Scholl, cuadro del Partido Socialista de los Trabajadores durante 50 años, fue una dirigente del comité auxiliar de mujeres durante las huelgas de 1934 y la campaña de sindicalización, dirigidas por el Local 574 (luego 544) del sindicato de camioneros Teamsters en Minneapolis, Minnesota. Formó parte del personal de la Sección de Trabajadores Federales de ese sindicato local, que organizó a los desempleados para luchar por sus intereses durante la Gran Depresión. Scholl contribuyó al Northwest Organizer, el semanario de los Teamsters en Minneapolis. En los años 60 y 70 escribió frecuentemente para el Militante, incluyendo, por muchos años, la columna “Línea de Piquetes Nacional”. El siguiente artículo apareció en la edición del Militante del 14 de abril de 1972. Copyright © 2020 por Pathfinder Press. Reproducido con autorización.
El Militante tiene muchos lectores nuevos, muchos de los cuales nunca han pertenecido a sindicatos. Por tanto, es posible que las palabras “burócrata” y “burocracia” al hablar del movimiento obrero organizado no tengan mucho sentido, o puedan confundirse con los empleados del gobierno que enredan todo en trámites y papeleos a fin de mantener intacto el actual estado de cosas.
Si bien hay muchas similitudes entre la burocracia del gobierno y la sindical, existe casi la misma cantidad de diferencias, especialmente en cómo los diversos tipos de burócratas o burocracias llegaron a ser lo que son.
La cúpula sindical, especialmente en los niveles más altos, está compuesta de funcionarios electos que han interpretado las constituciones de su sindicato internacional de manera de poder prácticamente perpetuarse en sus cargos. Algunos de ellos se mantienen de por vida, pero la mayoría, en todo caso, hasta mucho después de haber agotado su utilidad. Esto se hace amañando los congresos donde eligen a la mayoría de los funcionarios internacionales, o usando cuestionables métodos de votación por referéndum. Pero los hombres y mujeres que forman parte de esa selecta camarilla no son de quienes quisiera hablar.
Son los hombres y mujeres en los niveles bajos y medios de la jerarquía, los agentes de negocios y los organizadores, quienes necesitan ser examinados. Estas personas están directamente encargadas de mantener a raya a los miembros de filas, vigilarlos en situaciones de huelga y sacarlos a votar por los “amigos de los trabajadores” en el Partido Demócrata.
Algunos de estos funcionarios sindicales de bajo nivel “se metieron en el pastel” —como dicen los trabajadores al referirse a los que se cuelan en la nómina del sindicato con mezquinas intenciones— haciendo alarde de su combatividad en la fábrica para promover sus propias ambiciones ante todo.
Pero muchos otros llegaron allí por otra vía: fueron ascendidos de categoría para que dejaran de estorbar tanto a la patronal y también a los farsantes sindicales.
Tomemos un ejemplo no muy imaginario de un militante sindical que fue transformado en típico burócrata.
Joe Jones trabajaba en la línea de montaje en una fábrica automotriz, junto a su mejor amigo, Jack. Las familias de ambos mantenían una estrecha relación social. Jack era un buen militante sindical, pero no era muy audaz. Él veía a Joe como dirigente, y lo apoyaba como representante del comité sindical de reclamaciones del departamento.
Joe se esforzaba tratando de resolver los muchos reclamos que tenían los obreros de filas. Creía honestamente en hacer cumplir el convenio al pie de la letra.
Joe era veterano de la Segunda Guerra Mundial y se afilió al sindicato después de su baja del ejército. Venía de una vieja familia de sindicalistas. Tanto su padre como su abuelo habían participado en la gran ola de huelgas de los años 30. Joe había escuchado muchas anécdotas suyas sobre los días en que las filas de estos nuevos sindicatos industriales controlaban a su propia dirección.
Como delegado del comité de quejas, trataba de hacer su trabajo. A los ojos de la empresa como también de la jerarquía sindical local, se convirtió en un “tábano”. En una ocasión, encolerizado por el creciente número de quejas sin resolver en su archivo, se peleó con un capataz y lo despidieron. La noticia corrió por la fábrica como pólvora y todos los hombres abandonaron sus puestos. Joe recuperó su puesto.
Ahora tanto la patronal como los farsantes sindicales sabían que algo tenían que hacer con Joe.
La gerencia decidió ofrecerle un trabajo de supervisión: un viejo truco que a veces lograba convertir a un ex militante sindical en uno de los mejores hombres de la compañía. Pero los funcionarios sindicales se adelantaron a la compañía.
Habían conversado acerca de Joe y decidieron que la mejor forma de manejarlo era “patearlo hacia arriba”, ponerlo en la nómina del sindicato.
Después de vacilar un poco, Joe aceptó. Pensaba que en ese puesto estaría en mejores condiciones para ayudar a sus propios hombres en la fábrica.
Él comenzó así. Los otros organizadores le advirtieron que sus esfuerzos serían inútiles, pero él lo intentó de todos modos. Mantenía un contacto estrecho con sus antiguos amigos de la línea de montaje, visitaba la fábrica diariamente, y presionaba para tratar de forzar decisiones definitivas sobre quejas y violaciones. En las reuniones con la gerencia y los dirigentes sindicales por encima suyo, comenzaba a tener la sensación de que estaba peleando contra dos enemigos.
Se quejaba mucho y contempló regresar a su puesto en la planta, pero su salario mucho mayor como funcionario sindical se interpuso en el camino. Su familia ahora tenía un nuevo hogar en un vecindario mucho más lindo y también un auto nuevo. Esta “mejor forma de vida” estaba cambiando toda su perspectiva. Dejó de visitar la planta todos los días. Evitaba a los delegados del comité de reclamaciones que siempre iban tras él cuando llegaba a la planta. Pasaba menos y menos tiempo socializando con Jack, su mejor amigo.
No se quería mucho a sí mismo, pero se aferró a la idea de que todavía podía hacer algo concreto para los trabajadores de la planta.
Poco a poco, se fue acomodando en su nuevo papel, comenzó a aceptar las frustraciones que le acompañaban, y se convirtió en otro burócrata más de bajo nivel: un “dirigente” siempre atento a posibles ascensos en la jerarquía. Sus antiguos amigos cercanos vieron cómo Joe se fue transformando de combativo militante en funcionario sindical bien adiestrado, amansado y satisfecho: un funcionario que ellos no podían quitar. No lo habían elegido, así que no podían recurrir a las disposiciones de la constitución del sindicato para revocarlo.
Joe más y más le fue siguiendo la corriente a la burocracia sindical a nivel distrital y local y a la dirección internacional. Había sido domesticado.