La lucha contra el odio antijudío y los pogromos en la época imperialista

Lo que está en juego para la clase trabajadora internacional

27 de mayo de 2024
Pogromos, ayer y hoy. Arriba: Matones de Hamás exhiben cadáver de hombre judío que ellos asesinaron en Israel el 7 de octubre, mientras partidarios celebran en Ciudad de Gaza. Fue peor masacre de judíos desde la “Solución Final” de Hitler. Abajo: Familia judía tras pogromo en Belostok (hoy en Polonia) en 1906, donde bandas atizadas por el régimen zarista mataron a 80 judíos, usando “los métodos más salvajes y furiosos”, según dijo el líder bolchevique V.I. Lenin.
Arriba, AP/Abed Abu Reash; abajo, Museo del Patrimonio Judío Pogromos, ayer y hoy. Arriba: Matones de Hamás exhiben cadáver de hombre judío que ellos asesinaron en Israel el 7 de octubre, mientras partidarios celebran en Ciudad de Gaza. Fue peor masacre de judíos desde la “Solución Final” de Hitler. Abajo: Familia judía tras pogromo en Belostok (hoy en Polonia) en 1906, donde bandas atizadas por el régimen zarista mataron a 80 judíos, usando “los métodos más salvajes y furiosos”, según dijo el líder bolchevique V.I. Lenin.

A continuación reproducimos el primer capítulo del nuevo libro, La lucha contra el odio antijudío y los pogromos en la época imperialista: Lo que está en juego para la clase trabajadora internacional. El autor es Dave Prince, dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores.

Otros capítulos presentan escritos de los dirigentes marxistas revolucionarios V.I. Lenin, León Trotsky, Farrell Dobbs, James P. Cannon y Jack Barnes. El libro explica la verdad sobre las raíces fascistas de Hamás y presenta declaraciones de sus propios dirigentes y extractos de su Carta Fundacional. Copyright © 2024 Pathfinder Press. Reproducido con autorización.

POR DAVE PRINCE

La lucha contra el odio antijudío y los pogromos en la época imperialista: Lo que está en juego para la clase trabajadora internacional se publica en momentos cuando cientos de millones de personas se ven más y más envueltos en la política mundial a raíz de la crisis del sistema imperialista y sus repercusiones en todos los rincones del mundo. El aumento del odio y la violencia contra los judíos que ha marcado las primeras décadas del siglo 21 —desde el Medio Oriente hasta América del Norte y Sur, Europa, África, Asia y el Pacífico— está profundamente arraigado en esta crisis global.

El odio antijudío es una cuestión mundial. Hoy día la lucha en su contra es decisiva para toda batalla obrera contra las consecuencias brutales para la humanidad del imperialismo y sus convulsiones.

Este libro presenta los fundamentos políticos y la continuidad del programa marxista y su trayectoria —en la historia y en acción— en torno a estas cuestiones. El odio a los judíos no es eterno; está arraigado en la sociedad de clases y en la lucha de clases. Y los autores responden a la pregunta primordial: Qué hacer para ponerle fin, para siempre.

Rachele Fruit, candidata presidencial del Partido Socialista de los Trabajadores, habla a la prensa el 10 de octubre en evento en el memorial al Holocausto en Miami Beach para condenar pogromo de Hamás. En la lucha contra el odio antijudío, dijo, el PST mantiene las décadas de continuidad del movimiento comunista.
Militante/Mary MartinRachele Fruit, candidata presidencial del Partido Socialista de los Trabajadores, habla a la prensa el 10 de octubre en evento en el memorial al Holocausto en Miami Beach para condenar pogromo de Hamás. En la lucha contra el odio antijudío, dijo, el PST mantiene las décadas de continuidad del movimiento comunista.

Las páginas a continuación incluyen fragmentos de artículos y discursos de V.I. Lenin, el principal forjador del Partido Bolchevique y dirigente de la Revolución Rusa de octubre 1917. Lenin aborda el papel decisivo que ocupó la batalla contra el odio antijudío y los pogromos en la lucha por la revolución socialista que fue necesaria para derrocar el imperio zarista. Bajo la dirección de Lenin, el Partido Bolchevique se puso en las primeras filas de esa batalla, desde que se formó en 1902-03 hasta la muerte de Lenin en 1924.

La batalla contra la persecución de los judíos se entrelazó con la lucha por el derecho de todas las naciones oprimidas a la autodeterminación. Se entrelazó con la lucha contra el nacionalismo burgués reaccionario y el chovinismo burgués, tanto en la joven república soviética como en otras tierras donde estallaron luchas revolucionarias inspiradas por la revolución victoriosa de octubre de 1917.

