En defensa de la clase trabajadora en EEUU

Dirigente del PST en evento en La Habana responde a pregunta: ¿Es posible una revolución socialista en EEUU?

9 de julio de 2018
Maestros en huelga frente al capitolio en Charleston, Virginia del Oeste, 26 de febrero de 2018, al estallar una de las batallas obreras más importantes en Estados Unidos en décadas. Los maestros y otros trabaja-dores escolares salieron en huelga en todo el estado, ganando apoyo de estudiantes, padres, iglesias y otros sindicatos. Las huelgas y protestas se extendieron a Oklahoma, Kentucky, Arizona, Colorado y Carolina del Norte. “Lo que ha pasado allí es una refutación viva de la imagen de una clase trabajadora ‘retrógrada’ según la pintan los liberales de clase media y buena parte de la izquierda radical”, dice Mary-Alice Waters, dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores.
Chris Dorst/Charleston Gazette-Mail vía APMaestros en huelga frente al capitolio en Charleston, Virginia del Oeste, 26 de febrero de 2018, al estallar una de las batallas obreras más importantes en Estados Unidos en décadas. Los maestros y otros trabajadores escolares salieron en huelga en todo el estado, ganando apoyo de estudiantes, padres, iglesias y otros sindicatos. Las huelgas y protestas se extendieron a Oklahoma, Kentucky, Arizona, Colorado y Carolina del Norte. “Lo que ha pasado allí es una refutación viva de la imagen de una clase trabajadora ‘retrógrada’ según la pintan los liberales de clase media y buena parte de la izquierda radical”, dice Mary-Alice Waters, dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores.

A continuación publicamos la presentación que Mary-Alice Waters dio en La Habana en una conferencia organizada por el Instituto de Historia de Cuba y la Central de Trabajadores de Cuba (CTC). Waters es miembro del Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores y presidenta de la editorial Pathfinder. Su charla, presentada el 26 de abril, dio inicio a un programa en dos partes sobre la lucha de clases en Estados Unidos que fue uno de los principales aspectos del Taller Científico Internacional Primero de Mayo, celebrado del 24 al 26 de abril.

A la presentación de Waters le siguió un panel de cuatro trabajadores y un agricultor de Estados Unidos, quienes describieron sus propias experiencias laborales en distintas industrias, así como las batallas sindicales y sociales en las que han participado (ver biografías en la página siguiente). En la edición del 28 de mayo apareció un artículo sobre la conferencia. Copyright © 2018 por Pathfinder Press, reproducido con permiso.

Waters fue presentada por René González Barrios, presidente del Instituto de Historia de Cuba.

 

POR MARY-ALICE WATERS

Gracias, René, por tu presentación generosa.

En nombre de todos los que estamos presentando el programa de esta mañana sobre la lucha de clases en Estados Unidos, quiero agradecer a los compañeros y compañeras del Instituto de Historia de Cuba, de la CTC y a nuestros anfitriones en el Palacio de los Torcedores por el privilegio —y la responsabilidad— que nos han ofrecido.

Hace seis meses, cuando René nos pidió que preparáramos esta sesión del XII Taller Científico Internacional Primero de Mayo, yo tenía mis dudas. “No somos ni historiadores profesionales ni investigadores académicos”, le dije. “Somos trabajadores, sindicalistas, agricultores, comunistas, miembros y partidarios del Partido Socialista de los Trabajadores y Jóvenes Socialistas. ¿Será apropiada nuestra presentación?”

Todos ustedes tienen las breves notas biográficas que preparamos sobre nuestros panelistas. No voy a repetirlas, solo decir que ustedes oirán a compañeros y compañeras que han vivido y trabajado en todas partes de Estados Unidos: en la agricultura y en empleos desde minas de carbón, refinerías de petróleo y ferrocarriles hasta talleres de costura, obras de construcción, mataderos, líneas de ensamblaje de autos, almacenes y enormes tiendas como Walmart, el empleador privado más grande de Estados Unidos, con 1.5 millones de trabajadores (y otros 800 mil a nivel mundial).

Por supuesto, como trabajadores con conciencia de clase, participamos en todas las batallas sociales, políticas y culturales que están en el centro de la lucha de clases en Estados Unidos, empezando con la oposición a cada agresión, a cada guerra librada abierta o encubiertamente por el imperialismo norteamericano.

