Jamal Khashoggi, escritor y opositor islamista del gobierno de Arabia Saudita, fue asesinado dentro de la embajada de ese país en Estambul el 2 de octubre. Los gobiernos capitalistas de Turquía, Arabia Saudita, Irán, Estados Unidos, Moscú y otros regímenes en la región han estado maniobrando desde el incidente para impulsar sus intereses contrapuestos. Los manos de los gobernantes capitalistas de estos países tienen sangre en sus manos tras décadas de guerra y represión en el Medio Oriente.
La administración del presidente Donald Trump está tratando de limitar el daño a sus relaciones con la monarquía saudí, un aliado importante en la región de los gobernantes norteamericanos.
Después de negar inicialmente que Khashoggi había sido asesinado, el gobierno saudí ahora culpa a una “operación no autorizada” entre sus fuerzas de seguridad, intentando así eximir al príncipe heredero Mohammed bin Salman del asesinato. Bin Salman emitió su primera declaración sobre el asesinato el 24 de octubre, calificándolo de “repugnante” y prometió cooperar con la investigación del gobierno turco.
El régimen saudí arrestó a 15 agentes de seguridad y despidió al director adjunto de inteligencia. Los medios de comunicación en el reino, estrictamente controlados por la monarquía gobernante, acusan a los gobiernos rivales en Turquía, Qatar e Irán de atizar la conmoción por el asesinato.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien compite por influencia en la región con el régimen saudí, filtró diariamente nuevos detalles del asesinato.
Khashoggi salió de Arabia Saudita el año pasado, cuando bin Salman lanzó un ataque contra sus oponentes. El objetivo del régimen era silenciar a detractores de su curso de ajustar las relaciones sociales en la monarquía más en consonancia con las del mundo capitalista moderno y fortalecer la posición de los gobernantes saudíes con respecto a sus rivalidades con Teherán. Los gobernantes saudíes buscan acelerar el desarrollo industrial y el comercio y reducir la dependencia a las rentas del petróleo, reducir la autoridad de la “policía religiosa” y relajar las restricciones contra las mujeres en el empleo y participación social.
Khashoggi era un viejo defensor de la Hermandad Musulmana, un grupo islamista activo a través del Medio Oriente. Escribía como defensor de la libertad de prensa, pero señalaba al dictatorial imperio otomano, el cual se derrumbó después de la primera guerra mundial imperialista, como ejemplo de lo que se debería construir hoy. Estableció su residencia en Estados Unidos y en Turquía. Justo antes de su asesinato, Khashoggi criticó a los gobernantes saudíes por no aliarse con las fuerzas islamistas que combaten contra el régimen de Bashar al-Assad en Siria y por no respaldar la intervención de los gobernantes turcos allí.
Represivo régimen de Erdogan
El gobierno turco, notorio por encarcelar a decenas de miles de opositores y por su guerra de décadas contra las aspiraciones nacionales del pueblo kurdo en Turquía, Siria y en toda la región, ha aprovechado el asesinato de Khashoggi para tratar de impulsar sus propios intereses. Erdogan exigió que Riad entregue a los arrestados en Arabia Saudita para que puedan ser juzgados en Turquía. Él dice que revelará más horripilantes detalles sobre el asesinato y desmembramiento de Khashoggi.
El presidente Trump ha amenazado al gobierno saudí con “severas” consecuencias si está implicado en el asesinato, mientras que declara a su vez su determinación de mantener relaciones con un “aliado”. Junto con los gobiernos de Israel y Egipto, Washington ve a la familia gobernante saudí como un baluarte contra la influencia política y militar de los gobernantes iraníes en la región. La Casa Blanca también ve al régimen saudí como un aliado en la búsqueda de un nuevo acuerdo israelí-palestino.
El gobierno capitalista dirigido por clérigos en Teherán ha tratado de culpar a Washington por el asesinato. “No creo que sin el apoyo de Estados Unidos, un país se atrevería a cometer un crimen como este”, dijo el presidente iraní Hassan Rouhani el 24 de octubre.
El régimen en Teherán nació de una contrarrevolución contra el movimiento obrero de masas que en 1979 derrocó al shah, quien contaba con el apoyo de Washington. Hoy, los gobernantes iraníes están tratando de extender su influencia contrarrevolucionaria, interviniendo en conflictos en Líbano, Siria e Iraq. Han afianzado sus bases militares en estos países, con el objetivo de ampliar la colaboración con Hezbolá y otras milicias chiítas aliadas.
Washington considera la creciente presencia militar de Teherán en la región como una amenaza para sus aliados y sus propios intereses, y está decidido a forzar a los gobernantes iraníes a retroceder. Ha reimpuesto sanciones contra Irán, las cuales recaen más fuerte sobre el pueblo trabajador, y cuenta con que los gobernantes saudíes aumentarán la producción de petróleo a medida que las sanciones de Washington reduzcan el petróleo refinado de Irán en los mercados mundiales.
Washington ha estado envuelto en décadas de guerras en Iraq, Afganistán y en otras partes de la región, guerras que han causado la muerte y la miseria de miles de personas.