Este libro aborda la lucha internacional que León Trotsky libró en los años 20 y 30 para defender la continuidad comunista de Lenin frente a la contrarrevolución política en la Unión Soviética y el Partido Comunista soviético dirigidos por José Stalin. Los fragmentos de artículos y entrevistas de Trotsky publicados aquí fueron escritos durante los años cuando el creciente odio antijudío y violencia antisemita anunciaban lo que llegaría a ser la segunda guerra interimperialista mundial y el Holocausto.

También hay escritos de dirigentes centrales del Partido Socialista de los Trabajadores desde su fundación —James P. Cannon, Farrell Dobbs y Jack Barnes— que presentan el curso de acción que guía al PST hasta la fecha.

El imperialismo y el odio a los judíos

La persecución de los judíos se remonta a dos milenios.

Pero con los albores de la época imperialista en los últimos años del siglo 19, fue cambiando el peso y el papel del odio antijudío en las relaciones sociales. Se convirtió en una cuestión internacional, expresión de la intensa virulencia de las convulsiones económicas y sociales capitalistas que desembocaron en la Primera y Segunda Guerra Mundial imperialistas.

La “conspiración judía internacional” se convirtió en la bandera común de los movimientos fascistas. Bajo esta bandera, pretendieron justificar sus ataques contra la clase trabajadora, su vanguardia política y otros sectores del pueblo trabajador, y buscaron aplastar sus sindicatos y partidos. El triunfo del fascismo en gran parte de Europa, entrelazado con los avances políticos de la contrarrevolución estalinista en la Unión Soviética, garantizaron la nueva conflagración. Durante estas décadas hubo un brusco aumento en las masacres de judíos, los pogromos. Y en los últimos años de la guerra estos ataques se intensificaron con la “Solución Final” de Adolf Hitler, el exterminio en masa de seis millones de judíos.

Lenin habla en el II Congreso de la Internacional Comunista en Petrogrado, Rusia, julio 1920. Combatir la persecución de los judíos, dijo Lenin, es vital para impulsar la revolución socialista como único camino para garantizar los derechos de todas las naciones oprimidas. Bajo el liderazgo de Lenin, el Partido Bolchevique estuvo en las primeras filas de la lucha para acabar con los pogromos.
Archivos Humbert DrozLenin habla en el II Congreso de la Internacional Comunista en Petrogrado, Rusia, julio 1920. Combatir la persecución de los judíos, dijo Lenin, es vital para impulsar la revolución socialista como único camino para garantizar los derechos de todas las naciones oprimidas. Bajo el liderazgo de Lenin, el Partido Bolchevique estuvo en las primeras filas de la lucha para acabar con los pogromos.

Mientras exista la dictadura del capital —basada en la explotación de clase y el control capitalista de la producción y el comercio— no habrá solución a la marcha recurrente del imperialismo hacia el fascismo y la guerra. El dominio internacional del capitalismo moderno, y la contienda entre las principales potencias imperialistas y sus familias gobernantes para repartirse el mundo, hacen inevitable la recurrencia de crisis sociales y guerras. También hacen inevitables la resistencia y los levantamientos revolucionarios de la clase trabajadora y todos los explotados.

La propia cuestión judía es una cuestión de clase.

Como estamos viendo hoy nuevamente, el odio antijudío ocupa un papel y función permanente para las familias propietarias en la época imperialista.

El único camino para que la clase trabajadora internacional pueda avanzar es el de construir partidos revolucionarios proletarios —partidos comunistas— en los países donde vivimos. Forjar un liderazgo revolucionario con una confianza inquebrantable en la capacidad de la clase trabajadora y los oprimidos de tomar el destino en sus propias manos. Organizarnos siguiendo la marcha histórica de la clase trabajadora para enfrentar a las clases propietarias gobernantes a nivel mundial, tomar el poder estatal y transformar la sociedad.

El pogromo del 7 de octubre

La masacre de judíos en Israel que Hamás, con sus escuadrones de asesinos y violadores, cometió el 7 de octubre fue un pogromo, reaccionario hasta la médula.

Fue organizado gracias a la previa planificación y el pleno apoyo económico y logístico del régimen capitalista contrarrevolucionario de Irán. Teherán y sus máximos dirigentes en el gobierno y el clero celebraron públicamente esta masacre, que también implicó a varios grupos antijudíos más pequeños, principalmente Yihad Islámica y el Frente Popular para la Liberación de Palestina.

La nueva etapa en la guerra contra los judíos y el Estado de Israel, que Hamás desató ese día, sigue ardiendo al momento de publicarse este libro. Además de las batallas que se están librando en Gaza, Hezbolá —el aliado de Hamás engendrado por Teherán— ha lanzado ataques desde Líbano contra poblados civiles en Israel. Continúan las operaciones terroristas de grupos en Yemen, Iraq y Siria que están vinculados al régimen iraní.

