A continuación publicamos la presentación de Mary-Alice Waters en un panel de discusión en Guangzhou, China, parte de los 50 paneles que se realizaron en la Décima Conferencia Internacional de ISSCO, la Sociedad Internacional para el Estudio de los Chinos de Ultramar. El encuentro se celebró del 8 al 11 de noviembre de 2019 en la Universidad de Jinan (ver artículo en el número 48 del Militante en 2019).
Waters es presidenta de la editorial Pathfinder y editora de Nuestra historia aún se está escribiendo: La historia de tres generales cubano-chinos en la Revolución Cubana, por Armando Choy, Gustavo Chui y Moisés Sío Wong. El título de su presentación fue “Los lazos culturales, diplomáticos y comerciales entre la República Popular China y Cuba en la actualidad”. Desde el público participaron la cónsul general de Cuba en Guangzhou, Denisse Llamos Infante, y el cónsul Hansel Díaz Laborde. Copyright © 2020 por Pathfinder Press. Reproducido con autorización.
❖POR MARY-ALICE WATERS
Hace 60 años en Cuba, un siglo de lucha revolucionaria contra el colonialismo español y el dominio imperialista norteamericano culminó con una victoriosa revolución socialista. Fue una profunda revolución popular. El pueblo trabajador —millones de personas de todas las edades, tanto hombres como mujeres— se transformó al luchar por la independencia, por la soberanía, por la dignidad, y comenzó a transformar su sociedad.
Ante la agresión militar y el sabotaje económico de Washington, apoyado por otras potencias imperialistas, los trabajadores y campesinos de Cuba defendieron y profundizaron sus conquistas iniciales. Establecieron un gobierno y un estado propio, el cual promovió los intereses de los que habían integrado las capas más oprimidas y explotadas de la población.
Pusieron fin a la propiedad capitalista de la tierra, las fábricas y los bancos. Entregaron tierra a los campesinos que la trabajaban. Proscribieron la discriminación basada en raza en todas las instalaciones públicas. Incorporaron a millones de mujeres al empleo y a la actividad social y política. Con una movilización popular de cientos de miles de jóvenes, fueron a las sierras, a los barrios obreros y a las zonas rurales, y erradicaron el analfabetismo en Cuba en menos de un año. Armaron a los trabajadores y agricultores y los organizaron en milicias disciplinadas para defender el país que estaban edificando sobre nuevas bases económicas y sociales.
Y contra viento y marea, durante más de seis décadas, el pueblo trabajador cubano ha logrado mantener a raya al imperio más poderoso que el mundo verá jamás.
Cubanos de ascendencia china
Para los cubanos de ascendencia china, las consecuencias de estas históricas conquistas no tienen precedentes. Hay una cosa que distingue las actuales condiciones económicas y sociales de vida de los cubanos de origen chino, en contraste con las comunidades chinas en el resto del mundo. Es la ausencia casi total de discriminación o prejuicios contra los cubano-chinos y sus descendientes.
Esa situación singular es un hecho asombroso. La mayoría de los presentes en esta sala conoce bien por sus propias experiencias el sinnúmero de formas de prejuicios antichinos en el resto del mundo. Eso, por sí solo, justificaría una mirada más detenida a la Revolución Cubana. En Cuba ya no hay oficios típicamente chinos, ya sea en restaurantes o lavanderías, pequeños comerciantes o familias que cultivan verduras y frutas para mercados urbanos.
No existe un techo de cristal. No existen campos de actividad o niveles de responsabilidad directiva donde no se encuentren personas de ascendencia china. Ya sean ministerios del gobierno, dirigentes de organizaciones de masas de la Revolución Cubana, generales, artistas, científicos o lo que sea.
Esteban Lazo, presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, es un cubano de ascendencia china y africana.
Lázaro Barredo, quien hasta hace poco había sido director general durante muchos años de Granma, diario del Partido Comunista de Cuba, es un cubano de ascendencia china.
Wifredo Lam, uno de los artistas de renombre mundial en el siglo XX, era un cubano de ascendencia china y africana que entretejió hilos de esas culturas en la riqueza de sus pinturas.
Otro ejemplo —que utilizaré hoy, ya que lo conozco mejor— son los tres generales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba: Moisés Sío Wong, Gustavo Chui y Armando Choy. Sus historias se presentan, y se encuentran aquí en la conferencia, en el libro Nuestra historia aún se está escribiendo, publicado en inglés, español, chino, persa y ahora, apenas esta semana, también en francés.
