Un artículo publicado en inglés en la edición del 6 de julio del Militant, titulado “Corte Suprema: Discriminación en el trabajo por ser gay, transgénero es ilegal. Fallo incluye ‘píldora venenosa’ en la lucha por los derechos de la mujer”, está equivocado. Sugirió incorrectamente que la decisión judicial del 15 de junio, aunque deficiente, debe ser acogida por la clase trabajadora y otras personas que luchan por erradicar los prejuicios, la intolerancia y la discriminación en el empleo y otras áreas.
La importancia para la clase trabajadora y nuestros aliados de oponerse a cada uno de los tres despidos en cuestión en el caso judicial es indiscutible. Los patrones mismos admitieron que habían despedido a los trabajadores cuando se enteraron que eran homosexuales o transexuales, sin pretensiones de alguna razón relacionada a su trabajo. Si los patrones pueden despedir o sancionar a un trabajador arbitrariamente, entonces la capacidad de la fuerza laboral y de los sindicatos para luchar por la unidad para protegerse entre sí se verá menoscabada, de forma irreparable si no se combate y se revierte.
El forjar esta solidaridad de clase es la tarea central de todos los trabajadores con conciencia de clase en la actualidad. Comienza con las luchas en el trabajo por salarios y condiciones, incluida la salud y la seguridad de todos. Así es como comenzamos a reconstruir un movimiento laboral combativo, un movimiento sindical combativo.
Impulsar derechos de todos
Pero el reciente fallo de la Corte Suprema no tiene nada que ver con el fortalecimiento de la conciencia o la solidaridad de clase.
Por lo contrario, el fallo sentó las bases para erosionar aún más los logros conquistados con gran esfuerzo por la clase trabajadora y nuestros aliados, incluidos los ganados durante siglos de lucha por la igualdad de la mujer. Enturbia conscientemente la diferencia fundamental entre el sexo biológico de un individuo y asuntos de “identidad de género” u “orientación sexual”.
Aún peor, recurrió de manera engañosa a la autoridad de la Ley de Derechos Civiles de 1964 haciendo parodia del Título VII de dicha ley, que prohíbe la discriminación en el trabajo en base de “raza, color, religión, sexo u origen nacional”.
Para cualquiera que haya vivido durante ese período de la historia de Estados Unidos, marcado por las batallas con bases proletarias por los derechos civiles de las décadas de 1950 y 1960 —sino es que directamente participaron en ellas— la importancia para toda la clase trabajadora de lo que se conquistó con el derrocamiento de la segregación racial Jim Crow, que derribó las barreras en el empleo para los trabajadores que son negros, mujeres o nacidos en el extranjero es indiscutible.
Los derechos que realmente registran un progreso para el pueblo trabajador amplían y fortalecen los derechos de todos los oprimidos, así como su espacio político para luchar. Eso ha sido cierto para cada avance en la lucha contra la privación de derechos bajo el capitalismo en base a la “raza, color, religión, sexo u origen nacional”.
En la década de 1970, por ejemplo, como parte de la lucha de las mujeres para trabajar en industrias de las que habían sido excluidas, solían exigir y lograron que los convenios garantizaran que la dificultad o el peligro de tareas particulares no fuera motivo para negarle el empleo a las mujeres. Por lo contrario, insistieron que las reglas de trabajo se ajustaran para proteger a todos los trabajadores de estas condiciones laborales peligrosas. Los sindicatos y muchos de sus compañeros de trabajo que eran hombres fueron ganados a estas luchas, lo que condujo a victorias para toda la clase trabajadora y el movimiento obrero.
Otro ejemplo fue el contrato sindical por el que lucharon arduamente y ganaron los miembros del sindicato siderúrgico USW en 1974 en la planta de Kaiser Aluminum en Gramercy, Louisiana. Aproximadamente el 40 por ciento de los trabajadores eran negros, pero antes del nuevo convenio, menos del 2 por ciento de los “trabajos calificados” mejor remunerados habían sido ocupados por trabajadores que eran negros, y ninguno por mujeres. La mayoría de los trabajadores de la planta de Gramercy, tanto caucásicos como negros, tanto hombres como mujeres, estaban convencidos de que todos los trabajadores de la planta se beneficiarían de un programa de capacitación laboral que reservaba la mitad de las plazas para negros y mujeres, fortaleciendo así la unidad y capacidad de lucha de la fuerza laboral y su sindicato.
Cuando el técnico de laboratorio Brian Weber, quien era caucásico, presentó una demanda contra el sindicato, alegando “discriminación inversa”, el nuevo programa de entrenamiento fue defendido por el USW y más ampliamente en el movimiento sindical y por otros. En junio de 1979, la Corte Suprema rechazó el reto de Weber, fue una victoria para el pueblo trabajador.
Ese es el tipo de acción obrera necesario para derrotar las prácticas arbitrarias y discriminatorias de contratación, despido o promoción de cualquier tipo por parte de los patrones privados o públicos. Las actitudes cambiantes sobre innumerables formas de discriminación e intolerancia no son producto de legislación o de las decisiones de la corte, sino de la unidad forjada en la lucha por el pueblo trabajador, los oprimidos y nuestras organizaciones de clase.