René escuchó pacientemente todas nuestras inquietudes. Simplemente sonrió y dijo, “Bueno, es lo que necesitamos conocer. Aquí en el instituto de historia hablamos con mucha gente que estudia a la clase trabajadora. Necesitamos oír a los que son trabajadores”.

Pues, aquí estamos, y esperamos sus preguntas, dudas, comentarios y especialmente un debate provechoso.

Les aseguro de antemano que lo que van a oír de nosotros no es lo que normalmente se oye o se ve o lee en los “medios masivos” o lo que ahora se conoce como los “medios sociales”. Yo prefiero decir “medios burgueses” como calificativo más exacto en ambos casos.

Enfocarse en dos preguntas

Me voy a enfocar en dos preguntas.

Primero. La victoria electoral de Donald Trump en 2016: ¿indicó un aumento en el racismo, la xenofobia, el desprecio a las mujeres y otras formas de reacción ideológica en el seno del pueblo trabajador en Estados Unidos? ¿Es por eso que decenas de millones de trabajadores de todas las razas votaron por él?

Segundo. ¿Realmente es posible una revolución socialista en Estados Unidos? ¿O será que los que contestamos “Sí”, sin reservas, somos una nueva variedad de socialistas utópicos e ilusos, por buenas que sean nuestras intenciones?

La respuesta más clara y rotunda a la primera pregunta está llegando ahora mismo desde Virginia del Oeste hasta Oklahoma, Kentucky, Arizona y otros estados. La están dando decenas de miles de maestros y otros trabajadores públicos en estados donde Trump ganó por márgenes grandes en 2016.

Hace menos de dos meses en el estado de Virginia del Oeste, estalló en el escenario nacional una de las batallas obreras más importantes en muchas décadas. Unos 35 mil maestros, trabajadores de limpieza, choferes de bus, trabajadores de comedores y otros empleados de escuelas públicas salieron de sus centros laborales todos juntos, desafiando fallos judiciales que les niegan a los empleados públicos el derecho a la huelga. Con el apoyo abrumador de sus comunidades, cerraron las escuelas en todos los condados del estado: sí, en cada uno. Un total de 55 condados. Hasta se sorprendieron los maestros en lucha.

Panel on class struggle in U.S. at April 2018 Havana conference organized by Cuban Institute of His-tory (IHC) and Cuba’s union federation. From left, Willie Head, Omari Musa, Alyson Kennedy, Jacob Perasso and Mary-Alice Waters. At right, René González Barrios, president of IHC. At podium (not in photo) is Róger Calero.
Maykel Espinosa/Juventud RebeldePanel sobre lucha de clases en EE.UU. durante encuentro en La Habana, organizado por el Instituto de Historia de Cuba y la Central de Trabajadores de Cuba, abril de 2018. Desde la izquierda, Willie Head, Omari Musa, Alyson Kennedy, Jacob Perasso y Mary-Alice Waters. A la derecha, René González Barrios, presidente del IHC. Al podio (no en la foto) está Róger Calero.

Esta acción se produjo después de muchos años de medidas por la clase dominante con las que recortaron fondos para comidas, libros de texto, suministros escolares, mantenimiento, salarios de maestros y otros empleados y las llamadas actividades extra-académicas como deportes, artes, música y otros programas necesarios para la enseñanza y el desarrollo de los niños.

Virginia del Oeste es el corazón histórico de las regiones del carbón en Estados Unidos, donde se han librado algunas de las batallas sindicales más recias en la historia de Estados Unidos. Desde hace mucho tiempo es una de las zonas más devastadas económicamente del país, y hoy más aún.

En las últimas tres décadas, los patrones del carbón y su gobierno, empeñados en reducir sus costos de mano de obra y romperle el espinazo al Sindicato Unido de Mineros (UMWA), han librado una ofensiva sistemática contra las vidas y el nivel de vida de todo el pueblo trabajador.

Las empresas del carbón han cerrado cientos de minas en toda la región de los Apalaches. Han transferido sus capitales al petróleo, al gas natural y a otras fuentes de combustibles fósiles, incluyendo sus enormes minas a cielo abierto no sindicalizadas en el Oeste. Su único interés es aumentar sus tasas de ganancia, empleando a un menor número de mineros.