Capitalistas dividen y vencen
Las lecciones de la Revolución Cubana son especialmente importantes en el actual mundo de creciente crisis capitalista. Porque el chovinismo y la xenofobia son armas predilectas de las clases dominantes para tratar de dividir al pueblo trabajador y enfrentarnos unos contra otros. Intentan convencernos de que nuestros problemas no provienen de quienes nos explotan, sino de “inmigrantes que nos roban nuestros trabajos” o vecinos cuyo color de piel o religión son diferentes de los nuestros.
Es una historia que los chinos de ultramar conocen bien. No es nuevo lo que sucede hoy en Asia, en América, en Europa, en África. Durante siglos los chinos de ultramar han sido un blanco importante de los ataques contra “extranjeros”, desde las formas más sutiles de discriminación y odio racial hasta la violencia de turbas, leyes de exclusión y pogromos. Este es el contexto en que se destaca el ejemplo de Cuba.
El impacto de esta historia en los chinos que viven en el exterior se subraya en el prólogo de Wang Lusha a la edición de 2017 de Pathfinder de Nuestra historia aún se está escribiendo. Wang es el joven guionista de cine y televisión que tradujo el libro al chino. Como estudiante universitario, estudió en Nueva Zelanda y Holanda. En el prólogo describe cómo enfrentó la discriminación y los prejuicios antichinos por primera vez mientras vivía en esos países, y el sentido de inferioridad que le causaron.
“Pero un hombre cambió mi manera de pensar”, escribe Wang. “Ese hombre fue el general Moisés Sío Wong”. Por casualidad, como explica Wang, encontró el nombre de Sío Wong navegando por la Internet y leyó que era general de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba y asesor del entonces vicepresidente cubano Raúl Castro. Wang dice que pensó que eso era imposible. No podía ser cierto.
Entonces comenzó a tratar de averiguar más sobre Moisés Sío Wong y, en el proceso, un amigo en Christchurch, Nueva Zelanda, le dio un ejemplar de Nuestra historia aún se está escribiendo.
“Al leer las páginas de este libro, fui quedando más y más asombrado”, señaló Wang. Descubrió que había muchos chinos en Cuba, además del general Sío Wong, “que hicieron notables aportes”.
Al aprender acerca de los chinos en Cuba, escribe Wang, recuperó su confianza y su orgullo de haber nacido chino.
¿Ya no hay chinos en Cuba?
La historia de los chinos en Cuba no es el tema de mi presentación de hoy. Pero para quienes todo esto es nuevo, esa historia comenzó en 1847 cuando, en el transcurso de un cuarto de siglo, más de 140 mil trabajadores chinos fueron llevados en servidumbre a Cuba como parte de lo que se conoció como “la trata culí”. Trabajaron en las haciendas azucareras de Cuba bajo condiciones casi de esclavitud. Muchos abandonaron los cañaverales, se sumaron a los mambises, el ejército de liberación que luchaba para independizarse de España, y se quedaron en Cuba, donde se integraron al pueblo trabajador cubano.
A menudo se oye decir en Cuba que la nacionalidad cubana se forjó con una tercera parte española, una tercera parte africana y una tercera parte china.
La inmigración china a Cuba tuvo altibajos durante un siglo. En los años 30, el Barrio Chino de La Habana era el segundo del hemisferio occidental en tamaño y vida cultural después del Barrio Chino de San Francisco. Era el más grande de toda América Latina.
Al igual que en otros países, la población china en Cuba muy pronto se dividió en clases. Incluía vendedores ambulantes, jornaleros, trabajadores de lavandería y campesinos. Pero en el siglo XX también ya había acaudalados terratenientes, dueños de grandes tiendas, restaurantes y clubes, banqueros y otros con mucha riqueza. Según el censo de Cuba de 1899, en esa época había 42 propietarios chinos de plantaciones azucareras.
Es común en Estados Unidos oír que ya no hay chinos en Cuba, que “todos se fueron después del triunfo de la revolución”. Como muchas otras cosas que se dicen en Estados Unidos acerca de Cuba, es simplemente falso. Entre 1959 y 1968, los hacendados, banqueros y comerciantes acomodados, tras fracasar en sus intentos de salvar a la dictadura de Batista respaldada por Washington o establecer otro régimen burgués, huyeron del país. Eso sí es verdad.
Pero decenas de miles de cubanos de ascendencia china se encontraban entre los millones de cubanos que integraron las milicias obreras, expulsaron el crimen organizado del Barrio Chino de La Habana y repelieron la invasión instigada por Washington en la Bahía de Cochinos (Playa Girón) en 1961. Ellos y sus descendientes se encuentran hoy en todas partes de Cuba, en todos los oficios. Basta con caminar por las calles de cualquier ciudad de Cuba para ver características chinas en rostro tras rostro. La verdad es obvia.
