Cuba revolucionaria ha detenido prácticamente la propagación de COVID-19 en la isla, tiene la tasa más alta de resultados positivos en el mundo en el tratamiento de personas enfermas por el virus y una de las tasas de mortalidad más baja. Es un gran ejemplo de la diferencia que hace una revolución socialista.
La mayor parte de la isla ha estado libre de casos de la enfermedad por más de un mes. Un brote en la provincia de Artemisa el 22 de julio donde 12 personas dieron positivo, y un caso en Villa Clara, sobresalen precisamente por el éxito general en el control de la enfermedad.
En Cuba, con 11.3 millones de habitantes, 87 personas han muerto por el virus en los últimos meses. Compárese eso con la ciudad de Nueva York, con 8.4 millones de habitantes donde al menos 23 mil han muerto. En Estados Unidos la tasa de mortalidad es de 42 personas por cada 100 mil habitantes. En República Dominicana la cifra es de 9 por cada 100 mil. ¡En Cuba es 0.8!
La razón por la diferencia no es complicada. En Estados Unidos y el resto del mundo capitalista, la atención médica es una mercancía que se vende con fines de lucro, y el acceso a médicos, clínicas y medicamentos depende de la clase a la que uno pertenece. En Cuba la atención médica es un derecho.
Pero no es solo porque Cuba tiene un sistema de atención médica gratuito, lo que ya es un logro enorme en sí mismo. Médicos, enfermeras y miles de voluntarios hacen visitas diarias a todos los hogares de cada vecindario de la isla y en el campo. Ante el peligro que representa la COVID-19, el gobierno revolucionario y las organizaciones de masas movilizaron al pueblo trabajador y a los jóvenes para enfrentar el desafío.
Esto solo es posible porque en 1959 los trabajadores y campesinos, bajo la dirección de Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio, arrancaron el poder de las manos del imperialismo norteamericano y la clase capitalista nativa, y llevaron al poder a un gobierno de trabajadores y agricultores. Bajo el capitalismo, el lema es “sálvese quien pueda”. En Cuba revolucionaria es “nadie queda abandonado a su suerte”.
En las fábricas —donde los trabajadores tienen el control de todos los aspectos de la organización de la producción— para limitar la propagación de la enfermedad las estaciones de trabajo fueron distanciadas y se mejoró la higiene. En algunos casos, se cambió lo que se producía para satisfacer las necesidades de la población. Se aumentó el personal de las instituciones para el cuidado de personas mayores, que son las más vulnerables al virus. En Estados Unidos sucedió lo contrario, los centros de ancianos se convirtieron en una trampa mortal.
Los voluntarios —estudiantes de medicina y miembros de las organizaciones de masas, incluidos los sindicatos, la federación de mujeres y otros, fueron movilizados para visitar diariamente a la mayor cantidad de hogares posibles para asegurarse que todos estén bien, ayudarlos si no lo están y encontrar posibles síntomas de la enfermedad para proveerles atención médica.
A pesar de tener solo unos cuantos casos nuevos en la actualidad, todavía están realizando unas 3 millones de visitas diarias.
A diferencia de Estados Unidos, donde a los enfermos les dicen que se queden en casa y que no vayan al hospital a menos que no puedan respirar —lo que garantiza que muchas de las personas con las que viven también se enfermen y aumenta las posibilidades de que la enfermedad sea fatal— en Cuba toda persona enferma recibió atención médica inmediata y fue enviada a instalaciones médicas especializadas. Eso hizo una gran diferencia en la alta tasa de supervivencia en Cuba.
Al mismo tiempo, más de 2 mil médicos y enfermeros voluntarios cubanos han ido a 37 países en respuesta a solicitudes de gobiernos por ayuda, desde la Italia imperialista hasta Andorra, uno de los países más pequeños de Europa, y un par de decenas de países semicoloniales. La más reciente de estas brigadas internacionalistas partió hacia Monserrat, un “territorio de ultramar” británico en el Caribe. A pesar de una campaña de calumnias por Washington contra estas misiones, las brigadas médicas están ganando el respeto hacia la revolución en todo el mundo.
“Soy conocedora de la posición de Estados Unidos”, dijo la ministra de relaciones exteriores de Andorra, María Ubach, “pero somos un pueblo soberano y podemos elegir a los colaboradores con los que vamos a cooperar”.