Hace 50 años, un 70 por ciento de los mineros del carbón estaban representados por el UMWA, por mucho tiempo el sindicato más poderoso del país. Hoy la cifra es del 21 por ciento.

No tenemos tiempo para relatar cómo los dueños han cerrado clínicas que el sindicato había ganado en luchas anteriores. Ni por qué la enfermedad respiratoria “pulmón negro”, azote mortal de los mineros, cuya incidencia se había reducido en los años 70 y 80, ha resurgido explosivamente en la región. Ahora golpea a los mineros jóvenes con más virulencia gracias a la “nueva tecnología minera”.

Ni tampoco podemos describir cómo las empresas mineras han usado los procesos de quiebra, fallos judiciales y “restructuraciones” empresariales para dejar de reconocer convenios sindicales, incumplir sus acuerdos de pensiones y eliminar comités de salud y seguridad controlados por el UMWA. A través de estos comités sindicales, conquistados en batallas anteriores, los mineros mismos ejercían su facultad de parar labores durante cualquier turno de trabajo ante cualquier tipo de condiciones peligrosas.

Sobre estos temas les hablará más una de nuestros panelistas, Alyson Kennedy, quien trabajó 14 años como minera subterránea del carbón.

Las consecuencias de estas décadas de ataques se ven en las estadísticas.

Hoy día Virginia del Oeste tiene el ingreso familiar medio más bajo de todos los estados salvo uno, Mississippi. Hay solo tres estados —Oklahoma, Dakota del Sur y Mississippi— donde los maestros ganan menos que en Virginia del Oeste.

En base a las cifras oficiales del gobierno norteamericano que incluyen a los llamados “trabajadores desanimados” —aquellos que por tanto tiempo no han encontrado empleo que han dejado de buscar temporalmente— Virginia del Oeste tiene una de las tasas de desocupación más altas del país: más del 10 por ciento en 2017.

Ese estado es un epicentro de la crisis de drogadicción en Estados Unidos: tiene la tasa de sobredosis por opiáceos más elevada en el país. Y la crisis de drogas sigue creciendo, lo cual se expresa en un hecho contundente: la expectativa de vida en Estados Unidos disminuyó durante dos años consecutivos: 2015 y 2016.

 

Maestros en huelga en Virginia del Oeste aplicaron lecciones de décadas de batallas sindicales en regiones carboníferas, ganando apoyo de mineros y jubilados y sus familias. Arriba, mineros y parti-darios del sindicato UMW cerraron planta de carbón de la Pittston en Virginia durante huelga de 11 meses en 1989. Abajo., mineros en Bellaire, Ohio, en 1943 leen artículo que informaba que el presi-dente sindical John L. Lewis desafiaba amenaza del gobierno de emplear tropas para remplazar a los huelguistas mineros durante II Guerra Mundial. “¡No puede extraer carbón con bayonetas!”, respon-dieron los mineros.
Arriba, Militante/Steve Marshall; Abajo, Associated PressMaestros en huelga en Virginia del Oeste aplicaron lecciones de décadas de batallas sindicales en regiones carboníferas, ganando apoyo de mineros y jubilados y sus familias. Arriba, mineros y parti-darios del sindicato UMW cerraron planta de carbón de la Pittston en Virginia durante huelga de 11 meses en 1989. Abajo, mineros en Bellaire, Ohio, en 1943 leen artículo que informaba que el presi-dente sindical John L. Lewis desafiaba amenaza del gobierno de emplear tropas para remplazar a los huelguistas mineros durante II Guerra Mundial. “¡No puede extraer carbón con bayonetas!”, respon-dieron los mineros.

A este cuadro hay que agregar el precio no muy oculto de las incesantes guerras de Washington, cuyo peso recae más, como siempre, sobre las familias obreras y de agricultores en las regiones más deprimidas del país. Entre los veteranos de las guerras en Afganistán, Iraq, Siria y otros países, la tasa de suicidios es de 20 por día. Sí, escucharon bien. Veinte por día.

Podríamos añadir más, pero no es necesario.

Lo fundamental es que, sin comprender la devastación de las vidas de los trabajadores en regiones como Virginia del Oeste (y hay muchas más) —sin entender el enorme aumento, desde la crisis financiera de 2008, de la desigualdad de clase, incluida la creciente desigualdad dentro de las clases— no se puede comprender lo que está pasando en Estados Unidos.

