La guerra y ocupación de Afganistán por Washington durante dos décadas, y la catástrofe impuesta al pueblo trabajador tanto en Afganistán como en Estados Unidos, concluyó con aún más devastación cuando los talibanes retomaron la capital, Kabul, el 15 de agosto.
Tras el anuncio del presidente Joseph Biden el 13 de abril de que todas las fuerzas norteamericanas se retirarían antes del 11 de septiembre, y el abandono de su principal base aérea en Bagram sin previo aviso al gobierno afgano, los reaccionarios talibanes intensificaron su ofensiva militar.
El ejército afgano se desintegró tras la retirada del ejército y apoyo aéreo norteamericano. El presidente Ashraf Ghani huyó del país. Los comandantes talibanes anunciaron la formación del “Emirato Islámico de Afganistán”.
Biden envió seis mil soldados al aeropuerto de Kabul para evacuar al personal estadounidense restante. El aeropuerto fue inundado por miles de afganos que buscaban desesperadamente escapar de las garras de los talibanes, algunos aferrándose a un avión que despegó y les costó la vida.
Del cuarto de millón de afganos que huyeron antes del avance de los talibanes, el 80 por ciento son mujeres y niñas, por temor a que se repita el brutal ataque a los derechos de la mujer impuesto durante el período anterior de los talibanes en el poder.
Un portavoz de los talibanes afirmó que el grupo ha cambiado y anunció una amnistía general y dijo que no interferirá en la vida de las personas si mantienen las costumbres del Islam. Sin embargo, hay informes de civiles sometidos a brutalidades y ejecuciones de soldados capturados, así como de mujeres jóvenes obligadas a contraer matrimonio con combatientes talibanes. Algunas ciudades han sido saqueadas.
En algunas zonas, los comandantes locales de los talibanes han cerrado las escuelas de niñas y han presionado a los jóvenes a que tomen las armas a su favor. Cientos de personas salieron a las calles en Jalalabad y Khost el 18 de agosto para protestar contra el régimen talibán. En Jalalabad, los soldados talibanes dispararon contra la multitud matando a dos e hiriendo a una decena de personas.
“A lo largo de toda la guerra, el Partido Socialista de los Trabajadores ha exigido la retirada incondicional de todas las fuerzas norteamericanas de Afganistán”, dijo al Militante Dennis Richter, el candidato del PST para gobernador de California. “La destrucción que Washington ha causado en Afganistán durante 20 años es una razón más para exigir que ponga fin a sus intervenciones en otros lugares y para que los trabajadores en Estados Unidos construyan un movimiento para quitar el poder de manos de los belicistas capitalistas”.
Guerra devastó a los trabajadores
La guerra de los gobernantes norteamericanos en Afganistán fue lanzada por el presidente George W. Bush tras el ataque del 11 de septiembre contra el World Trade Center y el Pentágono por parte de al-Qaeda, al cual los talibanes le permitían operar libremente en Afganistán. La guerra ha costado la vida a más de 47 mil civiles y 66 mil soldados afganos, así como a más de 3,500 soldados norteamericanos y aliados. Cientos de miles han sido desplazados y millones han huido, especialmente a Pakistán e Irán.
Durante su ocupación de Afganistán, Washington fomentó la ilusión de que su política exterior es “nuestra”, como si los millones de trabajadores y agricultores explotados por el capitalismo y utilizados como carne de cañón en las guerras de los gobernantes tuvieran intereses comunes con las clases explotadoras y sus sirvientes en el gobierno, la prensa y los círculos académicos.
De hecho, la guerra fue una consecuencia del incesante impulso de los capitalistas estadounidenses para maximizar sus ganancias y extender su dominio por todo el mundo. La demostración de poderío militar de Washington en Afganistán e Iraq estaba destinada a afirmar su supremacía contra sus rivales y obligar a los gobiernos que se interponían en su camino a someterse. Ambas guerras se libraron bajo la ilusión de que los gobernantes norteamericanos habían ganado la Guerra Fría y que podían imponer su dominio a su antojo.
Al mismo tiempo, los gobiernos demócratas y republicanos intensificaron sus ataques contra los derechos políticos a nivel nacional en nombre de promover su “guerra contra el terrorismo”. Ampliaron la vigilancia por teléfono, correo electrónico e Internet; el rastreo de transacciones financieras; husmeando en las listas de pasajeros de las aerolíneas; y espionaje a grupos políticos e individuos opuestos a la política de Washington.
Las fuerzas que se convirtieron en los talibanes surgieron después de la invasión de Afganistán por la Unión Soviética en 1979, cuyo objetivo era reforzar al gobierno del Partido Democrático Popular de Afganistán, dirigido por estalinistas, que había llegado al poder durante una revolución popular el año anterior.
Revolución popular de 1978
Esa revolución despertó las esperanzas de millones de trabajadores en Afganistán, uno de los países económicamente más subdesarrollados del mundo. El gobierno del PDPA legalizó los sindicatos, canceló las deudas que los campesinos tenían con terratenientes, permitió que las nacionalidades oprimidas publicaran y transmitieran en sus propios idiomas por primera vez y prometió distribuir tierras a los campesinos.
Pero en lugar de liderar a los trabajadores para que se hicieran actores de la historia, defendieran sus intereses y tomaran un mayor control sobre sus vidas, el régimen copió los métodos de Moscú y trató a los campesinos y trabajadores como objetos que necesitan ser administrados, y quedó cada vez más aislado.
Moscú invadió para apuntalar al gobierno del PDPA y orquestó el brutal asesinato de un ala de su liderazgo. Los gobernantes estadounidenses respaldaron una rebelión reaccionaria de terratenientes y fuerzas islamistas que engendró tanto a los talibanes como a al-Qaeda. Después de una ocupación de 10 años, que se había vuelto cada vez menos popular en la Unión Soviética, Moscú se vio obligado a retirar sus tropas. Su derrota alimentó la repulsión entre los trabajadores soviéticos hacia el régimen de Moscú, lo que contribuyó al colapso de la Unión Soviética en 1991.
Después de años de conflicto entre jefes militares rivales, los talibanes llegaron al poder en 1996. Impusieron condiciones políticas y culturales reaccionarias a los trabajadores. Las decapitaciones públicas, las amputaciones y las lapidaciones eran típicas de su gobierno despótico.