República Popular China
Quiero enfocarme durante el tiempo que me queda en el tema principal de mi presentación: algunos de los hitos en las relaciones políticas, económicas y diplomáticas entre la República Popular China y Cuba en los últimos 60 años. Y los diferentes puntos de partida políticos y de clase que han marcado esas relaciones.
Cuando el movimiento revolucionario dirigido por Fidel Castro tomó el poder a principios de los años 60, el nuevo gobierno inmediatamente se acercó a China. Se identificaban con las victoriosas luchas antiimperialistas del pueblo chino que llevaron a la creación de la República Popular China en 1949. En septiembre de 1960, Cuba fue el primer país de América Latina que reconoció lo que los gobernantes capitalistas llamaban “China Roja”, desafiando el chantaje económico de Washington, que mantuvo a los demás países de América alineados con Taiwán durante décadas.
De manera recíproca, al aumentar los ataques del gobierno norteamericano contra la Revolución Cubana, Beijing intervino con ayuda, sobre todo con envíos de arroz que tanto necesitaban. Antes de la revolución, la mayoría del arroz consumido en Cuba se importaba de Estados Unidos. Ese comercio terminó abruptamente a principios de los años 60 como parte de la ruptura casi total de las relaciones económicas y financieras de Washington con Cuba. La ayuda de China fue muy apreciada.
Pero los primeros años de la Revolución Cubana también coincidieron con las divisiones que crecieron muy rápidamente entre los gobiernos de China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, lo que se llegó a conocer como el conflicto sino-soviético. La dirección cubana encabezó una apasionada batalla política para convencer tanto a Moscú como a Beijing de que dejaran de lado sus intereses faccionales y se unieran en apoyo a la lucha de liberación nacional de Vietnam contra la guerra asesina librada por Washington y sus aliados imperialistas. Es muy conocido el llamamiento de Che Guevara en 1966 a “crear dos, tres. . . muchos Vietnam” en solidaridad con la lucha vietnamita.
A finales de 1965, en un intento del gobierno chino de presionar a la dirección cubana para que se alineara con ellos en vez de Moscú, Beijing abruptamente recortó casi la mitad de sus envíos urgentes de arroz a Cuba. Fidel Castro emitió una respuesta pública mordaz.
En una declaración en febrero de 1966 publicada por Prensa Latina, Castro calificó la acción de la dirección china como “una muestra de absoluto desprecio hacia nuestro país. . . y hacia la dignidad de nuestro pueblo”. En un discurso público en La Habana un mes después, él dijo que los altos funcionarios del gobierno chino habían “introducido en las revoluciones socialistas contemporáneas el estilo de las monarquías absolutas”; que olvidaban “la verdad marxista” de que no son los hombres “sino los pueblos los que escriben la historia”; que habían “endiosado a Mao Tse-tung”.
Al desenvolverse la llamada Revolución Cultural en China a finales de los años 60, la dirección cubana se horrorizó ante su trayectoria destructiva, la manera en que arrasó la cultura y la educación, su violento faccionalismo y aventurerismo, copiado y practicado por partidos pro-maoístas en todas partes, incluso en América Latina.
Los dirigentes cubanos consideraron que las divisiones faccionales engendradas por esta línea promovida por Beijing fueron uno de los factores que llevaron a la derrota en 1967 del frente guerrillero dirigido por Che Guevara en Bolivia y a la muerte de Che en combate.
La Revolución Cultural también tuvo consecuencias en Cuba cuando cubano-chinos que respaldaban la dirección de Mao lograron tomar control brevemente del Casino Chung Wah en La Habana, la principal asociación china en el país, hasta que algunos de ellos abandonaron Cuba revolucionaria y se fueron a la República Popular China en 1968.
Aunque los dos gobiernos nunca rompieron sus lazos diplomáticos, sus relaciones estuvieron en estado de congelación durante el segundo lustro de los años 60, situación que duró casi un cuarto de siglo. Fueron años cuando los gobiernos de Cuba y de la RPC se encontraron en lados opuestos de las barricadas en decisivas batallas internacionales de clases.