Estos acontecimientos representan un parteaguas en la crisis imperialista mundial, con consecuencias imposibles de conocer. Son parte del profundo cambio ya señalado por la primera guerra terrestre en gran escala entre dos estados europeos desde la Segunda Guerra Mundial, que se inició en febrero de 2022 con la invasión a Ucrania por el régimen chovinista gran ruso de Vladímir Putin. Moscú tiene como objetivo ahogar en sangre la independencia y soberanía del pueblo ucraniano, su existencia como nación.

Al contrario de lo que alegan los organizadores de Hamás, y los que apoyan y aplauden el pogromo del 7 de octubre, esa matanza en masa de judíos no fue de ninguna manera un acto antiimperialista. No tuvo nada que ver con defender los intereses del pueblo palestino, ni de los explotados y oprimidos en cualquier parte del mundo.

El 7 de octubre no fue una operación militar en una guerra de liberación nacional. Al contrario. El pogromo fue organizado y ejecutado por escuadrones de la muerte entrenados —matones, asesinos, violadores— que indiscriminadamente mataron, mutilaron, torturaron y abusaron sexualmente a judíos individuales, independientemente de su nacionalidad, edad o sexo.

Las víctimas fueron hombres, mujeres, niños e infantes judíos en los kibutzim cerca de la frontera entre Israel y Gaza, así como las personas que asistían a un gran festival internacional de música. Los escuadrones mataron a unas 1,200 personas, dejaron heridas a más de 5 mil y tomaron como rehenes a más de 240.

Mujeres judías fueron violadas y luego asesinadas, muchas de ellas violadas por grupos de hombres, a veces delante de sus familiares para degradar y humillarlas aún más. Los cadáveres de mujeres fueron mutilados y profanados. Los rehenes han sido y siguen siendo objeto de abusos y tortura.

Hamás también mató a unos 24 árabes israelíes, así como a más de 50 trabajadores inmigrantes de Tailandia, Filipinas, Sri Lanka y otros países. Muchos también fueron brutalizados o secuestrados. No fue por equivocación de Hamás. Estos trabajadores fueron considerados blancos legítimos del pogromo simplemente por asociarse con judíos.

Este fue un pogromo como los que el régimen zarista de Rusia instigó contra los judíos a fines del siglo 19 y principios del siglo 20. La única respuesta de la monarquía rusa “a las manifestaciones del pueblo que reclaman la libertad”, dijo Lenin en 1911, “es desatar a pandillas de hombres que agarran a los niños judíos por las piernas y les rompen la cabeza contra las piedras, que violan a las mujeres judías y georgianas y destripan a los ancianos”.

Nada cambió el 7 de octubre respecto a lo que describió el dirigente bolchevique hace más de un siglo.

La masacre del 7 de octubre fue el peor acto de violencia contra los judíos desde el Holocausto que llevaron a cabo los nazis. Ha sacudido irrevocablemente las esperanzas e ilusiones de los judíos y otras personas de que escaladas de actos antisemitas son una aberración histórica, algo del pasado. De que son excepciones a la regla. De que van a amainar. O de que podemos contar con Washington y otros gobiernos imperialistas “democráticos” para defender a los judíos en este país o en cualquier parte del mundo.

¿Qué nos depara el futuro? ¿Es eterno el odio antijudío?

El orden global impuesto por los vencedores en la carnicería imperialista de la Segunda Guerra Mundial se ha ido desmoronando. Durante décadas, el imperialismo norteamericano, el último imperio del planeta, se ha venido debilitando. Pero la existencia de los gobernantes norteamericanos se basa en dos metas entrelazadas. Una es su incesante competencia para dominar a todos sus rivales imperialistas. La otra, que es vital para la supervivencia del capitalismo, es aplastar el desarrollo de luchas revolucionarias de las clases trabajadoras en cualquier parte del mundo. Esto incluye la política multifacética de Washington a través de las décadas de castigar —de “jamás perdonar y jamás olvidar”— al pueblo trabajador cubano por tener la audacia de hacer una revolución socialista.

La guerra que Washington libró contra Iraq en 1991 —que culminó, bajo las órdenes del mando militar estadounidense, con el infame “tiro al pavo” (turkey shoot) en que perecieron decenas de miles de soldados y civiles iraquíes que iban en retirada— fueron los primeros cañonazos de la Tercera Guerra Mundial. Esa posibilidad ya no es una anticipación; es una realidad que se va desarrollando. Lo único que queda por resolver es la forma y el ritmo de su desarrollo. Solo la clase trabajadora, con acciones revolucionarias victoriosas, puede tomar el poder y quitarles a las clases propietarias la capacidad de hacer la guerra.