Eso es lo que podemos celebrar. Tales acciones, y otras semejantes por venir, señalan el camino para avanzar.
Clase obrera y defensa de la ciencia
El fallo tergiversado del tribunal sobre lo que constituye discriminación en base a la “raza, color, religión, sexo u origen nacional” es un golpe para el pueblo trabajador y los oprimidos. Da crédito a la noción completamente anticientífica que promueven muchos que se consideran iluminados y progresistas, de que los seres humanos (a diferencia de casi todas las demás especies animales) no nacen como mujeres o hombres.
Según los defensores de esta perspectiva antimaterialista, si un bebé tiene dos cromosomas X o un cromosoma X y uno Y, no llega al mundo con un sexo preestablecido, sino que se le “asigna” uno arbitrariamente basándose en la apariencia física al momento del nacimiento.
Quienes sostienen este punto de vista no científico exigen que “género”, un término simplemente gramatical hasta hace solo unas cuantas décadas, se deje abierto al nacer, para que el individuo lo “elija” de literalmente decenas de opciones posibles en algún momento posterior de la vida. Supuestamente, cualquiera puede ser mujer u hombre, o virtualmente cualquier variante intermedia, simplemente declarándolo así.
“La única diferencia entre una mujer trans y una mujer cisgénero”, es decir, una mujer, “es el sexo que le asignaron al nacer”, según una columna publicada el 23 de junio en el New York Times por Devin Michelle Bunten, profesor asistente de economía urbana en M.I.T. (¡Quizás un profesor de “economía rural” podría estar más familiarizado con la reproducción sexual entre los mamíferos que este “maestro” certificado por su doctorado!)
Lo que algunos consideran un avance revolucionario en la comprensión del “género” es, de hecho, una contrarrevolución. La opresión de la mujer como sexo durante milenios bajo la sociedad dividida en clases simplemente es borrada. Los logros por la emancipación de la mujer obtenidos desde la consolidación del capitalismo industrial en el siglo XIX a través de luchas por la clase trabajadora —a menudo dirigidas por mujeres— desaparecen totalmente con el misma toque de varita mágica que supuestamente convierte a un hombre en una mujer, o viceversa.
Silencian discurso, imponen miedo
Millones de trabajadores y otras personas en Estados Unidos y en otros países se oponen a la discriminación en el empleo o la vivienda, las indignidades o la intimidación y violencia contra cualquier persona que haya elegido vivir como un sexo diferente al de su biología. Esto es un principio fundamental de solidaridad humana, de la cual la clase trabajadora y el movimiento obrero son partidarios y defensores intransigentes.
Pero muchos defensores de los puntos de vista antimaterialistas y antiobreros descritos anteriormente no están realmente interesados en contrarrestar la discriminación y la intolerancia. Exigen conformidad con sus criterios. Buscan negar la libertad de expresión, así como el derecho al empleo a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos, incluso recurriendo a la intimidación y las amenazas físicas.
J.K. Rowling, autora de los libros de Harry Potter, es un blanco de estos abusos. Su “crimen” fue defender públicamente a Maya Forstater, una mujer en el Reino Unido que fue despedida por afirmar que el sexo de una persona está determinado biológicamente. La corte rechazó la apelación de Forstater a su despido. Rowling escribió el 10 de junio que le preocupa el “ambiente de miedo” provocado por quienes “asumen el derecho de vigilar mi discurso” y “usan insultos misóginos para referirse a mí”.
Contrariamente a lo que afirman muchos liberales y radicales, hoy en día no existe un gran aumento de prejuicio racista, antiinmigrante, antimujer o antihomosexual y transexual entre el pueblo trabajador. Es todo lo contrario. Nunca antes había sido rechazada la intolerancia como lo ha sido hoy.
Pero queda aún mucho camino por recorrer, y el fallo judicial intenta atajar la lucha política para ganar un apoyo más amplio a estas cuestiones sociales y socavará este proceso.
Estos cambios en actitudes son producto de décadas de luchas del pueblo trabajador y nuestros aliados. Poderosas batallas obreras en la década de 1930 construyeron los sindicatos industriales y comenzaron a organizar a todos los trabajadores de una planta y una industria en particular. La lucha de los negros de las décadas de 1950 y 1960 dio un nuevo impulso a la lucha por la emancipación de la mujer. Y las batallas de negros y mujeres y sus partidarios inspiraron el movimiento por los derechos de los homosexuales y las lesbianas. Los homosexuales no solo habían estado sujetos a leyes reaccionarias que los presionaban a vivir en secreto y “prohibían” su actividad sexual, sino también a la persecución en empleos, vivienda, matrimonio y amenazas a su seguridad física.
Desde las luchas por salarios y condiciones laborales, hasta la acción y organización política independiente de la clase trabajadora en torno a cuestiones sociales y políticas que favorecen nuestros intereses de clase, no hay otro camino para los trabajadores y los oprimidos. Es avanzando a lo largo de esta línea de marcha obrera hacia el poder político, que los trabajadores y nuestros aliados podemos ganar concesiones y abrir el camino para poner fin a todas las formas de explotación, degradación e intolerancia inherentes al capitalismo, así como las heredadas de siglos de la sociedad dividida en clases.