Hace setenta y un años, un 26 de julio, trabajadores y jóvenes, dirigidos por Fidel Castro, atacaron el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba y el Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, abriendo la batalla por la revolución socialista de Cuba.
Sin temor a las consecuencias para ellos mismos, ni vacilaciones políticas, miles de trabajadores se unieron al Movimiento 26 de Julio —campesinos, ebanistas, pintores de casas, panaderos, zapateros, hojalateros, carpinteros, estudiantes y otros— para luchar para derrocar la dictadura respaldada por Washington de Fulgencio Batista. Demostraron que era posible ganar si uno lucha con disciplina y con un liderazgo forjado en combate.
Cuando Batista tomó el poder en un golpe de estado el 10 de marzo de 1952, cientos de miles de trabajadores en Cuba estaban desempleados. Unos 3 millones, la mitad de la población de la isla, no tenían electricidad. Más de la mitad vivía en bohíos o en barrios marginales, sin las más mínimas instalaciones sanitarias. En las ciudades, los alquileres se llevaban casi un tercio de los ingresos familiares. Los campesinos sólo podían trabajar en la temporada de cultivo o durante la breve zafra azucarera. No había maestros para el 70% de los niños en áreas rurales. Muchos se convencieron de que el único camino a seguir era luchar.
Ramiro Valdés, viceprimer ministro de Cuba y Comandante de la Revolución —el máximo rango obtenido por los dirigentes de las tropas rebeldes bajo el mando de Fidel Castro en la década de 1950— habló con un grupo de niños en el Centro Fidel Castro Ruz de La Habana el 10 de julio sobre las condiciones que lo llevaron a él y a los de su generación a sumarse a la lucha para poner fin a la dictadura y a la miseria e indignidad producidas por la explotación capitalista.
Convertirse en revolucionario “no es una carrera que se estudia” ha explicado Valdés en muchas ocasiones. “Uno se hace revolucionario por la inconformidad y la rebeldía intrínseca, resultado de la vida que uno llevaba” y se inspira en la historia y en los que nos precedieron.
En aquel entonces tenía 21 años, y trabajaba como ayudante de camionero transportando caña de azúcar para los ingenios Pilar y San Cristóbal. Se lanzó a encontrar a otros como él que querían luchar y se propuso contactar al joven abogado Fidel Castro a quien había escuchado por la radio denunciando a Batista.
Él y sus amigos del barrio pobre La Matilde de Artemisa se pusieron a disposición de Castro. Bajo su liderazgo aprendieron a actuar de manera políticamente efectiva y disciplinada. Muchos de estos militantes, incluido Valdés, fueron seleccionados por Castro para participar en el ataque al Moncada.
Una revolución reavivada
Estuvo preso hasta 1955 junto a los otros combatientes capturados en el asalto al Moncada. Luego se fue al exilio a México, para después regresar a Cuba junto a Castro en el yate Granma y reiniciar la lucha contra la dictadura. En el encuentro con los niños Valdés explicó que Fidel tendió a los expedicionarios del Granma la clave para la victoria —resistir, resistir, y resistir— y la confianza de que el pueblo apoyaría y se uniría a una guerra que considerara justa.
Valdés luchó como segundo al mando de la Columna 4 del Ejército Rebelde comandada por Che Guevara y más tarde como comandante de la Columna 8 en Las Villas.
Muchos otros dirigentes de la Revolución Cubana tenían orígenes similares. Juan Almeida Bosque, un afrocubano que trabajó como albañil desde los 11 años, también decidió después del golpe que era hora de actuar. Fue al recinto de la Universidad de La Habana para protestar y se unió a una acción organizada por Castro.
Haydée Santamaría participó en el ataque al Moncada y luego fue encarcelada durante siete meses. Fue miembro fundador del Movimiento 26 de Julio en 1955, luchó en la guerra revolucionaria y desempeñó papeles de liderazgo por varias décadas.
Ellos, y otros como ellos, se unieron a Castro para asumir el liderazgo de la Revolución Cubana.
El imperialismo norteamericano nunca ha perdonado a la revolución por cumplir su programa. Esto incluye la Ley de Reforma Agraria, que dio tierra a cientos de miles de campesinos, y la movilización de los trabajadores para llevar adelante la nacionalización de los bancos y empresas de propiedad norteamericana, así como los de la clase capitalista de Cuba.
La revolución socialista cubana —y lo que demostró sobre las capacidades del pueblo trabajador— son hoy un ejemplo poderoso para el pueblo trabajador.
Washington dice que la Revolución Cubana debe desaparecer, dijo Valdés en una entrevista en la televisión cubana. “Nosotros tenemos que tener conciencia de eso. Y nosotros somos, tenemos que ser, somos y seremos un hueso duro de roer. Una espinita en la garganta que ellos no se van a poder tragar”.
Ahora, con 92 años, Valdés instó a los jóvenes a estudiar la Revolución Cubana, y a Fidel Castro, para seguir defendiéndola. “Ustedes tienen que conocer cada vez más a Fidel”, dijo.