Cuando rendimos homenaje a Fidel, ante todo estamos rindiendo homenaje al pueblo trabajador de Cuba, a los hombres y mujeres de José Martí, de Antonio Maceo. Fidel era uno con ellos. Su mayor logro fue forjar en la lucha a cuadros revolucionarios, cuadros comunistas, capaces de conducir a los trabajadores y campesinos de Cuba a establecer el primer territorio libre de América y defenderlo exitosamente por más de seis décadas.
Durante los primeros años de la revolución, en 1964, Fidel explicó al mundo cómo el pueblo trabajador de Cuba lo formó y lo hizo la persona que llegó a ser. “Yo también pertenecí a una organización,” dijo, aludiendo al Movimiento 26 de Julio. “Pero las glorias de esa organización son las glorias de Cuba, son las glorias del pueblo, son las glorias de todos. Y yo un día dejé de pertenecer a aquella organización”.
Cuando la Caravana de la Libertad fue pasando por los pueblos y las ciudades de Cuba en los primeros días de enero de 1959, explicó Fidel, desde Santiago hasta La Habana, “vi muchos hombres y muchas mujeres. Cientos, miles de hombres y mujeres tenían sus uniformes rojo y negro del Movimiento 26 de Julio. Pero más y más miles tenían uniformes que no eran rojos ni negros, sino camisas de trabajadores y de campesinos y de hombres humildes del pueblo”.
Nos dimos cuenta de que “realmente habíamos hecho algo superior a nosotros mismos”, dijo Fidel.
«¡Ellos son la fuerza, columna dorsal de la revolución! ¡Puño, brazo, músculo del pueblo revolucionario, de la clase obrera, de los campesinos, de los trabajadores!»
Pueblos de Cuba y del mundo
Si bien Fidel pertenece al pueblo trabajador de Cuba en primer lugar, también pertenece a los pueblos oprimidos y explotados de todo el mundo. Y bajo su dirección, desde América Latina y el Caribe hasta África, Asia, Norteamérica y Europa, el pueblo trabajador de Cuba nos ha demostrado en acción lo que significa el internacionalismo proletario.
Nos han mostrado que el internacionalismo de la clase trabajadora en el poder no es principalmente una política exterior. Debe ser una extensión de la revolución misma, inseparable de la fuerza y hasta la supervivencia de la revolución. Fidel lo explicó al pueblo cubano con claridad diáfana en julio de 1976, durante los primeros días de la misión internacionalista cubana para ayudar a los pueblos de Angola y Namibia frente a la agresión del régimen del apartheid sudafricano y sus promotores en Washington.
En las memorables palabras de Fidel: “Quien no esté dispuesto a combatir por la libertad de los demás, no será jamás capaz de combatir por la propia”.
Unos 15 años más tarde, en mayo de 1991, Raúl cerró ese capítulo de la historia que, en todos los sentidos, representa el mayor acto cubano de solidaridad internacional. Cuba ya enfrentaba algunos de los días más difíciles en la historia de la revolución, el Período Especial, precipitado por la implosión del bloque soviético y la evaporación repentina del 85 por ciento de las relaciones comerciales del país.
Al recibir a los últimos voluntarios cubanos que regresaban a su suelo, Raúl hizo el balance: “En los nuevos e inesperados desafíos, siempre podremos evocar la epopeya de Angola con gratitud, porque sin Angola no seríamos tan fuertes como somos hoy”.
Fuerza moral del liderazgo
¿De dónde vino la fuerza moral de Fidel como dirigente del pueblo trabajador de Cuba? ¿Su capacidad de conducirlos a lograr las hazañas épicas de la revolución socialista cubana?
Él nos dio parte de la respuesta en el homenaje que le rindió a Ernesto Che Guevara en 1987 por el 20 aniversario de su muerte en combate.
“El Che creía en el hombre”, dijo Fidel.