Han ocurrido dos grandes revoluciones proletarias en el último siglo. La primera fue la Revolución de Octubre en Rusia, dirigida por Lenin y el Partido Bolchevique que él forjó. La otra fue la revolución socialista cubana, dirigida por Fidel Castro y los cuadros del Ejercito Rebelde y del Movimiento 26 de Julio bajo su mando.

Cada una de estas revoluciones sentó un ejemplo del carácter político de la dirección proletaria que se puede y se debe forjar: un liderazgo comunista, probada en la lucha, que actúe con confianza en las capacidades revolucionarias de la clase trabajadora y los oprimidos.

Raíces fascistas de Hamás

Hamás, que se fundó en 1987, tiene su origen en las clases terratenientes y monarquías del mundo árabe de los años 20 y 30, y también en corrientes y partidos nacionalistas burgueses antiobreros en toda la región desde entonces.

Estas clases dominantes se opusieron a acontecimientos revolucionarios entre el pueblo trabajador en Palestina y otras partes del Medio Oriente, acontecimientos que se inspiraron en el ejemplo de la Revolución Rusa y que fueron recibidos con entusiasmo por la dirección bolchevique. Se fundaron partidos comunistas en Palestina, Egipto y otras partes del Medio Oriente, que al principio nuclearon a trabajadores de mentalidad revolucionaria de origen judío, árabe y otras nacionalidades.

Amin al-Husseini, gran muftí de Jerusalén, saluda a tropas Waffen SS en Bosnia, donde él organizó una división musulmana de las fuerzas nazis. Al-Husseini colaboró con la Hermandad Musulmana, basada en Egipto, de la cual surgió Hamás en 1987 en Gaza. Su objetivo común: exterminar a los judíos.
Archivos Federales AlemanesAmin al-Husseini, gran muftí de Jerusalén, saluda a tropas Waffen SS en Bosnia, donde él organizó una división musulmana de las fuerzas nazis. Al-Husseini colaboró con la Hermandad Musulmana, basada en Egipto, de la cual surgió Hamás en 1987 en Gaza. Su objetivo común: exterminar a los judíos.

En los años 30 y 40, la Hermandad Musulmana, con sede en Egipto, y corrientes reaccionarias afines forjaron relaciones directas con los fascistas en Italia, y especialmente con el partido nazi de Adolfo Hitler en Alemania.

La forma en que Trotsky describió la cultura del fascismo en un manifiesto redactado en mayo de 1940, “La guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, es acertada, más de ocho décadas después, en cuanto a la conducta actual de Hamás y sus aliados. “La única característica del fascismo que no es falsa es su deseo del poder, de subyugación y de saqueo”, escribió Trotsky. “El fascismo es una destilación químicamente pura de la cultura del imperialismo”.

Teherán, Hezbolá, Hamás y sus partidarios proclaman ante el mundo su compromiso a cometer más pogromos. Su bandera es el odio a los judíos: un nuevo Holocausto, para completar la inconclusa “Solución Final”. Rechazan toda “solución” que no sea la eliminación física de los judíos, no solo en el Medio Oriente sino en el mundo entero. Siete millones de los 15.7 millones de judíos viven hoy día en Israel, y un número similar en Estados Unidos, así como números menores pero importantes en otros países.

El odio antijudío es la bandera bajo la cual el régimen clerical-burgués en Irán justifica su campaña expansionista —en muchos casos impulsada por grupos terroristas que Teherán arma y financia en países vecinos— para extender el dominio militar y económico contrarrevolucionario del régimen por todo el Medio Oriente. El objetivo declarado de Teherán de deshacerse de los judíos y eliminar a Israel se hace aún más peligroso para el pueblo trabajador en todas partes debido a su acelerada marcha hacia el desarrollo y el despliegue de un arsenal nuclear estratégico.

El pueblo palestino ha pagado un enorme precio por esta genocida trayectoria antijudía que proclama “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”. La vida y el futuro de los palestinos se ven sacrificados por los dirigentes de Hamás, quienes organizan sus centros de operaciones e instalaciones de artillería dentro, cerca o debajo de hospitales, escuelas y edificios de apartamentos en Gaza. Ellos usan a los civiles como escudos humanos. Educan a los niños para que aspiren al “martirio” y no a la vida. Actúan en colaboración con las agencias y el personal de Naciones Unidas. Para resolver las propias necesidades de Hamás, sus matones armados incautan los suministros de ayuda, incluso los alimentos y medicinas destinados para el pueblo palestino.

