La victoria de 55 mil trabajadores escolares en Ontario, Canadá, miembros del Sindicato Canadiense de Empleados Públicos (CUPE), es un triunfo importante para todos los trabajadores y nuestros sindicatos. En desacato de una nueva ley antihuelgas impuesta por el gobierno provincial, los trabajadores obligaron al gobierno a retroceder en su ataque. Su rechazo a ceder ante el gobierno y su lucha por mejores salarios y condiciones laborales se ganó la solidaridad de todo el movimiento sindical.
El esfuerzo del gobierno para aplastar la huelga muestra que el gobierno no es neutral, sino que es una herramienta en manos de los patrones. Mientras tengan el poder, el estado siempre va a intervenir para fortalecer los intereses de clase de los patrones y negar a los trabajadores el derecho a ejercer la fuerza de nuestros números y lugar decisivo en la producción y el comercio.
Los trabajadores podemos usar nuestros sindicatos para luchar por lo que necesitamos. Nuestro trabajo produce toda la riqueza y por eso podemos triunfar. Los patrones se salen con la suya cuando no nos unimos, cuando no buscamos solidaridad y no luchamos.
El primer ministro de Ontario, Douglas Ford, no es el único que utiliza la autoridad del gobierno para prohibir la acción sindical. El presidente Joseph Biden invocó la Ley Laboral Ferroviaria para someter a los sindicatos ferroviarios a años de mediación, períodos de “enfriamiento”, y más mediación bajo la Ley Presidencial de Emergencia, prohibiéndoles que salieran en huelga.
El Secretario del Trabajo de Biden, Marty Walsh, ahora está amenazando con pedirle al Congreso que prohíba cualquier huelga e imponga un acuerdo. La administración quiere quitarle a los trabajadores ferroviarios el arma de la huelga con la que puedan resistir los ataques de los patrones a sus condiciones de trabajo que hacen que el trabajo sea más peligroso. Los gobernantes temen el poder que los trabajadores ferroviarios tienen para paralizar la circulación de mercancías.
Durante décadas, los patrones en Estados Unidos han confiado en los partidos Demócrata y Republicano para aprobar leyes e imponer ordenes judiciales que impidan el derecho de huelga de los trabajadores. Para luchar, hemos tenido que usar nuestra propio poder. Esto requiere un juicio sobrio de la relación de fuerzas de clase. Durante las huelgas de brazos caídos que forjaron los sindicatos industriales en los años 30 y desde entonces, los trabajadores han tenido que superar a matones a sueldo de las empresas, la intervención del gobierno, los ataques de la policía, los mandatos judiciales, la Guardia Nacional e incluso tropas del ejército.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt fue el principal rompehuelgas, haciendo cumplir un compromiso de no hacer huelgas y congelando los salarios. Desafiando al gobierno, los mineros del carbón se declararon en huelga en 1943. Cuando Roosevelt amenazó con utilizar al ejército para obligarlos a volver al trabajo, los mineros no se dejaron intimidar. “No se puede minar carbón con bayonetas”, dijeron. Su victoria abrió una nueva ola de luchas obreras.
El ejemplo de los trabajadores escolares de Ontario muestra que se puede derrotar las leyes destinadas a prevenir que los trabajadores realicen una huelga.
La intervención del gobierno también demuestra la realidad de clase bajo el capitalismo. Muestra que los trabajadores debemos actuar en nuestro propio interés tanto en cuestiones políticas como en las líneas de piquetes.
Los gobernantes norteamericanos cuentan con dos partidos principales para impulsar sus ataques contra los trabajadores. Necesitamos nuestro propio partido, un partido obrero basado en nuestros sindicatos, que pueda actuar como tribuno para todos los explotados y trazar un camino para reemplazar el dominio capitalista con un gobierno de trabajadores y agricultores.