Hay que comparar este panorama de devastación con las vidas de las capas altas de la meritocracia en lugares como el Valle del Silicio (Silicon Valley), y en distritos aún más exclusivos (sin ser losmás exclusivos) en centros poblacionales como Manhattan, Washington y San Francisco.

Esta devastación que enfrenta el pueblo trabajador no solo es consecuencia de la crisis capitalista mundial de producción y comercio, que comenzó a mediados de los años 70 y sigue ahondándose. Es la consecuencia de las políticas iniciadas por la administración demócrata de los dos Clinton en los años 90, y seguida con igual fuerza por la administración republicana de George W. Bush y la demócrata de Barack Obama.

Políticas como la eliminación de la ayuda federal para los hijos de madres solteras y los recortes drásticos en otros programas de asistencia social a todos los niveles.

Las leyes y políticas disfrazadas bajo nombres como la “guerra contra las drogas” y la “justicia penal”, que han convertido a Estados Unidos en el país con la mayor tasa de encarcelamiento en el mundo: un 25 por ciento de todos los presos en el planeta. Cabe añadir que fue entre esos presos que nuestros cinco hermanos cubanos vivieron e hicieron su trabajo político durante unos 16 años.

Todos estos son temas que se explican y se documentan en varios de los libros más leídos de la editorial Pathfinder, y que pueden obtener ahí en la mesa que muchos de ustedes ya han visitado. Están El historial antiobrero de los Clinton, y ¿Son ricos porque son inteligentes?, ambos de Jack Barnes, secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores. Está Son los pobres quienes enfrentan el salvajismo del sistema de ‘justicia’ en Estados Unidos, donde los cinco héroes hablan sobre sus experiencias como parte de la clase obrera entre rejas en Estados Unidos.

Resisten…buscan respuestas

Muchas veces cuando explicamos estas realidades sociales a compañeros y amigos aquí en Cuba (y en otros países), ellos preguntan: “¿Por qué el pueblo acepta esta situación? ¿Por qué no se ha visto resistencia?”

Nuestra respuesta es siempre la misma: “Sí hay resistencia. Los trabajadores nunca dejan de buscar formas de luchar… y de actuar cando encuentran las formas”. Pero si uno no forma parte de la clase trabajadora, no se da cuenta de lo que se está acumulando hasta que estalla.

Ningún trabajador sale en huelga hasta que se hayan agotado otras vías. Hasta que sientan que ya no les queda más remedio.

La huelga de los maestros de Virginia del Oeste fue precisamente esa clase de estallido. Pareció estallar de la nada, pero se había ido acumulando durante años. Sus raíces son profundas.

Y cuando salieron en huelga los maestros y otros empleados escolares, cuando vieron su fuerza numérica, también brotó su confianza y voluntad. Con el apoyo de sus alumnos, familias, sindicatos e iglesias —y con una larga memoria de las muchas duras batallas de los mineros— ellos organizaron comidas para los estudiantes y los huelguistas. Se coordinaron programas diurnos para los niños. Se recolectó ropa y fondos, y mucho más.

Siguiendo las mejores tradiciones del sindicalismo —y como precursor del combativo movimiento sindical que volverá a forjarse— la huelga se convirtió en un auténtico movimiento social, luchando por las necesidades de toda la clase trabajadora y sus aliados.

“Lo que estamos presenciando es cómo se va levantando toda una clase de gente”, fue lo que dijo orgullosamente un trabajador a un reportero.

Y tenía razón. Eran los hombres y las mujeres a quienes Hillary Clinton había catalogado con desprecio como una “canasta de deplorables” durante su campaña presidencial. Gente de las zonas “retrógradas” (¡esa fue su palabra!) del país entre Nueva York y California. Gente que ella tachaba de “racistas, sexistas, homofóbicos, xenofóbicos”. Ella se enfocó especialmente en mujeres, en “las mujeres blancas casadas” de estas regiones que eran demasiado débiles como para resistir “la presión de votar según te dice tu esposo, tu patrón, tu hijo” que votes.

¿Acaso fue una sorpresa que Trump haya ganado en Virginia del Oeste por un voto del 69 por ciento contra el 27 por ciento para Clinton?

