El régimen clerical burgués de Teherán se ve impulsado a aumentar su poder e influencia por la fuerza de las armas. Sus líderes se esfuerzan por extender más allá de las fronteras de Irán la contrarrevolución de cuatro décadas que hizo retroceder a los trabajadores, agricultores, mujeres y nacionalidades oprimidas que llevaron a cabo la histórica Revolución Iraní de 1979. Esto incluye ayudar a planificar el pogromo asesino de Hamás en Israel el 7 de octubre.
La guerra de Israel para desmantelar a Hamás es también una guerra para asestar golpes a los gobernantes de Teherán, que proclaman abiertamente su programa de odio a los judíos y piden la destrucción de Israel.
Junto con Hamás, el “eje de resistencia” de Teherán de odio a los judíos incluye a Hezbolá en Líbano, las milicias que dirige en Iraq y Siria, y los combatientes hutíes en Yemen.
Desde el 7 de octubre, Hezbolá lanza casi a diario ataques con cohetes contra el norte de Israel con el respaldo de Teherán. Teherán también proporciona inteligencia, drones y misiles a los hutíes en Yemen que han lanzado ataques contra el puerto israelí de Eilat y contra buques de carga que navegan hacia el Canal de Suez. Las milicias provistas por Irán en Iraq y Siria han atacado a fuerzas estadounidenses desplegadas allí.
A partir de finales de 2017, las devastadoras consecuencias de las aventuras militares de Teherán provocaron oleadas de protestas por parte del pueblo trabajador iraní. Han salido a las calles para exigir el fin de las intervenciones militares en el extranjero y para que los recursos de la nación se utilicen para abordar las necesidades del pueblo trabajador.
El freno más importante contra la amenaza de más intervenciones militares por parte de Teherán son el pueblo trabajador y las nacionalidades oprimidas de Irán y sus luchas. Los esfuerzos del gobierno iraní para movilizar apoyo popular a Hamás han fracasado.
Una revolución popular y moderna
El régimen de Teherán es a menudo presentado como producto de la Revolución Iraní de 1979. De hecho, este régimen es producto de una brutal contrarrevolución que impidió que el pueblo trabajador avanzara en la lucha revolucionaria que derribó al tiránico régimen del sha, quien contaba con el respaldo de Washington.
La Revolución Iraní fue una revolución social profunda, moderna y popular en la ciudad y en el campo. Inspiró a los trabajadores de todo el Medio Oriente y de todo el mundo. Los trabajadores establecieron consejos en las fábricas, refinerías y otros lugares de trabajo para defender sus propios intereses de clase. Las mujeres y las nacionalidades oprimidas lucharon por sus derechos, los campesinos por la tierra.
Las fuerzas clericales que estaban a la cabeza de la República Islámica respondieron desatando matones y atacando las protestas, y arrestando y ejecutando a los opositores políticos.
El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán recibió la tarea de liderar estos ataques. Se ha vuelto fundamental para las intervenciones militares de los gobernantes iraníes dirigidas contra Israel y los regímenes árabes rivales.
El historial del ascenso y la caída de la Revolución Iraní se puede encontrar en un artículo especial de 2018, “Revolución, contrarrevolución y guerra en Irán”, disponible en el Militante.
La milicia Hezbolá en Líbano fue fundada en 1983 con la participación directa y la financiación de Teherán. Desde entonces, ha intervenido en varios gobiernos de coalición libaneses. Hezbolá provocó una guerra de un mes contra Israel en 2006. En 2019, matones de Hezbolá atacaron a manifestantes en Beirut que luchaban por mejores condiciones de vida y contra la corrupción del gobierno.
El gobierno iraquí también depende de milicias organizadas por la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. Durante las protestas por empleos y derechos políticos en Bagdad en 2019, los manifestantes coreaban “¡Fuera Irán, fuera!” Las milicias respaldadas por Teherán estuvieron al frente del aplastamiento de estas acciones.
El dictador sirio Bashar al-Assad desató una represión masiva para sofocar un levantamiento popular en 2011. Las milicias respaldadas por Teherán y los ataques aéreos de Moscú fueron decisivos para permitir que el régimen de Assad pudiera revertir las pérdidas sufridas en la guerra civil que siguió. Más de 300 mil personas murieron y 6.8 millones huyeron del país.
Meses antes del baño de sangre de Hamás del 7 de octubre, los gobiernos de Israel y Arabia Saudita estaban realizando conversaciones para allanar el camino para el reconocimiento de Israel por parte de los gobernantes saudíes, una ampliación de los Acuerdos de Abraham. Teherán dio luz verde al pogromo de Hamás—la mayor masacre de judíos desde el Holocausto—para intentar frustrar estos planes.
Pero incluso una victoria israelí que aplaste a Hamás no pondrá fin al odio a los judíos ni a futuras amenazas al derecho de Israel a existir como refugio para los judíos. Sus raíces se encuentran en la crisis cada vez más profunda del capitalismo, que lleva a la ruina a capas de la clase media, muchas de las cuales culpan a los judíos por el desastre que enfrentan. El odio a los judíos se convierte en la bandera de las fuerzas reaccionarias a las que recurren los gobernantes capitalistas cuando temen que su dominio se ve amenazado.
Esto es lo que condujo al régimen de Hitler en Alemania. Y el Holocausto nazi —junto con la decisión de los gobernantes de Washington, Londres y otros gobiernos capitalistas de cerrar sus fronteras a los judíos antes, durante y después de la segunda guerra mundial imperialista— es lo que condujo a la creación de Israel.
En el curso de las luchas revolucionarias venideras, los trabajadores tendremos la oportunidad de derrocar el dominio capitalista y tomar el poder en nuestras propias manos. Esto abrirá la puerta para eliminar finalmente el odio a los judíos y otros productos venenosos de la explotación y opresión capitalista en todo el mundo.