Uno de los principales conflictos fue en torno al sangriento golpe de estado de 1973 en Chile, después del cual Beijing desarrolló lazos estrechos con la dictadura militar, incluidas dos visitas de estado del general Augusto Pinochet a la RPC. Entre otros conflictos figuró la invasión de Beijing a Vietnam por su frontera norte en 1979, que fue denunciada como “criminal” por el gobierno cubano. Y también la misión internacionalista cubana en los años 70 y 80 para ayudar a repeler las invasiones a Angola por el régimen del apartheid sudafricano, apoyado por Washington, cuando el régimen chino ayudó a las fuerzas contrarrevolucionarias angolanas alineadas con Pretoria y Washington.
Se inician nuevas relaciones
A fines de los 80 se inició una nueva etapa en las relaciones entre los dos gobiernos con el “desmerengamiento”, según lo denominó el presidente cubano Fidel Castro al referirse al derrumbe de los regímenes en la Unión Soviética y Europa oriental que se habían hecho pasar por “socialistas”. Prácticamente de la noche a la mañana, Cuba perdió el 85 por ciento de su comercio exterior, lo cual paralizó abruptamente la agricultura, la industria, el transporte y otras actividades económicas. De ahí la crisis económica y política que se conoce en Cuba como el Período Especial.
Estas conmociones transcendentales coincidieron con otro hito: los sucesos de la plaza Tiananmen en la primavera de 1989. Frente a las grandes movilizaciones de jóvenes que reivindicaban reformas políticas y económicas, el gobierno chino declaró ley marcial y usó el Ejército Popular de Liberación para poner fin a las protestas, causando un sinnúmero de muertes.
En medio del aislamiento casi total de Beijing a nivel internacional, la dirección cubana apoyó las acciones del liderato chino. Fidel las llamó “lamentables” y dijo que fueron mal manejadas, tal vez por inexperiencia, pero que la dirección china no tenía otra alternativa.
En 1993, por primera vez, el presidente de China, Jiang Zemin, visitó Cuba, e igualmente por primera vez, el presidente cubano Fidel Castro correspondió con un viaje a China en 1995. El gobierno chino también comenzó a proporcionar ayuda económica vital de emergencia a Cuba. Hasta el día de hoy, los cubanos se refieren al medio millón de bicicletas chinas que fueron uno de los medios de transporte más utilizados en esos años. Poco después, ese grato hecho fue seguido por una fábrica de bicicletas, construida con equipo y ayuda de China, y administrada por la UJC, la Unión de Jóvenes Comunistas.
Según algunos informes, el gobierno chino otorgó más de mil millones de dólares en préstamos a Cuba durante la década de 1990. Algunos de los intereses y capitales fueron reducidos posteriormente cuando se renegociaron los términos en 2011. Pero el gobierno cubano sigue cumpliendo rigurosamente los sustanciales pagos anuales.
Sin embargo, por importante que fuera la ayuda china a Cuba, no se puede comparar ni remotamente con las inversiones chinas en otras partes de América Latina, incluidos los 65 mil millones de dólares que, según se informa, invirtieron en Venezuela entre 2005 y 2017. De acuerdo a informes recientes, China ha anunciado planes para aumentar sus inversiones globales en América Latina a 250 mil millones para 2025.
El comercio global entre América Latina y China asciende actualmente a unos 260 mil millones de dólares al año. Solo 2 mil millones de esta suma corresponden a Cuba.
No obstante, lo que quiero destacar es que estos lazos comerciales y préstamos no tienen nada que ver con solidaridad internacional. Se basan estrictamente en las relaciones de mercado y en potenciar al máximo las ganancias para el prestamista. La inversión en proyectos de infraestructura como puertos y ferrocarriles está vinculada siempre a la compra de equipos y materiales chinos y se financia en gran parte con préstamos que deben ser pagados puntualmente en su totalidad. Esa es la base de la famosa Iniciativa de la Franja y la Ruta por parte de Beijing.
Como solía decir Sío Wong: “Nuestros amigos chinos no le regalan nada a nadie”.
En el mundo capitalista, algunos “expertos” académicos sobre la Revolución Cubana bromean con regocijo, si bien incorrectamente, que China se ha convertido en el “Fondo Monetario Internacional de Cuba”.
Mientras tanto, a pesar de muchos memorandos de entendimiento suscritos con Beijing, compromisos de cooperación y amistad, y delegaciones comerciales recíprocas entre los dos países, la mayoría de los proyectos importantes con Cuba aún no se han materializado. Es el caso, hasta la fecha, de los fondos para revitalizar la producción de níquel en el oriente de Cuba, modernizar la refinería de petróleo en Cienfuegos y construir hoteles de lujo y campos de golf en terrenos de primera.