La mejor clase de personas que libró esta lucha no solo cerró todas las escuelas durante nueve días. Enviaron a miles de manifestantes para ocupar el capitolio estatal día tras día. En medio del paro, los maestros rechazaron la propuesta de su dirección sindical de aceptar una promesa de acuerdo del gobernador. Ya habían escuchado promesas. Se mantuvieron en huelga hasta que obligaron a la legislatura a aprobar, y al gobernador a promulgar, un aumento salarial del 5 por ciento. Y no solo para el personal escolar sino para todos los empleados estatales.

Una masa confiada de vencedores, con sus camisetas rojas, salió marchando del capitolio con gritos de: “¿Quién hizo historia? ¡Nosotros hicimos historia!”

Al regarse la noticia, los maestros en Oklahoma, Kentucky y Arizona se prepararon para las próximas huelgas. Su grito de batalla era: “No nos obliguen a hacerles como en Virginia del Oeste”.

Escucharán más acerca de todo esto con el panel de esta mañana.

Lo que ha pasado en Virginia del Oeste es una refutación viva de la imagen de una clase trabajadora “retrógrada” y guiada por prejuicios, según la pinta una amplia gama de liberales de clase media y buena parte de la izquierda radical en Estados Unidos, y también a nivel mundial. No solo tienen la esperanza obsesiva de llevar a juicio a Donald Trump. El blanco de su ataque —y el objeto de su temor— es esa clase de personas que se están levantando, muchos de los cuales votaron por Trump.

Lo que explica las acciones de decenas de miles de trabajadores como ellos no es un odio a los mexicanos, musulmanes y africano-americanos, ni un deseo de confinar a las mujeres en el hogar, descalzas y embarazadas. Miren las fotos en el mural al fondo de la sala. ¡Miren los rostros de las mujeres en Virginia del Oeste, Kentucky, Arizona y otros lugares que están al frente de las batallas de los maestros!

Los trabajadores enfrascados en estas luchas no están reclamando un muro fronterizo, ni están manoseando a mujeres o marchando con capuchas del Ku Klux Klan y quemando cruces. Están reclamando dignidad y respeto para ellos y sus familias, para todos los trabajadores como ellos.

Y no sienten más que desconfianza y odio creciente hacia lo que identifican como “la clase política” en Washington y en todos los capitolios estatales del país, tanto republicanos como demócratas. Por eso las exclamaciones de “¡Vaciemos el pantano!” tuvieron una resonancia mucho allá de los que votaron por Trump. No son actitudes reaccionarias lo que impulsa a la mayoría de estos trabajadores. Sus huelgas indicaron algo diferente: un paso hacia una conciencia política independiente, que solo puede desarrollarse, con el tiempo, a través de acciones obreras en gran escala en las líneas de piquetes y en las calles.

Con la huelga en Virginia del Oeste y su ejemplo que se va propagando, la resistencia obrera y la solidaridad de clase en Estados Unidos han comenzado una nueva etapa.

Si hay una cosa que ustedes vayan a recordar de nuestro programa esta mañana, espero que sea esto:

Hoy entre el pueblo trabajador de Estados Unidos existe una mayor receptividad que en cualquier momento de nuestras vidas políticas a considerar y debatir lo que pudiera significar una revolución socialista y por qué pudiera tal vez resultar necesaria. Por qué nuestra clase debería asumir la responsabilidad de tomar el poder estatal. Cómo podemos convertirnos en seres humanos diferentes a través de estas luchas.

Es más, esta receptividad política es tan grande entre los que votaron por Trump como entre los que votaron por Clinton, o el número récord de los que no podían soportar la idea de votar ni por uno ni por el otro de los candidatos presidenciales.

Esto no lo sabemos por las encuestas o por los reportajes noticiosos de otros. Lo sabemos a partir de nuestras propias experiencias, y las de nuestros familiares regados por todo Estados Unidos. Lo sabemos de primera mano por nuestra actividad sistemática de propaganda comunista, cuando vamos de puerta en puerta en barrios obreros, de todo tipo de composición racial y étnica, barrios tanto urbanos como rurales, de una punta de Estados Unidos a la otra. Conversando sobre estos temas con miles de trabajadores. Con quien sea que abra la puerta.

¿Revolución socialista en EE.UU. ?

Esto nos lleva a la segunda pregunta. ¿Realmente es posible una revolución socialista en Estados Unidos?

