Revolución socialista cubana muestra camino para trabajadores

14 de agosto de 2023
Al frente desde la izq. Raúl Castro, Juan Almeida y Fidel Castro con otros combatientes de asalto al cuartel Moncada al salir de prisión en Isla de Pinos, mayo 1955, tras campaña nacional.
Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado de CubaAl frente desde la izq. Raúl Castro, Juan Almeida y Fidel Castro con otros combatientes de asalto al cuartel Moncada al salir de prisión en Isla de Pinos, mayo 1955, tras campaña nacional.

El 26 de julio celebramos el 70 aniversario del ataque dirigido por Fidel Castro contra el cuartel Moncada en Santiago de Cuba que marcó el inicio de la Revolución Cubana. El ataque ocurrió poco más de un año después de que Fulgencio Batista tomó el poder. Su dictadura, respaldada por Washington, profundizó el saqueo de los trabajadores y agricultores de Cuba y de los recursos del país.

70 aniversario del
inicio de la guerra
revolucionaria en Cuba

Desde el punto de vista militar, el ataque fue un fracaso. De unos 160 combatientes revolucionarios, más de 60 murieron, 56 fueron capturados, torturados y asesinados por los esbirros de Batista.

Desde el punto de vista político, fue el inicio del fin de la dictadura.

Castro y otros sobrevivientes fueron enjuiciados. Su testimonio ante el tribunal fue reconstruido cuidadosamente, y sacado clandestinamente de la prisión y publicado bajo el título de “La historia me absolverá”. Se convirtió en el programa del Movimiento 26 de Julio y decenas de miles de copias se distribuyeron por toda la isla.

Castro y los otros combatientes fueron declarados culpables, pero debido a las crecientes protestas del pueblo trabajador, Batista se vio obligado a concederles amnistía y fueron excarcelados el 15 de mayo de 1955.

La lucha revolucionaria se profundizó y el 1 de enero de 1959 Batista huyó del país anticipando los avances del Ejército Rebelde. Fidel Castro entró a La Habana una semana después, liderando a un pueblo trabajador resuelto a implementar ese programa.

En los dos años siguientes, ellos habían realizado la primera revolución socialista en las Américas e inspirado a una nueva generación de luchadores comunistas por todo el mundo.

A continuación publicamos un extracto de “La historia me absolverá”.

* * *¿Por qué teníamos la seguridad de contar con el pueblo?

Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que les viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo.

Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, . . . sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre.

La primera condición de la sinceridad y de la buena fe en un propósito, es hacer precisamente lo que nadie hace, es decir, hablar con entera claridad y sin miedo. . . . Los revolucionarios han de proclamar sus ideas valientemente, definir sus principios y expresar sus intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni enemigos.

Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento;

a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra;

a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba;

a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que tienen que irse;

a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga;

a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales;

a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica.

¡Ese es el pueblo que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! ¡A ése el pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: “Te vamos a dar”, sino: “¡Aquí tienes, lucha ahora con toda tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!”