El mayor peligro para los judíos y todos los oprimidos en la región y el mundo es el llamado a un cese al fuego antes de que Hamás sea derrotado y antes de que sus estructuras de dirección y mando sean destruidas. El clamor internacional de propaganda a favor de un cese al fuego, lejos de ser una respuesta “pacifista” a la guerra, fue planificada por Hamás y sus secuaces muchos años antes del ataque del 7 de octubre de 2023. Es una campaña de Hamás.

Y la administración demócrata de Joseph Biden —al exigir que Israel declare un cese el fuego antes de que sean destruidas las estructuras de mando de Hamás— está ejerciendo su influencia en contra del derecho de Israel a defenderse como refugio para los judíos. Así confirma nuevamente el carácter antiobrero del gobierno imperialista norteamericano.

Solo con la rotunda derrota de Hamás se podrá crear espacio político para que los trabajadores judíos, árabes y otros trabajadores encuentren un camino para avanzar, juntos, en luchas revolucionarias contra los gobernantes capitalistas de Israel, Palestina, y otras partes de la región.

Forjar un partido proletario revolucionario

La línea de acción que impulsó Lenin para combatir la persecución de los judíos fue parte de forjar el programa proletario, las normas organizativas y los hábitos de conducta del Partido Bolchevique.

Esa perspectiva guió las acciones del partido antes, durante y después de la revolución de octubre de 1917 en Rusia, tanto en el joven estado obrero como en la Internacional Comunista, que se fundó a iniciativa de los bolcheviques en 1919 para construir partidos proletarios dedicados a extender la revolución socialista mundial.

Los dueños de fábricas y terratenientes capitalistas del antiguo imperio zarista, después de ser derrocados, organizaron una sangrienta guerra civil de tres años para recuperar sus propiedades y su poder, con ayuda decisiva de los ejércitos invasores de Londres, París, Berlín, Washington y otros gobiernos imperialistas.

Como parte de las batallas que aplastaron esa contrarrevolución, el Ejército Rojo —iniciado y dirigido por Lenin y bajo el mando de León Trotsky— combatió y derrotó a los pogromistas. Estas victoriosas batallas inspiraron a judíos y a otros trabajadores no solo en el antiguo imperio zarista sino en todo el mundo.

“La policía zarista, en alianza con los latifundistas y los capitalistas, organizó pogromos contra los judíos”, explicó Lenin en un discurso grabado en disco en 1919 que se difundió ampliamente en toda la república soviética.

“Los latifundistas y capitalistas trataron de dirigir contra los judíos el odio de los trabajadores y campesinos atormentados por las necesidades. También en otros países, muchas veces vemos que los capitalistas instigan el odio contra los judíos, para cegar a los trabajadores y desviar su atención del verdadero enemigo de los trabajadores: el capital”, explicó el dirigente bolchevique.

“Vergüenza para el maldito zarismo, que atormentó y persiguió a los judíos. Vergüenza para los que fomentan el odio hacia los judíos, para quienes fomentan el odio hacia otras naciones. ¡Viva la confianza fraterna y la alianza combativa de los trabajadores de todas las naciones en la lucha por derrocar el capital!”

“En la lucha contra el odio antijudío y los pogromos, la continuidad del Partido Socialista de los Trabajadores se remonta a Lenin y la Revolución Bolchevique en Rusia”, afirmó el PST en su primera declaración sobre el pogromo de Hamás del 7 de octubre. Este libro reproduce esa declaración, emitida por Rachele Fruit en una protesta contra la matanza que se realizó en Miami Beach ante el Memorial al Holocausto. Fruit es actualmente la candidata del PST para presidenta de Estados Unidos en 2024.

Esta continuidad bolchevique la llevó adelante Trotsky durante la lucha, a finales de los años 20 y 30, para mantener la trayectoria proletaria internacionalista de Lenin frente a la sangrienta contrarrevolución dirigida por José Stalin. En las selecciones publicadas en este libro, Trotsky describe cómo la burocracia estalinista fomentó el antisemitismo en la Unión Soviética, atacando a los defensores del programa y las acciones de Lenin. Muchos de estos, incluido Trotsky, eran judíos. En los notorios juicios de Moscú orquestados por Stalin entre 1936 y 1938, se utilizó el antisemitismo en contra de los acusados. A raíz de esos juicios amañados, fueron ejecutados prácticamente todos los dirigentes centrales de la Revolución de Octubre que aún quedaban.