Hace dos meses nos hizo esa pregunta un joven aquí en La Habana, estudiante del Instituto Superior de Relaciones Internacionales, del ministerio del exterior. Dijo que no lo creía. El poderío económico y militar de Washington es demasiado grande, y la clase trabajadora demasiado atrasada. Insistió en que el imperialismo norteamericano tendrá que ser derrocado “desde afuera”.

Los miembros del Partido Socialista de los Trabajadores sin duda estamos entre una pequeña minoría, incluso entre los que se llaman socialistas, que dicen sin reservas: “Sí, una revolución socialista es posible en Estados Unidos”. Y que jamás se podrá imponer “desde afuera”, en ningún país, un movimiento emancipador de millones de personas.

No solo decimos que una revolución socialista es posible en Estados Unidos. Aún más importante, las luchas revolucionarias del pueblo trabajador son inevitables. Las clases propietarias, impulsadas por la crisis, nos impondrán estas luchas, como acabamos de ver en Virginia del Oeste. Y estas batallas se verán entrelazadas, como siempre, con el ejemplo de resistencia y lucha de otros productores oprimidos y explotados alrededor del mundo.

 

Dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores fueron pioneros del movimiento comunista nor-teamericano y mundial en los años 20 y de las batallas obreras que forjaron sindicatos industriales en los 30, incluyendo campañas que integraron a decenas de miles de camioneros al sindicato Teamsters. Arriba, dirigente de los Teamsters en Minneapolis anuncia victoria en huelga de choferes en 1934. El sindicato local de los Teamsters organizó una Guardia de Defensa Sindical para frenar reclutamiento fascista y encabezó la oposición sindical a los objetivos imperialistas de Washington en la II Guerra Mundial. “Nos enseñó lo que la clase trabajadora norteamericana es capaz de hacer cuando se des-pierta al calor de la lucha”, dijo Waters. Abajo, James P. Cannon, veterano dirigente del PST (sentado, segundo desde la izq.), fue fundador del movimiento comunista de EE.UU. en 1919 y delegado al congreso de 1922 de la Internacional Comu-nista en Moscú. También en la mesa están Karl Radek (Partido Bolchevique, Rusia, izq.) y Clara Zetkin (Partido Comunista, Alemania, der.). Al podio está Claude McKay, delegado de EE.UU.
Biblioteca Beinecke, Universidad de YaleDirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores fueron pioneros del movimiento comunista nor-teamericano y mundial en los años 20 y de las batallas obreras que forjaron sindicatos industriales en los 30, incluyendo campañas que integraron a decenas de miles de camioneros al sindicato Teamsters.
Arriba, dirigente de los Teamsters en Minneapolis anuncia victoria en huelga de choferes en 1934. El sindicato local de los Teamsters organizó una Guardia de Defensa Sindical para frenar reclutamiento fascista y encabezó la oposición sindical a los objetivos imperialistas de Washington en la II Guerra Mundial. “Nos enseñó lo que la clase trabajadora norteamericana es capaz de hacer cuando se des-pierta al calor de la lucha”, dijo Waters.
Abajo, James P. Cannon, veterano dirigente del PST (sentado, segundo desde la izq.), fue fundador del movimiento comunista de EE.UU. en 1919 y delegado al congreso de 1922 de la Internacional Comu-nista en Moscú. También en la mesa están Karl Radek (Partido Bolchevique, Rusia, izq.) y Clara Zetkin (Partido Comunista, Alemania, der.). Al podio está Claude McKay, delegado de EE.UU.

Dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores fueron pioneros del movimiento comunista norteame-ricano y mundial en los años 20 y de las batallas obreras que forjaron sindicatos industriales en los 30, in-cluyendo campañas que integraron a decenas de miles de camioneros al sindicato Teamsters. Izquierda, dirigente de los Teamsters en Minneapolis anuncia victoria en huelga de choferes en 1934. El sin-dicato local de los Teamsters organizó una Guardia de Defensa Sindical para frenar reclutamiento fascista y encabezó la oposición sindical a los objetivos imperialistas de Washington en la II Guerra Mundial. “Nos enseñó lo que la clase trabajadora norteamericana es capaz de hacer cuando se despierta al calor de la lu-cha”, dijo Waters. Arriba, James P. Cannon, veterano dirigente del PST (sentado, segundo desde la izq.), fue fundador del movi-miento comunista de EE.UU. en 1919 y delegado al congreso de 1922 de la Internacional Comunista en Moscú. También en la mesa están Karl Radek (Partido Bolchevique, Rusia, izq.) y Clara Zetkin (Partido Comunista, Alemania, der.). Al podio está Claude McKay, delegado de EE.UU.

