Mientras los gobiernos de China y Estados Unidos se preparan para firmar la “primera fase” de un acuerdo sobre sus conflictos comerciales, la rivalidad entre Washington, el poder imperialista dominante en el mundo, y el creciente poder de Beijing, continúa endureciéndose.
El acuerdo planeado entre los dos rivales “esquiva algunos de los problemas más grandes que los dividen”, según la revista Fortune. Pospondría un nuevo aumento de tarifas amenazado por el presidente Donald Trump a cambio de algunas concesiones de Beijing, incluida la reanudación de la compra por parte de China de bienes agrícolas y aviones estadounidenses. Además contiene disposiciones contra la manipulación de la moneda y contra lo que Washington dice que es el robo de propiedad intelectual por parte de Beijing.
La reunión del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, donde Trump iba a firmar el acuerdo comercial con el presidente chino Xi Jingping en Santiago, Chile, fue suspendida por el gobierno chileno el 30 de octubre. El presidente chileno Sebastián Piñera impuso un estado de emergencia y un toque de queda para tratar de frenar las acciones de los trabajadores y estudiantes que protestan medidas contra la clase trabajadora.
Desde julio de 2018, la administración Trump ha impuesto aranceles a productos chinos por valor de 550 mil millones de dólares. A cambio, el gobierno chino ha impuesto aranceles sobre 185 mil millones de dólares de bienes estadounidenses. Los gobernantes capitalistas de Estados Unidos usan el mayor peso de su mercado interno y del dólar estadounidense, la moneda de reserva global, para tratar de extraer más de Beijing en las negociaciones comerciales. Esperan que estas medidas puedan detener el ascenso del capitalismo chino y compensar su propio declive.
El duelo arancelario muestra que detrás de la fachada de un orden mundial imperialista “basado en reglas” hay conflictos despiadados entre capitalistas rivales. La competencia en comercio e inversión entre Beijing y Washington se intensificó a raíz de la crisis financiera mundial hace una década, cuando los capitalistas chinos emergieron como la segunda economía más grande del mundo.
En un discurso del 24 de octubre, el vicepresidente Mike Pence se quejó de que Beijing “se ha vuelto aún más agresivo y desestabilizador”, y que gobiernos anteriores de Estados Unidos habían asistido a la creciente influencia mundial de Beijing permitiéndole aprovecharse de Washington. Pence alegó que las políticas de la administración Trump en el país y en el extranjero habían revertido este curso e impedido que Beijing superara a Washington como la economía más grande del mundo. Repitió las crecientes preocupaciones de los gobernantes estadounidenses sobre el “archipiélago de bases militares” que Beijing ha establecido en islas artificiales en el Mar del Sur de China y el creciente número de puertos comerciales de propiedad china, desde Sri Lanka a Pakistán y Grecia, que Washington teme podrían convertirse en bases navales.
Por supuesto, Pence no dice nada sobre las bases militares estadounidenses en todo el mundo y cómo el imperialismo norteamericano ha utilizado su poderío armado inigualable para contrarrestar a sus rivales, tratar de bloquear las luchas revolucionarias de los trabajadores y los oprimidos y mantener su posición dominante.
Pence exigió que el gobierno chino abriera el mercado chino a una mayor competencia por parte del capital extranjero, principalmente de Estados Unidos, y que pusiera fin a su transferencia forzada de tecnología de inversores extranjeros en China a empresas chinas, y su proteccionismo por medio de grandes subvenciones estatales a empresas chinas.
A principios de octubre, la administración Trump extendió su lista negra de compañías de exportación a 28 empresas chinas dedicadas a la tecnología de video vigilancia y reconocimiento facial. Huawei, la gigantesca firma china de telecomunicaciones, ha estado en esa lista desde mayo.
La principal preocupación de Washington para frenar las exportaciones de alta tecnología, especialmente aquella con usos militares, es detener el ascenso de Beijing como la potencia militar que pudiera competir con los imperialistas estadounidenses.