Izquierda: Protesta de 50 mil convocada por el PST en febrero de 1939 en respuesta a mitin pronazi de 20 mil en Madison Square Garden, según informó el periódico del partido (centro). Arriba: Guardia de Defensa Sindical, iniciada por el Local 544 del sindicato Teamsters, que derrotó intento de los patrones de usar a los Camisas Plateadas fascistas para aplastar el sindicato y atacar a judíos. Fue decisivo el programa proletario y la composición obrera del PST.
Izquierda: Protesta de 50 mil convocada por el PST en febrero de 1939 en respuesta a mitin pronazi de 20 mil en Madison Square Garden, según informó el periódico del partido (centro). Arriba: Guardia de Defensa Sindical, iniciada por el Local 544 del sindicato Teamsters, que derrotó intento de los patrones de usar a los Camisas Plateadas fascistas para aplastar el sindicato y atacar a judíos. Fue decisivo el programa proletario y la composición obrera del PST.

Durante esos años el PST —colaborando estrechamente con Trotsky, quien se encontraba exiliado en México— impulsó la lucha contra las devastadoras consecuencias sociales para el pueblo trabajador de la profunda depresión y crisis social del capitalismo mundial y la marcha hacia una segunda guerra imperialista. Trotsky advirtió sobre el ascenso de movimientos fascistas entre las clases medias desesperadas —impulsadas por su temor ante el abismo— acompañado de “un monstruoso crecimiento del antisemitismo violento en todo el mundo”.

A finales de los años 30, a medida que los gobernantes norteamericanos se aprestaban a ingresar en la creciente guerra mundial para defender sus propios intereses capitalistas, los trabajadores comunistas en el PST libraron y ganaron una batalla política contra una facción minoritaria en el partido que estaba claudicando ante las presiones de la creciente propaganda bélica y del entorno social de los voceros de clase media de los gobernantes. La oposición rompió con el marxismo en torno a dos cuestiones inseparables: oponerse a los objetivos bélicos de los imperialistas norteamericanos, y profundizar la composición proletaria del partido y su orientación hacia la clase trabajadora y los sindicatos.

La exitosa lucha del PST por un partido proletario fue decisiva en su respuesta a los esfuerzos entre las familias propietarias gobernantes para desatar a matones fascistas y usar a los judíos como chivos expiatorios por los crecientes males del capitalismo. Los gobernantes pretendían desviar la rabia de las clases medias inseguras o arruinadas y de sectores del pueblo trabajador, para que no dirigieran esa ira contra los gobernantes capitalistas, los responsables del desempleo, las ventas hipotecarias de fincas y otras consecuencias de la crisis social y económica de los años 30.

El libro también contiene los relatos de dos antiguos secretarios nacionales del PST, Farrell Dobbs y James P. Cannon. Ellos describen cómo se organizó en 1938 una guardia de defensa sindical en Minnesota, con una amplia base, que logró derrotar los intentos —instigados por los patrones— de un grupo fascista norteamericano, los Camisas Plateadas, de destruir el sindicato Teamsters y frenar las iniciativas hacia la acción política independiente por parte de la clase trabajadora. Desde luego, la promoción del odio a los judíos fue parte integral de la demagogia fascista. Al enterarse de los planes de los Camisas Plateadas de desbaratar sindicatos, el rabino Albert Gordon de Minneapolis acudió a los Teamsters para responder a este peligro derechista. La guardia de defensa obrera, con amplio apoyo entre la clase trabajadora, realizó una muestra pública de fuerza que echó por tierra los planes de los fascistas y los hizo huir de la ciudad.

Posteriormente, trabajadores y sindicalistas en Nueva York solicitaron la colaboración de los dirigentes de los Teamsters en Minneapolis para oponerse a las actividades antisindicales y antisemitas de fuerzas fascistas en esa ciudad y en el vecino estado de Nueva Jersey. Se movilizaron 50 mil personas en una manifestación en Nueva York iniciada por el Partido Socialista de los Trabajadores en Nueva York, contrarrestando así un mitin de 20 mil personas organizada por un grupo fascista, el Bund Germano-Americano, en el Madison Square Garden.

No hay refugio para judíos en la época imperialista

“Desde el río hasta el mar, Palestina será libre” no es nada nuevo. Como dijo Hamás en su acta de fundación en 1988, la premisa antisemita de esa consigna “se planteó en los Protocolos de los sabios de Sión”, la notoria falsificación de la policía secreta zarista de 1905 que presuntamente daba pruebas de los “planes para la dominación universal del judaísmo internacional”.

Desde Mein Kampf (Mi lucha) de Hitler y las manifestaciones de Nuremberg hasta el acta de fundación de Hamás y las justificaciones actuales para el 7 de octubre, todos tienen las mismas bases antiobreras.

