A pesar de los desmesurados ataques del gobierno y paramilitares que han dejado más de 100 muertos, 6 mil heridos y cientos encarcelados, han continuado las protestas de trabajadores en Bagdad y en el sur de Iraq. Exigen el fin de años de desempleo, corrupción generalizada y la interferencia militar y política de los gobernantes iraníes en el país.
Las protestas, iniciadas el 1 de octubre, tienen lugar mientras Washington intensifica sus sanciones contra Teherán las cuales han hecho más difícil la vida para los trabajadores en Irán.
Los gobernantes en Estados Unidos e Irán están compitiendo por influencia en Iraq. Washington mantiene 5 mil soldados en Iraq para defender los intereses de los gobernantes estadounidenses y bloquear el poder militar y político de Teherán. El gobierno iraquí depende en gran medida militarmente de las milicias chiítas organizadas por la Guardia Revolucionaria iraní.
Los trabajadores han utilizado el espacio político que se abrió tras la derrota del Estado Islámico, que había tomado control de grandes extensiones de Iraq en 2014, para organizar protestas en el verano de 2018 y en la actualidad.
Los manifestantes exigen la destitución del gobierno del primer ministro Adel Abdul Mahdi, que asumió el cargo hace un año. Mientras dice que cumplirá con muchas de las demandas de los manifestantes, el gobierno de Mahdi ha respondido con toques de queda, interrupción del Internet, arrestos y ataques.
Los políticos han estado “robando, desde el 2003 hasta ahora”, dijo Yousif Emad, un trabajador desempleado de 25 años, al Financial Times el 5 de octubre. “Ya basta”.
“Nos han quitado nuestros derechos. Nos quitaron nuestros sueños”, dijo Emad, mientras intentaba pasar las fuerzas del gobierno para unirse a los manifestantes en la plaza central de Bagdad.
“Vivo en una casa muy pequeña en un barrio malo”, dijo. “Sin alcantarillado, sin electricidad, sin agua. ¿Cómo esperas que viva?”
El 5 de octubre, fuerzas gubernamentales dispararon cañones de agua y granadas de gas lacrimógeno contra manifestantes en Bagdad. Los paramilitares de Saraya al-Khorasani, una de las fuerzas respaldadas por Teherán, utilizaron munición real.
El líder del bloque más grande en el parlamento, el clérigo chiíta Muqtada al-Sadr, retiró ese día a sus diputados y exigió nuevas elecciones.
Señalan la intervención de Teherán
Algunos participantes llevaban fotos del ex vice jefe de operaciones de contrainteligencia iraquí Abdul-Wahab al-Saadi, a quien el gobierno reemplazó el 27 de septiembre. Saadi quería limitar el poder de las milicias respaldadas por Teherán conocidas como las Fuerzas de Movilización Popular.
Bajo la presión de Washington, Mahdi ordenó en julio que las milicias respaldadas por Teherán fueran puestas bajo un mayor control del gobierno. Pero aún tienen mucha influencia.
“Irán e Iraq son dos naciones cuyos corazones y almas están unidos”, dijo por Twitter el ayatolá Ali Khamenei, el líder supremo del gobierno clerical burgués de Irán, el 7 de octubre. “Los enemigos buscan sembrar la discordia pero han fracasado y su conspiración no tendrá efectividad”.
El objetivo de los gobernantes iraníes es aumentar su poder e influencia en la región mediante las armas, incluso respaldando la dictadura de Bashar al-Assad en Siria, Hezbolá en el Líbano y los rebeldes Houthi en Yemen.
El clérigo burgués que gobierna en Teherán llegó al poder a través de una contrarrevolución que desplazó a los trabajadores, agricultores, mujeres y nacionalidades oprimidas que realizaron la histórica revolución iraní de 1979.
Esa fue una revolución social popular, no una yihad religiosa, según la presentan falsamente los gobernantes estadounidenses y sus medios de comunicación. Los trabajadores organizaron comités en fábricas, refinerías y otros centros y lucharon para extender su alcance sobre la política.
No fue hasta mediados de la década de 1980, después de una larga y sangrienta guerra con Iraq bajo el régimen de Saddam Hussein, que los predecesores del régimen iraní de hoy pudieron consolidarse en el poder.