Decidido a conquistar a Ucrania y aplastar su existencia como nación independiente, el presidente ruso, Vladimir Putin, ordenó a sus fuerzas que reanudaran su ofensiva en el este el 16 de julio. Estas habían pausado por 10 días para reponer sus filas mermadas y desmoralizadas tras las pérdidas acumuladas en derrotas previas.
Putin pretende obtener el control del corazón industrial de Donbás en Ucrania, a medida que crece la inquietud dentro de Rusia por la guerra, y sus fuerzas continúan enfrentándose a la tenaz resistencia ucraniana.
A medida que se prolonga la mayor guerra terrestre en Europa desde la segunda guerra mundial imperialista, Putin anticipa que el respaldo militar y financiero de Washington y otras potencias imperialistas a Ucrania se debilitará. Las divisiones entre las potencias imperialistas en el transcurso de la guerra se hacen cada vez más evidentes.
El ejército ruso está utilizando su superioridad en artillería para bombardear ciudades a su paso disparando hasta 50 mil proyectiles al día.
La artillería de precisión de largo alcance de las potencias imperialistas ha comenzado a ayudar a las fuerzas ucranianas a reducir las enormes ventajas de Moscú.
El ministro de defensa ruso, Sergei Shoigu, ordenó el 18 de julio que se localicen y destruyan estas nuevas armas. Los cargamentos que ingresan a Ucrania a través de sus fronteras occidentales ahora están siendo atacados.
Los intentos de Moscú de consolidar el control sobre las áreas que ocupa están avivando la resistencia a su dominio.
“Las administraciones de ocupación rusas en los oblasts de Jersón y Zaporizhzhia están amenazando a los residentes con desalojarlos de sus hogares y expulsarlos del área por lo que denominan ‘actividades extremistas’”, escribió Halya Coynash en el boletín en línea del Grupo de Protección de Derechos Humanos de Járkiv el 18 de julio. “Por ‘extremistas’ se entiende los ucranianos que expresan su apoyo a Ucrania” y dicen la verdad sobre “la invasión de Rusia y los crímenes que está cometiendo en territorio ucraniano”.
Cuando Moscú trata de evitar que se hable ucraniano en las escuelas, se topa con “la oposición de maestros y padres”, dijo.
Unos 150 soldados rusos de Buriatia, una región en el este de Siberia, se negaron a combatir en Ucrania en junio. Fueron amenazados de ser enjuiciados. Después que sus esposas filmaron un video exigiendo su regreso a casa, fueron regresados el 9 y 10 de julio.
Los buriatos son un grupo étnico que luchó contra la opresión de los zares rusos durante siglos. Bajo el liderazgo de V.I. Lenin, el gobierno de trabajadores y agricultores que llegó al poder en 1917 expuso los abusos a que habían sido sometidos los buriatos, castigó a los infractores y estableció una región autónoma de Buriatia en 1923. Los buriatos resistieron ferozmente la colectivización forzada de sus tierras durante la contrarrevolución dirigida por Stalin en 1929 que aplastó los avances logrados por el pueblo buriato.
Hoy en día, Buriatia es una de las zonas más empobrecidas de Rusia. Para muchos jóvenes, ingresar al ejército ruso es la única forma de ganarse la vida. Sólo los soldados de Daguestán, en el Cáucaso Norte, han tenido más muertos que los de Buriatia en la guerra actual.
“Cuando los ucranianos hablan sobre las tropas rusas, siempre mencionan a los buriatos y los chechenos”, dijo Alexandra Garmazhapova al Moscow Times. “No queremos esta reputación”. Garmazhapova, quien reside en Praga, República Checa, es dirigente de la Fundación Buriatia Libre, un grupo contra la guerra fundado poco después de la invasión de Moscú.