“Y si no se cree en el hombre, si se piensa que el hombre es un animalito incorregible, capaz de caminar solo si le ponen hierba delante, si le ponen una zanahoria o le dan con un garrote: quien así piense, quien así crea, no será jamás revolucionario, no será jamás socialista, no será jamás comunista”.
No eran palabras vacías. Fidel estaba sentando las bases éticas, la moral proletaria, nuestra moral, que guió su propio curso de acción, su ejemplo de liderazgo, durante toda su vida. Los ejemplos y muestras de esto son innumerables.
Jamás mataron a un prisionero
“El Ejército Rebelde y las milicias jamás mataron a un prisionero, ni torturaron a un prisionero, ni abandonaron a un solo [soldado] enemigo herido”, explicó José Ramón Fernández, comandante de la principal columna de las fuerzas revolucionarias que en 1961 derrotaron la invasión apoyada por Washington en Playa Girón. “Ni en la lucha en la Sierra, ni en la lucha contra bandidos, ni en Girón.
“Eso es una ética de principios de nuestras fuerzas armadas que Fidel ha exigido que se cumpla inviolablemente desde el principio de la lucha revolucionaria”.
Desde el primer combate en la Sierra, “las medicinas nuestras sirvieron para curar a todos los heridos, sin distinción”, tanto los del Ejército Rebelde como los de las fuerzas armadas de Batista, dijo Fidel en la entrevista de 100 horas que concedió a Ignacio Ramonet.
“A los soldados [capturados] los dejabamos en absoluta libertad”, dijo Fidel. “Llevamos una política de respeto con el adversario . . . Hubo soldados que se rindieron tres veces, y tres veces los soltamos”.
Desde que desembarcamos del Granma, subrayó Fidel, nuestra pauta ha sido: “ni magnicidio, ni víctimas civiles, ni régimen de terror”, ni “actos donde se podía matar a gente inocente. Eso no está en ninguna doctrina revolucionaria.
“Sobre la base del terrorismo no se gana ninguna guerra, sencillamente”, dijo Fidel. Porque si usas métodos terroristas, “te ganas la oposición, la enemistad y el rechazo de aquellos que tú necesitas para ganar la guerra”. Por eso, al final de la guerra, “nosotros tuvimos el respaldo de más del 90 por ciento de la población”.
“Para nosotros es una filosofía el principio de que a las personas inocentes no se las puede sacrificar. Para nosotros es un principio de siempre, prácticamente un dogma.
“Los comisarios políticos de Batista iban robando, quemando casas y matando gente”, dijo Fidel al entrevistador. En cambio, “los campesinos veían que nosotros los respetábamos, les pagábamos lo que consumíamos”.
Sin esa política, “no se habría ganado esa guerra”.
Familias de los muertos en la guerra
Teté Puebla fue la segunda al mando del pelotón femenino creado por Fidel en el Ejército Rebelde, y posteriormente fue la primera mujer que alcanzó el grado de general en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. En su relato, Marianas en combate, ella describe cómo fueron tratadas las madres, viudas e hijos de los soldados de Batista que habían muerto en combate.
“Las viudas no tenían la culpa de los asesinatos que el ejército de la dictadura había cometido”, dijo Teté. “Entonces se les dio la misma atención . . . Al llegar a una escuela con algunos de estos muchachos, no podíamos decir de quién eran los hijos. Los únicos que sabíamos éramos los que estábamos a cargo de ellos. Así es que los protegíamos”, dijo. Ahora son parte de la revolución. “Las viudas y las madres de los miembros del ejército de Batista cobran pensión”.
“Nos identificamos con todos los pueblos del mundo que luchan contra la miseria y el hambre”, dijo Teté. “Esos principios de la revolución son la base moral de nuestra lucha”.
El valor de una vida humana
Como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, Fidel se preocupaba profundamente no solo por el bienestar físico de sus combatientes y la atención a los heridos. También se preocupaba por su salud mental, su humanidad.
