PARÍS — Ante las continuas masivas manifestaciones en áreas rurales y suburbios de clase trabajadora, el primer ministro francés Édouard Philippe anunció el 4 de diciembre la suspensión por seis meses de un aumento propuesto en el impuesto sobre carburantes.
Los impuestos propuestos fueron “la gota que derramó el vaso” y dio inicio al movimiento de “chalecos amarillos”. El nombre proviene de los chalecos fluorescentes de seguridad amarillos que visten los manifestantes en sus movilizaciones.
Están indignados por el desdén de los capitalistas y sus políticos hacia los crecientes desafíos que enfrentan dada la actual crisis económica, social y moral del capitalismo.
El movimiento de los “chalecos amarillos” comenzó con una protesta nacional el 17 de noviembre de más de un cuarto de millón de personas que bloquearon el tráfico en más de 2 mil localidades. Cientos han resultado heridos por los ataques de la policía y otros. En París, el 24 de noviembre, los manifestantes que intentaban congregarse cerca del Palacio del Elíseo, la sede presidencial, fueron atacados por policías con gases lacrimógenos y cañones de agua.
Estos trabajadores no sindicalizados, camioneros, pequeños agricultores y pequeños comerciantes, a veces desafiantemente se autodenominan como “les beaufs” (un termino despectivo hacia los campesinos). Esto es un reconocimiento de que la clase dominante, y sus partidarios meritocráticos de clase media alta, concentrados en París, no tienen más que desprecio hacia estos “deplorables” de las provincias.
Los trabajadores llaman a Macron, quien fue banquero de inversiones, el “presidente de los ricos”.
El movimiento ha sido denunciado como populista o incluso fascista por gran parte de los medios de comunicación liberales y la izquierda estalinista y socialdemócrata burguesa. Se basan en el apoyo que las protestas han recibido del partido Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y un pequeñísimo número de provocadores ultraderechistas.
“Algunos periodistas nos pidieron que recogiéramos piedras para que pudieran sacar fotos, pero nos negamos”, dijo Kevin, un estudiante de enfermería de 30 años de edad al Militante. Él es de Chateau-Thierry en la región vinícola de Champaña y vino a la protesta con unos amigos.
“Los medios de comunicación quieren presentarnos como vándalos y partidarios de la extrema derecha, pero la gran mayoría han llegado para manifestarnos pacíficamente e independientemente de los partidos políticos”, dijo.
Kevin explicó que viaja unas 60 millas diarias para su trabajo en las afueras de París.
“Macron no escucha al pueblo; no nos respeta”, dijo Kevin. “El problema no es solo el aumento de los impuestos sobre el combustible, es más ampliamente un problema de poder adquisitivo. Todos los precios suben, pero los salarios no”. Uno de sus amigos en la protesta, un trabajador agrícola, gana 1 200 euros (1 370 dólares) al mes. “No se puede vivir con eso”, dijo el amigo.
Las áreas rurales han sido las más afectadas por el auge del comercio a través del Internet y las enormes cadenas de tiendas que han destruido muchas aldeas que una vez fueron centros de pequeños negocios y vida social. “Los sindicatos y los partidos políticos no nos representan”, nos dijo Kevin. “Queremos mantener nuestra independencia”.
Después del ataque de la policía en París, Sandrine, una trabajadora desempleada, y Sedani, una trabajadora informática en una escuela secundaria, hablaron con el Militante. Llegaron en autobús con 56 personas que vinieron de Morbihan en Bretaña. Sandrine y Sedani dijeron que estaban sorprendidas e indignadas por la fuerza excesiva utilizada por el gobierno.
En la parte posterior de su chaleco, Sandrine había escrito: “Queremos vivir, no solo sobrevivir”.
El impuesto sobre el combustible es equivalente a 27 centavos por galón de diésel y un poco menos por el combustible sin plomo. Esto es por encima de los 7 dólares por galón de diésel en Francia, casi el doble del precio en Estados Unidos.
Macron justificó los impopulares aumentos como una forma de disuadir a los conductores de usar combustibles que producen emisiones, las cuales los funcionarios gubernamentales y otros culpan por el cambio climático. Esto afecta principalmente al pueblo trabajador en áreas periféricas donde tienen que conducir largas distancias para ir a trabajar.
Las capas profesionales más privilegiadas y de clase media alta en los distritos urbanos, los partidarios más vociferantes de las medidas “verdes”, en gran medida no son afectadas.
Hablando en defensa de sus medidas antiobreras el 27 de noviembre, el presidente francés denunció a los chalecos amarillos de “matones”. Las protestas reflejan el mismo “veneno” que causó que el pueblo trabajador en el Reino Unido votara por el Brexit, dijo.
Las protestas de los chalecos amarillos tienen lugar después de que cientos de miles de trabajadores ferroviarios y de otros sectores gubernamentales protestaran contra los ataques del gobierno.
Los ‘deplorables’ en Francia
“Es la gota que derramó el vaso”, dijo al Wall Street Journal Kevin Meyer, de 24 años, quien viaja a su trabajo en una fábrica textil desde Montferrier, en las faldas de los Pirineos, refiriéndose a los nuevos impuestos sobre el combustible. “La vida en las zonas rurales ya es difícil. Hay poco trabajo y todas las fábricas están cerrando”.
Macron tiene razón en una cosa: estas protestas reflejan algunas de las mismas cosas que el Brexit, las recientes elecciones en Italia y en otras partes de la Unión Europea la cual se está fracturando. No es un giro de los trabajadores hacia la derecha, sino que se trata del pueblo trabajador buscando una manera de luchar contra los gobernantes capitalistas, sus partidos políticos y su estado.