La política del liderato chino ha sido explícita en todo momento: ejercer presión sobre la dirección cubana para que cumpla con sus pagos a la deuda internacional y para que adopte el ejemplo chino del “socialismo de mercado”. Adaptando una frase de Deng Xiaoping se podría llamar más exactamente “capitalismo con características chinas”.
¡Fin a guerra económica de EUA!
Finalizo con el siguiente punto. La profundidad de la crisis económica que hoy día enfrenta el pueblo trabajador cubano no es secreto para ninguno de nosotros. Es severa.
Como dijo el ministro del exterior cubano Bruno Rodríguez a más de mil participantes en una conferencia internacional de solidaridad celebrada en La Habana a principios de noviembre: “Siento el deber de expresarles que vienen tiempos difíciles”.
El incesante estrangulamiento económico del pueblo trabajador cubano por parte del imperialismo estadounidense, con sus efectos brutalmente desgastantes, le cobra un alto precio acumulativo a un pueblo cuyo “delito” es que se niega volver a convertirse en vasallo del imperialismo norteamericano.
Hoy en Cuba hay notables escaseces de productos de aseo personal, con las consecuencias que sabemos que eso tiene para la dignidad y el sentido de bienestar de las personas. Es difícil obtener combustible diésel, medicinas, gas para cocinar y muchos productos alimenticios.
Y Washington nuevamente está apretando el nudo económico, buscando todas las formas de impedir que lleguen importaciones y divisas vitalmente necesarias. Es una vieja historia. Todos hemos perdido la cuenta de las veces en los últimos 60 años, tanto con administraciones republicanas como demócratas, que el péndulo ha oscilado en esta dirección. De hecho, en la mayoría de los casos han intensificado la presión económica bajo la dirección del Partido Demócrata.
Si uno sigue los medios burgueses, ya sean medios “masivos” o “sociales”, lo único que se escucha es que las dificultades que enfrenta el pueblo trabajador cubano son el resultado inevitable de seis décadas de esfuerzos para avanzar por un camino socialista a contrapelo de lo que los capitalistas consideran la “naturaleza humana”, es decir, la codicia y explotación del “sálvese quien pueda”.
Cualesquiera que sean los errores y pasos en falso que han hecho los dirigentes cubanos (y ellos son los primeros en reconocerlos) no es difícil imaginar cómo sería Cuba hoy —otrora uno de los países económicamente más desarrollados de América Latina capitalista— si no hubiera sido por los 60 años de estrangulamiento económico por parte de Washington. Los nuevos lineamientos cubanos de política social y económica, adoptados en 2011 tras un extenso debate nacional, así como la nueva constitución que entró en vigor a principios de este año, son un reconocimiento de las consecuencias de las décadas de guerra por parte del imperialismo. El gobierno cubano ha tenido que introducir un mayor espacio para las relaciones de mercado en Cuba. Pero la lección no es la inevitable bancarrota del socialismo. Es todo lo contrario.
Lo que se desprende de esta historia es la capacidad del pueblo trabajador en Cuba de hacer y defender su revolución desde 1959 frente a esta implacable arremetida del imperialismo norteamericano.
Lo sorprendente no es que se vean forzados a llevar a cabo un repliegue. Más bien, es el ejemplo perdurable de lo que es posible cuando la clase trabajadora y sus aliados toman el poder, transformándose mientras luchan por transformar el mundo.
Terminaré citando las palabras de Sío Wong en una conferencia de ISSCO, como esta, que tuvo lugar en La Habana en 1999. En las páginas de Nuestra historia aún se está escribiendo, Sío Wong relata su intercambio en ese evento con el presidente fundador de ISSCO, Wang Gungwu.
“¿Cómo es que usted”, le preguntó Wang a Sío Wong, “siendo hijo de chinos, ocupa un alto cargo en el gobierno, es diputado en la Asamblea Nacional, es general de las fuerzas armadas? ¿Cómo es posible?”
Sío Wong respondió: “La diferencia es que aquí se llevó a cabo una revolución socialista”. Una revolución que eliminó los cimientos económicos de la discriminación basada en el color de la piel. Una revolución que estableció un gobierno que el pueblo trabajador ha usado, y sigue usando, para combatir todas las formas de discriminación y prejuicio.
“A los historiadores y otros que quieran estudiar esta cuestión”, concluyó Sío Wong, “yo les digo que tienen que entender que la comunidad china aquí en Cuba es distinta de la de Perú, Brasil, Argentina o Canadá”.
“Y la diferencia está en el triunfo de una revolución socialista”.
Esa sigue siendo hoy la lección de Cuba para nosotros.