El mensaje es claro: ¡Expulsen a los judíos! ¡Maten a los judíos! Desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, y en cualquier otra parte del planeta donde se pueda hallar y atacar a un judío, sea una sinagoga o una tienda kosher, un festival de música, una guardería infantil o una escuela. Destruir a Israel como refugio para los judíos.

En la época imperialista, no puede existir un refugio permanente para los judíos. Eso solo puede cambiar con la victoria de la revolución proletaria en regiones decisivas del mundo.

La campaña “del río al mar” no tiene nada que ver con las aspiraciones nacionales de ningún pueblo oprimido, ni en Palestina ni en Irán, el Medio Oriente, África de Norte o donde sea. No tiene nada que ver con la lucha de los oprimidos y los trabajadores explotados contra el imperialismo. Nada que ver con la lucha obrera por su emancipación de la dictadura del capital y de las clases gobernantes explotadoras.

Al contrario, la campaña internacional por un cese el fuego inmediato solo beneficia los intereses de clase de los liderazgos nacionalistas-burgueses reaccionarios del régimen de Irán y de Hamás, Hezbolá, Yihad Islámica y un puñado de otros. Y las clases gobernantes más poderosas y despiadadas del mundo, encabezadas por la de Estados Unidos, están usando esa campaña para promover sus propios intereses económicos, militares y políticos y su dominio de clase en el mundo.

¿Qué hacer?

El establecimiento de Israel se hizo inevitable con la Segunda Guerra Mundial.

En los años previos y durante la Segunda Guerra Mundial, las potencias imperialistas predominantes cerraron la puerta a casi toda la inmigración judía. Esa fue la política que llevaron a cabo Washington y Londres, bajo la dirección de Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill, y que siguieron las clases gobernantes de Canadá, Australia y otros países.

Después de la guerra —tras el exterminio genocida por parte de Hitler del 40 por ciento de la población judía mundial, de seis millones de seres humanos— los vencedores imperialistas en Washington y Londres mantuvieron sus fronteras cerradas durante tres años más. Relegaron a más de 250 mil sobrevivientes judíos a “campos de desplazados” apenas habitables en Alemania, Austria e Italia, los países europeos derrotados.

¿Adónde se suponía que debían ir los judíos?

Carretera de Kuwait a Basora, Iraq, donde los bombardeos estadounidenses masacraron a miles de soldados y civiles iraquíes que huían, febrero 1991. Mientras exista la dictadura del capital —basada en la explotación de clase y el control capitalista de la producción y el comercio— no habrá solución a la marcha del imperialismo hacia el fascismo y la guerra.
Carretera de Kuwait a Basora, Iraq, donde los bombardeos estadounidenses masacraron a miles de soldados y civiles iraquíes que huían, febrero 1991. Mientras exista la dictadura del capital —basada en la explotación de clase y el control capitalista de la producción y el comercio— no habrá solución a la marcha del imperialismo hacia el fascismo y la guerra.

Las posibilidades de extender la revolución socialista en Europa fueron traicionadas por el régimen de Stalin y los distintos Partidos Comunistas nacionales. En Alemania, a principios de los años 30, sabotearon las oportunidades revolucionarias que pudieran haber unificado al movimiento obrero y derrotado a los nazis antes de que estos consolidaran su poder.

En Francia, en 1936 1937, socavaron una situación prerrevolucionaria al incorporarse al gobierno del llamado Frente Popular, formando una alianza con un ala de la burguesía. En España enfilaron sus armas contra los trabajadores de mentalidad revolucionaria que combatían a las fuerzas fascistas, las cuales derrotaron al pueblo trabajador en 1939.

Una victoria revolucionaria en uno o más de esos países podría haber prevenido la catástrofe humana de la Segunda Guerra Mundial.

Después de la guerra surgieron luchas revolucionarias en Grecia, Francia e Italia. Pero los trabajadores armados que buscaban un camino hacia la revolución socialista se vieron bloqueados por partidos estalinistas para no perturbar la repartición de Europa entre “esferas de influencia” dominadas por Moscú, Washington y Londres. Sobre las cenizas de la guerra, los partidos imperialistas en Estados Unidos, el Demócrata y el Republicano, establecieron un nuevo orden mundial dominado por Washington, un orden que ahora ha empezado a resquebrajarse.

Bajo la bandera de la lucha contra el fascismo, los imperialistas justificaron sus rapaces objetivos bélicos presentando una imagen falsa de las poblaciones de Alemania y Japón como uniformemente reaccionarias. Pero el objetivo de las fuerzas armadas imperialistas norteamericanas y británicas al lanzar bombardeos incendiarios contra barrios obreros en las principales ciudades alemanas y japonesas fue impedir las luchas de trabajadores después de la guerra. Ese también fue el objetivo del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki por parte de Washington.

