Declaración de Róger Calero, candidato del Partido Socialista de los Trabajadores para alcalde de Nueva York, 14 de abril.
Hay dos Estados Unidos. El de las millonarias familias gobernantes, dueñas de los bancos, la tierra, minas, fabricas, hospitales y otros medios de producción —una clase defendida por el Partido Demócrata y el Republicano — y el otro, el del pueblo trabajador que solo es dueño de su fuerza de trabajo que vende a cambio de un salario.
Para defendernos y trazar un camino hacia la toma del poder político de manos de la clase capitalista, los trabajadores necesitamos nuestro propio partido, un partido obrero.
Usaríamos nuestro propio partido para apoyar las luchas por empleos, crear unidad entre los trabajadores empleados y los desempleados para sacar a millones de trabajadores del aislamiento y para que regresen a trabajar y sean parte de la lucha de clases. Es allí donde podemos forjar sindicatos combativos y luchar por mejores salarios, por el control obrero de la producción y por las necesidades de todos los trabajadores.
Un partido obrero movilizaría la solidaridad con los trabajadores que han sido forzados a salir en huelga hoy: como los trabajadores del acero de ATI, los mineros del carbón en Warrior Met, las enfermeras de St. Vincent en Massachusetts, y los trabajadores despedidos de la refinería de Marathon Petroleum. Una victoria en estas luchas avanzaría los intereses de todos los trabajadores y agricultores.
Un partido obrero impulsaría la lucha contra la brutalidad policial, promovería el ejemplo del local 120 de los Teamsters, el sindicato de los trabajadores de la refinería de petróleo. Ellos se sumaron a una vigilia de mil personas convocada por la familia de Daunte Wright después de ser muerto a tiros por un policía de Minnesota esta semana.
Este partido convocaría a millones de trabajadores a una lucha conjunta con todos los explotados y oprimidos. Brindaría al pueblo trabajador un instrumento para reivindicar sus intereses de clase, y no aceptar lo que los patrones dicen que nos pueden pagar o lo que los políticos demócratas y republicanos dicen es “realista”.
Estas luchas ofrecen una vía para aumentar nuestra confianza y comprensión de que somos parte de una clase trabajadora internacional. Transformaremos nuestra actitud hacia la vida, el trabajo y entre sí al luchar para cambiar las condiciones intolerables, y podremos ver más claramente que tenemos la capacidad de reorganizar y administrar la sociedad nosotros mismos.
Por esa senda millones de trabajadores serán convencidos a forjar un movimiento para reemplazar el dominio capitalista con un gobierno de trabajadores y agricultores.
El pueblo trabajador de Cuba demostró que esto no solo es necesario sino que es posible, cuando derrocó en 1959 a la dictadura de Fulgencio Batista que era respaldada por Washington, y tomó el poder en sus propias manos.
Dirigidos por Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio, los trabajadores y campesinos de Cuba usaron su poder estatal para tomar la tierra, los bancos y fabricas. Le entregaron la tierra a todos los que la querían trabajar; pusieron fin a la segregación racial; y dieron paso a que millones de mujeres participaran en la vida social y política por primera vez.
Este mes celebramos el 60 aniversario de dos batallas claves de la Revolución Cubana. Una es la campaña en 1961 dirigida por el nuevo gobierno cubano que movilizó a 100 mil voluntarios para poner fin al analfabetismo en la isla, lo cual transformó tanto a los voluntarios como a aquellos que aprendieron a leer, inspirándoles a participar más en la revolución.
La segunda fue la derrota de la invasión mercenaria respaldada por Washington en Bahía de Cochinos en abril 1961. El pueblo cubano se movilizó y derrotó a los mercenarios en tres días. Como dijo Castro, “Primero se verá una revolución victoriosa en los Estados Unidos que una contrarrevolución victoriosa en Cuba”.
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