Por más de ocho meses, los trabajadores ucranianos han hecho retroceder el ataque del régimen de Vladímir Putin contra la independencia de su país. Moscú está contraatacando con un bombardeo brutal de las ciudades y la infraestructura eléctrica de Ucrania. La movilización de reservistas por Putin tras derrotas en el campo de batalla que han agotado y desmoralizado a su ejército ha intensificado la oposición a la guerra por toda Rusia.
El presidente ruso dijo el 27 de octubre que el mundo está entrando en la “década más peligrosa… desde el final de la Segunda Guerra Mundial”. Pero fue su invasión de Ucrania lo que desató la primera gran guerra terrestre en Europa desde esa conflagración imperialista.
Los gobernantes alemanes enfrentan su “crisis más profunda” desde la reunificación, dijo el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier al día siguiente.
“Contiene en ella la semilla de nuevas guerras”, dijo, señalando los planes imperiales de Putin desde Moldavia y Georgia hasta la región del Báltico.
Los gobernantes imperialistas de Alemania se están rearmando en preparación para mayores conflictos futuros, al igual que los demás gobernantes capitalistas.
En el último ataque a las instalaciones energéticas de Ucrania, los misiles rusos estallaron en Kyiv, Járkiv y otras ciudades el 31 de octubre, dañando más de un tercio de la red eléctrica y provocando más apagones.
Putin espera que la falta de calefacción y electricidad en el invierno obligue a Kyiv a ceder territorio para poner fin al conflicto. Pero cuanto más avanza la guerra, más se fortalece la determinación de los trabajadores de Ucrania de resistir los esfuerzos para destruir su país y su cultura.
Ante las grandes pérdidas en el campo de batalla, el 21 de septiembre Putin declaró la movilización de tropas más grande de Rusia desde la Segunda Guerra Mundial. Han habido protestas desde Moscú y San Petersburgo hasta los pueblos no rusos de Daguestán y Yakutia, pero fueron reprimidas.