Fue esta historia, fueron estas realidades de la lucha de clases, lo que hicieron inevitable la creación de Israel. No como una “realización del sionismo”. Aunque Londres y Washington utilizaron la política de “divide y vencerás” contra los judíos y los árabes por igual (como hicieron las potencias colonizadoras en India y Paquistán, en toda África y otras partes del mundo), la existencia de Israel no fue la imposición de un “estado colono-colonial”.

Israel se hizo inevitable como refugio para los judíos. Pero no es una solución al odio antijudío o a los pogromos. En la época imperialista no existe un lugar seguro para los judíos, en ninguna parte del mundo.

La defensa del derecho de Israel a existir se basa en esa historia. Es un país que ofrece santuario a los judíos, de cualquier país, en cualquier momento, frente a la persecución y la violencia.

Únicamente bajo estas condiciones será posible que los trabajadores en Israel y en la región —judíos, palestinos, de otros orígenes nacionales— tengan el espacio político necesario para desarrollar confianza mutua y unidad en una lucha común. Y esta solidaridad de clase, a su vez, abrirá paso a la lucha para forjar un partido comunista, un partido proletario, capaz de dirigir a la clase trabajadora y sus aliados oprimidos y explotados hacia una revolución socialista.

Hoy día diversas corrientes sionistas insisten, equivocadamente, en que el odio a los judíos es eterno. Algunos también argumentan que la persecución de los judíos se debe a prejuicios inherentes en la clase trabajadora, y que, por tanto, siempre será necesario mantener un estado burgués judío cerrado e insular. Pero es todo lo contrario.

De hecho, es en la clase trabajadora de Estados Unidos y otros países donde hallamos la más profunda repugnancia hacia el pogromo del 7 de octubre. Es ahí donde los trabajadores comunistas encuentran la mayor receptividad a la lucha contra la persecución de los judíos. No entre los profesionales privilegios y las clases medias, ni en las universidades, donde hoy aflora el odio antijudío.

Es entre el pueblo trabajador donde los comunistas encuentran interés en una explicación de por qué la lucha contra el odio a los judíos y los pogromos es tan vital para el movimiento obrero.

Lenin tuvo razón cuando insistió en 1903 en “el vínculo que indudablemente existe entre el antisemitismo y los intereses de la burguesía, y no los intereses de sectores proletarios de la población”.

En 1937 Trotsky planteó la interrogante de si una federación socialista mundial haría posible “que los judíos que así lo desearan tuvieran su propia república autónoma como ámbito para su propia cultura”. Un gobierno proletario nunca “recurriría a la asimilación forzosa”, dijo Trotsky. Y “es muy posible que, al cabo de dos o tres generaciones, desaparecerían las fronteras de una república judía independiente, al igual que las de muchas otras regiones nacionales . . .” .

“Tengo en mente un período histórico transitorio, durante el cual la cuestión judía como tal sigue siendo aguda y requiere medidas apropiadas por parte de una federación mundial de estados obreros”, agregó Trotsky. Una república judía autónoma “adquiriría, en el marco de una federación socialista, un significado real y beneficioso…. ¿Cómo podría oponerse a esto un marxista, o incluso un demócrata consecuente?”

En su “Llamamiento a los judíos estadounidenses amenazados por el fascismo”, escrito en 1938, Trotsky explicó que se podía anticipar el más virulento antisemitismo en las potencias imperialistas más fuertes, “sobre todo en Estados Unidos”. En medio de una catástrofe económica y social del capitalismo mundial y de avances fascistas, dijo Trotsky, “es posible imaginar sin dificultad lo que les espera a los judíos cuando apenas estalle la futura guerra mundial. Pero aún sin la guerra, el próximo desarrollo de las fuerzas reaccionarias a nivel mundial significará con toda seguridad el exterminio físico de los judíos”.

“Ahora más que nunca”, concluyó el dirigente bolchevique, “el destino del pueblo judío —no solo su destino político sino también su destino físico— está indisolublemente ligado a la lucha emancipadora del proletariado internacional”.

Estas palabras se mantienen vigentes. Una victoriosa revolución socialista en Estados Unidos es tanto necesaria como posible. Lo que hace falta, lo que hay que forjar, es un partido obrero revolucionario, dotado de un programa comunista y una dirección proletaria probada en el combate.

Eso es por lo que el Partido Socialista de los Trabajadores está luchando para forjar. El partido de la revolución socialista norteamericana. Una transformación revolucionaria —parte de una revolución socialista mundial cada vez más amplia— que abra paso a la reconstrucción de la sociedad sobre la base de la solidaridad humana.

30 de marzo de 2024