.
Pero Fernández no lo consideraba su aporte más importante o perdurable a la revolución.
Habiendo sido un oficial subalterno en el ejército cubano que también recibió adiestramiento en Fort Sill en Oklahoma, Fernández nos dijo, “Al triunfo de la revolución, me incorporé al Ejército Rebelde con el mismo grado (primer teniente) que tenía antes. Me tocó la tarea —por haber sido, y lo digo sin ninguna vanidad, un profesional preparado— de contribuir a la formación del Ejército Rebelde. Más que a la formación, a la transformación del Ejército Rebelde y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en general”.
En los primeros días de la revolución, dijo, “no había, en general, una clara y firme conciencia de la necesidad de estructuras, de disciplina y de una serie de normas que son imprescindibles para unas fuerzas armadas modernas. Los miembros del Ejército Rebelde, aunque eran excelentes combatientes que fueron capaces de derrotar al corrupto ejército de la tiranía batistiana, requerían ser preparados para esos fines. Por ello era esencial organizar y preparar a esos cuadros en el manejo de las armas, en la táctica, en la ingeniería de combate, en las comunicaciones y en todos estos conocimientos específicos que resultan primordiales para unas fuerzas armadas”.
Raúl, como ministro de las fuerzas armadas, fue “decisivo” en este proceso, agregó Fernández.
“Participar modestamente, como lo hice, en la construcción del Ejército Rebelde durante los primeros años —llegando a ser viceministro de las fuerzas armadas con Raúl, bajo la dirección de Fidel— ha sido la verdadera realización de mi vida; le ha dado un significado a mi vida. El poder participar en la lucha armada en la defensa de la patria en Girón contribuyó en alto grado a esa realización”.
La importancia de la transformación del Ejército Rebelde y las milicias revolucionarias de 1959 en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba quedó rotundamente confirmada, ante todo, unos 30 años más tarde en el sur de Angola, en lo que se llegó a conocer como la batalla de Cuito Cuanavale. Ocurrió cuando la fuerza invasora del régimen del apartheid, la Fuerza de Defensa Sudafricana, entonces el ejército más fuerte del continente, sufrió una derrota contundente por parte de las fuerzas cubanas, angolanas y namibias bajo el mando de combatientes internacionalistas cubanos.
El espíritu de victoria
Con su característica insistencia, Fernández siempre era el primero en destacar que el pueblo trabajador cubano era la fuerza que había logrado la victoria de Playa Girón. “Los mercenarios venían bien organizados, bien armados, con buen apoyo”, dijo en su testimonio ante el Tribunal Popular en La Habana en 1999.
“Pero les faltó la razón, la justeza de la causa que defendían. Por ello no combatieron con el ardor, el valor, la firmeza, el denuedo y el espíritu de victoria con que lo hicieron las fuerzas revolucionarias”. El desenlace “solo se explica por el coraje de un pueblo que vio en el triunfo del primero de enero la posibilidad real de dirigir sus propios destinos”.
Ese “espíritu de victoria”, aquella convicción entre el pueblo trabajador cubano de que con el liderazgo de Fidel, de Raúl y de cuadros como Fernández ellos serían capaces de triunfar militarmente contra una fuerza invasora organizada por la potencia imperialista más fuerte del mundo: ese fue el ejemplo que inspiró a millones de personas en todo el mundo, inclusive aquí en Estados Unidos.
Con la veracidad que lo caracterizaba, Fernández nunca dejó de señalar que fue el calibre de la dirección de Fidel lo que hizo posible la victoria en Playa Girón, y muchas más.
“La historia tendrá que reconocer también que pocos estadistas en la época moderna de la humanidad han tenido el talento, la sagacidad, la valentía y el sentido de la oportunidad que ha tenido Fidel para defender la revolución”, nos dijo.
“Nosotros hemos estado navegando durante casi 40 años [ahora más de 60] al borde de un posible ataque, defendiendo con firmeza nuestra soberanía, la revolución y el socialismo. Y hemos sabido mantener la línea que ha sido capaz de defender nuestros principios y de evitar la guerra”.
Defender principios mientras se evita la guerra: ese es el objetivo estratégico fundamental de una fuerza armada revolucionaria. Solo cuando se sigue ese camino puede haber el espacio necesario para que se desarrolle la lucha de clases, involucrando al mayor número posible de las masas trabajadoras, y experiencias a través de las cuales nos podemos transformar.
Fernández asumió muchas otras responsabilidades en la dirección revolucionaria cubana, incluso como ministro de educación por casi 20 años, vicepresidente del Consejo de Ministros por 30 años y presidente del Comité Olímpico Cubano por 20 años.
Continuará entre otras personas el impacto de la marcha de la revolución a la que él brindó su lealtad y cada fibra de su ser. Y la importancia de esa marcha continua se reflejará no solo en Cuba sino mucho más allá de sus fronteras.
El trabajo de divulgar el ejemplo de la Revolución Cubana —y de los hombres y mujeres como Fernández que la hicieron— entre el pueblo trabajador aquí en Estados Unidos y todo el mundo es ante todo nuestra responsabilidad. Ese ejemplo es el que necesitan los millones que según las clases gobernantes son “deplorables” o algo peor, y cuyas capacidades revolucionarias algún día resultarán ser tan poderosas como las que las clases trabajadoras cubanas ya han demostrado por más de 60 años.