Cómo el pueblo trabajador hizo una revolución socialista en Cuba

25 de octubre de 2021
Manifestación en La Habana en 1960 en apoyo a nacionalización de propiedades imperialistas por el gobierno revolucionario. Los trabajadores se movilizaron para tomar control de las fábricas, contribuyendo a su conciencia de clase, haciendo suya la revolución.
BohemiaManifestación en La Habana en 1960 en apoyo a nacionalización de propiedades imperialistas por el gobierno revolucionario. Los trabajadores se movilizaron para tomar control de las fábricas, contribuyendo a su conciencia de clase, haciendo suya la revolución.

A continuación publicamos un extracto de un discurso pronunciado por Fidel Castro, dirigente central de la Revolución Cubana, el 26 de marzo de 1962. Castro aborda como a través de una serie de movilizaciones y luchas revolucionarias los trabajadores y campesinos de Cuba adquirieron conciencia de que estaban haciendo una revolución socialista dirigida por un liderazgo marxista, así como también la disposición de luchar hasta la muerte para defenderla. El discurso se titula “Contra la burocracia y el sectarismo”.
 

POR FIDEL CASTRO

La Revolución llegó a convertirse ya en un poderoso movimiento ideológico, las ideas revolucionarias fueron ganando a las masas, el pueblo de Cuba, masivamente, fue abrazándose a las ideas revolucionarias, enarbolando las ideas revolucionarias. El ímpetu aquel, la rebeldía aquella, el espíritu de la indignada protesta contra la tiranía, contra los abusos, contra la injusticia fueron convirtiéndose en conciencia revolucionaria firme de las masas de nuestro pueblo.

Las ideas revolucionarias se convirtieron en conciencia no de una minoría, no de un grupo. Se convirtieron en conciencia de las grandes masas de nuestro país. Bastará que quien lo dude recuerde simplemente la Declaración de La Habana, la Segunda Declaración de La Habana, la presencia de un millón de cubanos, el entusiasmo con que ese millón de cubanos apoyó las ideas revolucionarias, las ideas radicales, las ideas verdaderamente avanzadas, contenidas en aquella Segunda Declaración de La Habana, el entusiasmo con que la apoyó, la sensibilidad política con que distinguía el valor de cada frase.1

¿Qué demostraba eso? Que las masas se habían vuelto revolucionarias, que las masas habían abrazado la ideología marxista, que las masas habían abrazado el marxismo-leninismo. Ese era un hecho incuestionable: los campos se habían definido, los enemigos habían acabado de definirse como enemigos, las masas obreras, campesinas, estudiantiles, las masas humildes, las capas menos acomodadas de nuestro país, partes importantes de las capas medias, sectores de la pequeña burguesía, trabajadores intelectuales, hicieron suyas las ideas del marxismo-leninismo, hicieron suya la lucha contra el imperialismo, hicieron suya la batalla por la Revolución Socialista. Eso no fue una cosa caprichosa, eso no fue una cosa impuesta a las masas. Las mismas leyes revolucionarias, los mismos hechos de la revolución fueron ganando a las masas para la revolución, fueron convirtiendo a las masas en revolucionarias. Una serie de hechos que comenzaron por una serie de leyes de beneficio popular: reducción de las tarifas telefónicas con anulación de los contratos leoninos obtenidos al amparo de la tiranía; la Reforma Urbana, sobre alquileres, con la rebaja de alquileres primero, la de los solares, después la Reforma Urbana; después las leyes de Reforma Agraria, después las leyes de nacionalización de las empresas extranjeras y después las leyes de nacionalización de las grandes empresas. Fueron pilares, piedras que señalaron el camino de la revolución, el avance de la revolución, el avance del pueblo.

