El crecimiento del comercio mundial bajó a su punto más débil desde que la crisis financiera global sacudiera a los gobernantes capitalistas en 2007. La actividad manufacturera ha comenzado a contraerse, con la caída de la producción automotriz al frente.
En Alemania, Rusia y la República Checa las fábricas están operando a los niveles más bajos en una década. La manufactura en Estados Unidos se ha contraído a la vez que el gasto del consumidor y la inversión empresarial han disminuido.
Las tensiones comerciales y las crecientes barreras arancelarias están contribuyendo al enfriamiento de la economía global. Esto ha aumentado los temores de los inversionistas capitalistas de que la próxima crisis está cerca y se apresuran a encontrar apuestas más seguras para la inversión.
Esta profundización de la crisis capitalista y el aumento de la competencia están impulsando la desintegración del viejo orden imperialista, establecido después de la victoria de Washington en la segunda matanza imperialista mundial. Los gobernantes estadounidenses siguen siendo, por mucho, el poder capitalista dominante, a pesar de los claros indicios de su declive.
Las primeras décadas de la era dominada por Washington fueron marcadas por la fachada de un orden mundial “basado en las reglas” y de instituciones multilaterales relativamente estables como la ONU —que auspició la guerra de Washington contra Corea— y la Organización Mundial del Comercio, entre otras.
Esta imagen se está desboronando. Los problemas de los rivales imperialistas son impuestos sobre el pueblo trabajador en sus países y en el mundo semicolonial.
La creciente rivalidad entre la ascendiente clase capitalista en China y las familias gobernantes estadounidenses se ha acelerado en la última década. En este conflicto estratégico sobre la división y redivisión de los recursos de la tierra y la riqueza producida por los trabajadores y agricultores de todo el mundo está en disputa cuál de las clases gobernantes dominará en el siglo 21.
“Ninguna fuerza puede impedir que el pueblo chino y la nación china sigan adelante”, dijo el presidente chino Xi Jinping, en el desfile del 70 aniversario de la fundación de la República Popular el 1 de octubre. Ese mismo día, policías y matones respaldados por Beijing atacaron a manifestantes por los derechos políticos en Hong Kong.
La economía capitalista mundial es hoy más interdependiente, y con un coeficiente de endeudamiento más alto que nunca. La deuda internacional se ha más que duplicado de 116 billones de dólares en 2007 a 244 billones en la actualidad. Durante el mismo tiempo, el producto interno bruto a nivel mundial ha crecido solo por la mitad, de 58 billones de dólares a 85 billones.
La Unión Europea se está desboronando a causa de los intereses nacionales rivales de los gobernantes a lo interno del bloque y desde fuera por la rivalidad polarizadora entre Beijing y Washington. En mayo, la canciller alemana Angela Merkel, que pronto dejará su puesto de directora ejecutiva del capital alemán, reconoció que “las viejas certezas del orden de la posguerra” han terminado. Uno de los problemas centrales que enfrentan los gobernantes alemanes es que solo tienen un ejército de quinta categoría. Por décadas dependieron militarmente en Washington, al igual que todas las clases dominantes europeas.
Amenaza de ‘guerra monetaria’
“Crecen las amenazas a la integración europea”, fue el titular de un artículo de Wolfgang Munchau en el Financial Times el 11 de agosto. Señaló que el bloque de potencias capitalistas llamado Unión Europea se enfrenta a “una recesión económica, una guerra monetaria global, un choque tecnológico en el sector automotriz, posiblemente un Brexit sin acuerdo y una crisis del gobierno italiano”.
Munchau advierte que los gobernantes capitalistas en Europa corren el riesgo de “un círculo vicioso durante la próxima recesión o crisis financiera” con tasas de interés ya bajas. El gobierno italiano, señala, está amenazando con liberarse de las reglas fiscales de la Unión Europea y establecer una moneda paralela, que podría ser devaluada más libremente. Manchau sugiere que el argumento económico para la integración se ha debilitado, quizás mortalmente, “después de la devastadora experiencia de austeridad en el sur de Europa”.
Y dice que la “verdadera amenaza para la integración europea” vendrá “de los votantes de la Unión Europea”. Desde los trabajadores en Reino Unido que votaron abrumadoramente para salir de la Unión Europea hasta las protestas de los chalecos amarillos en Francia, el temor de los gobernantes a la clase trabajadora está creciendo.
Además de las crecientes disputas arancelarias, existe una amenaza mucho más grave de una guerra monetaria. El 18 de junio, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció que el BCE estaba preparado para reducir las tasas de interés y reiniciar la compra de bonos como un arma de estímulo económico dirigido contra el dólar estadounidense con el fin de tomar más del mercado mundial.
El presidente Donald Trump rebatió los comentarios de Draghi que “dejan caer inmediatamente el euro contra el dólar, facilitándoles competir contra EE.UU. Se han salido con la suya durante años, junto con China y otros”. La amenaza de responder de la misma manera, y más, quedó clara. Los efectos de una batalla monetaria en espiral resonarían en todo el mundo.
El pueblo trabajador pagará el precio, independientemente de cuál clase capitalista suba a la cima. La única alternativa para el pueblo trabajador es unirse y luchar por sus propios intereses de clase independientes, para construir un liderazgo revolucionario capaz de remplazar la actual dictadura del capital con el poder obrero.