Cuando el ejército invasor del presidente ruso, Vladímir Putin, comete atrocidades contra el pueblo ucraniano, ¿cómo deberían los trabajadores interesados en defender la independencia de Ucrania tratar a los soldados rusos? ¿Son los soldados rusos cómplices del régimen de Putin? ¿O es posible ganarse a las filas del ejército ruso —obreros y campesinos en uniforme— a oponerse a la invasión y acelerar la victoria de la resistencia ucraniana?
Este no es un problema nuevo. La actitud que tomaron los revolucionarios cubanos en la década de 1950 hacia los soldados del régimen de Fulgencio Batista, el cual contaba con el apoyo de Washington, fue decisiva para la revolución.
Cuando Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio iniciaron la lucha guerrillera en Cuba en 1956, se tuvieron que enfrentar al bien equipado ejército, fuerza aérea y marina de Batista. El régimen dictatorial contaba con unos 20 mil soldados y grandes provisiones de tanques, bombas, cohetes, napalm y otras armas, suministradas por Washington. Los guerrilleros solo tenían unos cuantos rifles y un programa político destinado a unir al pueblo trabajador de toda la isla. Pero no tardaron mucho en asestar derrotas a ese adversario mucho más poderoso.
Una cuestión de valores morales
En una transmisión por radio al pueblo cubano el 19 de agosto de 1958, Castro explicó la clave de sus victorias: “La victoria en la guerra depende de un mínimo de armas y un máximo de moral”, dijo. “Las victorias obtenidas por nuestras armas sin asesinar, sin torturar y aun sin interrogar a un adversario demuestran que el ultraje a la dignidad humana no puede tener jamás justificación.
“La guerra no es una mera cuestión de fusiles, de balas, de cañones y de aviones”, dijo Castro. “Tal vez esa creencia ha sido una de las causas del fracaso de las fuerzas de la tiranía”.
“¿Por qué nosotros no asesinamos a los soldados prisioneros?” preguntó Castro. “Primero: porque solo los cobardes y los esbirros asesinan a un adversario que se ha rendido. Los soldados heridos nunca fueron maltratados. Recibieron la misma atención médica que los combatientes rebeldes heridos.
“Segundo: porque el Ejército Rebelde no puede incurrir en las mismas prácticas que la tiranía que combate”, dijo Castro. Señaló que la dictadura de Batista trató de convencer a sus soldados de que los guerrilleros matarían a cualquiera que capturaran para intentar que sus soldados lucharan por la dictadura “hasta la última gota de sangre”.
Castro instruyó a Radio Rebelde a “ajustar sus noticias a la más estricta verdad”, que “nuestras bajas no las ocultamos” y “las bajas del enemigo no las exageramos porque con mentiras no se defiende la causa de la libertad”.
Estas no fueron solo palabras. Así es como se condujeron los revolucionarios cubanos, incluso en los momentos más difíciles de la guerra. Contrasta marcadamente con la conducta de los gobernantes capitalistas en todo el mundo, desde Washington hasta Moscú. La conducta de un ejército refleja la moral y los objetivos de la clase que lo comanda. Un ejército movilizado por el competitivo gobierno de los patrones utiliza métodos que muestran su absoluto desprecio por la vida y las condiciones del pueblo trabajador con o sin uniforme.
En Cuba, el objetivo del Ejército Rebelde nunca fue matar al máximo número de soldados, sino derrotar a la dictadura con el mínimo costo en vidas humanas.
En una entrevista con Ignacio Ramonet, Castro describió la importancia de este enfoque. “Cuando un enemigo llega a admirar al adversario, es una victoria psicológica. Lo admira porque ha conseguido derrotarlo, porque le ha dado golpes, y además porque lo ha respetado porque no ha golpeado a ningún soldado, porque no los ha humillado, no los ha insultado”.
Los revolucionarios se acercaron a los soldados del régimen en las pausas de la lucha y, siempre que fue posible, les dijeron la verdad sobre el programa y los objetivos del movimiento revolucionario, exponiendo las mentiras de la dictadura. Explicaron que no buscaban reemplazar a un hombre, sino a todo un sistema de explotación.
‘A ti, soldado de la tiranía’
El frente del Ejército Rebelde comandado por Ernesto Che Guevara, incluso imprimió una edición especial de su periódico titulada “A ti, soldado de la tiranía” que explicaba los valores de los revolucionarios.
El Movimiento 26 de Julio, dijo Castro en 1957, era la única fuerza en la que se podía confiar para mantener el orden público después del derrocamiento de Batista, porque las nuevas fuerzas armadas deben estar impregnadas “de ese espíritu de justicia e hidalguía que el Movimiento 26 de Julio ha sembrado en sus propios soldados”.
En julio de 1958 los revolucionarios tomaron prisioneros a varios cientos de soldados batistianos. Siguiendo instrucciones de Castro, Guevara propuso una tregua al comandante del ejército local para que pudieran regresar a los prisioneros bajo la supervisión de la Cruz Roja.
Ese comandante, el capitán Carlos Durán Batista, quería que sus tropas pensaran que los entregados eran rebeldes. Teté Puebla, una guerrillera involucrada en la negociación de la tregua, tuvo que pasar la noche en el campamento del ejército la víspera del traslado. Cuando el capitán se quedó dormido, se acercó a los soldados y les dijo la verdad.
Estas actitudes proletarias valieron la pena. La moral en el ejército de Batista se desplomó mientras crecía entre los soldados la simpatía por el movimiento revolucionario. A fines de 1958, el ejército estaba en desorden y Batista huyó del país. Mientras Castro y el Ejército Rebelde se dirigían desde la Sierra Maestra a la capital, La Habana, miles de soldados depusieron sus armas y muchos viajaron junto a los combatientes rebeldes.
La guerra había terminado y se abría un nuevo día para los trabajadores y campesinos de Cuba.