El pueblo iba evolucionando rápidamente, el pueblo iba haciéndose cada día más revolucionario. Cuando el peligro de invasión comenzó a amenazar a nuestro país, cuando aquí se consideraba posible incluso un ataque de las fuerzas poderosas del imperialismo, cuando comenzó a considerarse ese peligro, —porque ese peligro tenemos que seguir considerándolo durante mucho tiempo— se movilizó el pueblo,2 se hicieron milicianos, miles y miles de jóvenes se hicieron artilleros antiaéreos miles y miles de obreros, de gente humilde del pueblo se hicieron artilleros antitanques, artilleros de distintos tipos; cientos de miles de hombres y mujeres se enrolaron en los batallones, se enrolaron en las unidades de combate y se disponían a librar, si era necesario, una de las batallas más heroicas, a escribir una de las epopeyas más grandes que pueblo alguno pudiera verse en la necesidad de escribir.

Es decir que nuestro pueblo estaba dispuesto a sufrir todas las contingencias, a soportar todas las consecuencias de su postura revolucionaria, a enfrentarse resueltamente al imperialismo, sin vacilaciones de ninguna clase, a morir todos, si era necesario, en defensa de la revolución, en defensa de la patria.

¿Quién puede negar el entusiasmo con que las masas se hicieron soldados de la patria? ¿Quién puede negar el entusiasmo con que esas masas realizaron una serie de tareas como el trabajo voluntario, acudieron a cuanto llamamiento se les hizo, a cuanta concentración se les solicitó, a actos patrióticos, a actos revolucionarios?

De manera que cuando se produjo el ataque cobarde del 17 de abril, o del 15 de abril, cuando los aviones, procedentes de bases extranjeras atacaron distintos puntos de nuestro país, cuando fuimos a enterrar aquellos compañeros que habían muerto aquel día, como habíamos ido otras veces a enterrar a otros compañeros, como habíamos ido unos cuantos meses antes a enterrar a las víctimas del vapor La Coubre,3 otras víctimas del imperialismo, de los reaccionarios, de los explotadores, aquel día, víspera de la batalla contra el imperialismo, —que no fue después de la batalla—, se proclamó el carácter socialista de la revolución, se proclamó de palabra lo que era un hecho. Y, ¿Quién puede negar el entusiasmo desbordante con que las masas obreras, convertidas allí en batallones de milicias, elevaron sus fusiles y se dispusieron a pelear, se dispusieron a combatir?

¿Quién puede negar el heroísmo con que combatieron los soldados de la patria, los milicianos, —hombres y mujeres— el heroísmo con que combatió el pueblo a los mercenarios de Playa Girón, el desinterés, el desprecio a la vida con que los hombres se lanzaron contra los tanques, contra las ametralladoras enemigas, sin detener su marcha en campos abiertos, ante el peligro de los bombardeos, sin detener su avance ante los ataques de la aviación enemiga, ante las huellas y las muertes que causaron en sus filas la aviación enemiga y la metralla enemiga?

¿Quién puede negarlo? Basta ver el número de bajas, para comprender con que heroísmo, con que desprendimiento las masas se lanzaron al combate. ¡Estaban combatiendo conscientemente, pletóricas de entusiasmo, por la revolución socialista!

¿Qué quiere decir eso? Que se había producido un gran cambio de calidad en las masas: se habían convertido en revolucionarias. Eso es un hecho cierto, un hecho innegable. Quien no lo comprenda así es un miope, quien no lo comprenda así es un ciego, quien no lo comprenda así es, sencillamente un idiota.

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  1. La Primera y Segunda Declaraciones de la Habana fueron leídas frente a concentraciones de más de un millón de personas el 2 de septiembre de 1960 y el 4 de febrero de 1962, respectivamente. Destacaron lo que estaban logrando los trabajadores de Cuba y presentaron la necesidad de revoluciones por toda América Latina.
  2. Fidel se refiere al ataque organizado por Washington en Bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961, en el que fuerzas cubanas combatieron contra los invasores, derrotándolos rotundamente en menos de 72 horas.
  3. La Coubre, un buque mercante francés cargado de municiones provenientes de Bélgica, fue detonado en el puerto de La Habana el 4 de marzo de 1960, matando a 100 personas.