Harry Villegas, conocido mundialmente como Pombo —nombre de guerra que le dio Che cuando combatieron juntos en el Congo en 1965— fue por más de cinco años el enlace entre el alto mando cubano en Angola y el puesto de mando especial de las FAR en La Habana, encabezado por Fidel. En su libro Cuba y Angola: La guerra por la libertad, Pombo relata un ejemplo revelador de cómo Fidel velaba por la conducta moral de los internacionalistas cubanos: no solo sus acciones sino cómo sus acciones eran percibidas:
“Hubo un caso en que un piloto cubano bombardeó por equivocación un caserío en un quimbo, una aldea, y murieron unos civiles”, relató Pombo. “Fidel insistió en que el piloto fuera juzgado en Angola bajo las leyes de ese país. [El presidente angolano Agostinho] Neto dijo que no lo había hecho adrede, y no juzgaron al piloto”.
No obstante, agrega Pombo, “Fidel ordenó que el piloto fuera retirado de la guerra. Él decía que la guerra va influenciando la sicología del ser humano. Su interacción con la muerte puede ir quitando un poco de su valoración de la vida; uno empieza a habituarse a la muerte.
“Fidel quería evitar por todas las vías que nos fuéramos a deformar síquicamente y nos convirtiéramos en gente para la cual la vida no tuviera valor”.
Ningún crimen en nombre de revolución
Estos mismos fundamentos morales fueron la base de la indignación —y amargura— que expresó Fidel al saber del asesinato en 1983 de Maurice Bishop, dirigente central del gobierno revolucionario de la isla de Granada en el Caribe oriental. Durante un golpe contrarrevolucionario por parte de una facción encabezada por Bernard Coard, Bishop y otros dirigentes revolucionarios fueron asesinados por soldados que actuaban bajo órdenes de la camarilla de Coard. También mataron a trabajadores y jóvenes que habían salido a la calle para defender la revolución.
“Ninguna doctrina, ningún principio o posición proclamada revolucionaria y ninguna división interna justifican procedimientos atroces como la eliminación física de Bishop y el grupo destacado de honestos y dignos dirigentes muertos en el día de ayer”, anunció Fidel en público al día siguiente.
“Ningún crimen puede ser cometido en nombre de la revolución y la libertad”.
Fueron los mismos principios que llevaron a Fidel en 2008 a condenar públicamente la trayectoria del liderazgo de Manuel Marulanda de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) por secuestrar a civiles y mantenerlos como rehenes, en algunos casos durante años bajo severas condiciones en la selva. “Eran hechos objetivamente crueles”, escribió Fidel en un artículo el 3 de julio de 2008. “Ningún propósito revolucionario lo podía justificar”.
Y fueron también estos fundamentos morales los que llevaron a Fidel en 2010, no solo a reconocer las aspiraciones nacionales del pueblo palestino, sino a pronunciarse de manera inequívoca contra la negación del Holocausto por parte del entonces presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad.
“Nadie ha sido calumniado más que los judíos”, dijo Fidel en una entrevista ampliamente difundida. Los judíos “han vivido una existencia mucho más dura que la nuestra. No hay nada que pueda compararse con el Holocausto”.
“Sin ninguna duda” el estado de Israel tiene derecho a existir, dijo Fidel.
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Concluyo con un ejemplo más.
Uno de los momentos más grandes del liderazgo internacional de Fidel fue en 1979 cuando habló ante la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York a nombre del Movimiento de Países No Alineados, cuya presidencia él recientemente había asumido.
“No he venido a hablar de Cuba”, dijo a los delegados.
“No vengo a exponer en el seno de esta Asamblea la denuncia de las agresiones de que ha sido víctima nuestro pequeño pero digno país durante 20 años. No vengo tampoco a herir con adjetivos innecesarios al vecino poderoso en su propia casa”, dijo.
“Hablo en nombre de los niños que en el mundo no tienen un pedazo de pan”.
En boca de muchos otros, estas palabras habrían sido retórica melosa y hueca. Pero de Fidel, expresan la trayectoria de su vida.