Lo que no es inevitable es el resultado. Es ahí donde es tan decisiva la claridad política, la organización, las experiencias anteriores, la disciplina y, ante todo, la calidad y experiencia de la dirección proletaria.

Nuestra confianza proviene de las batallas de clase en las que nosotros mismos hemos participado, como también de lo que aprendimos directamente de los trabajadores, templados en la lucha, quienes nos reclutaron al movimiento comunista. Les daré solo tres ejemplos.

Los que reclutaron a mi generación figuraron entre los fundadores del primer Partido Comunista en Estados Unidos en 1919. Fueron delegados a los congresos de fundación de la Internacional Comunista. Fueron dirigentes de las grandes batallas obreras de los años 30, batallas que en pocos años dejaron atrás los sindicatos empresariales, divididos por gremios, de la Federación Americana del Trabajo, y forjaron un poderoso movimiento social que organizó sindicatos a nivel industrial en casi todas las industrias básicas.

En su punto álgido a finales de los años 40, un 35 por ciento de la clase obrera en el sector privado estaba sindicalizada, habiendo aumentado de un 7 por ciento en 1930. Las lecciones que aprendimos de la rapidez y fuerza de esa transformación, las batallas campales no solo con la policía y los matones de los patrones sino con bandas fascistas y tropas de la Guardia Nacional enviadas a romper huelgas, fueron todas parte de nuestra formación básica.

La historia del ascenso del CIO, del Congreso de Organizaciones Industriales, se narra con riqueza de detalles en uno de los libros que encontrarán al fondo de la sala en la mesa de Pathfinder, Labor’s Giant Step (El paso de gigante del movimiento obrero), de Art Preis, uno de los principales reporteros sindicales del Militante por muchos años.

Pero lo que hoy quiero destacar es la lucha más trascendental y políticamente importante de las batallas obreras de los años 30: la campaña de sindicalización de los Teamsters, el sindicato de los choferes de camión. Fue una campaña que empezó en 1934 en la ciudad de Minneapolis, en la región centro-norte del país, y que en su punto álgido en 1938–39 se extendió a una región casi del tamaño del subcontinente indio. ¡Sí, del subcontinente indio!

La rica historia y las lecciones de esta campaña están documentadas en cuatro tomos extraordinarios: Rebelión TeamsterPoder Teamster, Política Teamster y Burocracia Teamster. Hoy nos da mucho placer que, aquí en este encuentro, los cuatro tomos estén disponibles en español por primera vez.

Farrell Dobbs, autor de la serie de los Teamsters, estaba paleando carbón en un depósito en Minneapolis, a la edad de 27 años, cuando surgió como dirigente de las huelgas de 1934 que convirtieron esa ciudad en un bastión sindical. Fue el principal organizador de la campaña que sindicalizó a decenas de miles de camioneros de larga distancia: desde Tennessee hasta Dakota del Norte, Texas y Michigan. En 1940 renunció de su cargo de organizador general de los Teamsters a nivel nacional para ser secretario nacional responsable del trabajo sindical del Partido Socialista de los Trabajadores. Durante la Segunda Guerra Mundial fue encarcelado junto a otros 17 dirigentes del Local 544-CIO de los Teamsters y del Partido Socialista de los Trabajadores por organizar la oposición obrera a los objetivos bélicos imperialistas del gobierno norteamericano. Más tarde fue secretario nacional del PST durante 20 años y candidato presidencial del partido en cuatro ocasiones.

Más que cualquier otra experiencia sindical, la campaña de sindicalización de los Teamsters nos enseñó lo que la clase trabajadora norteamericana es capaz de hacer cuando se despierta al calor de la lucha. Nos enseñó lo rápido que la clase obrera puede aprender lo que significa la independencia política de clase, el internacionalismo proletario y comenzar a transformar el movimiento sindical en instrumento de lucha revolucionaria para toda la clase y sus aliados.

Como parte de esas experiencias, organizaron como aliados a los desempleados, los agricultores y los camioneros independientes. Crearon y entrenaron una Guardia de Defensa Sindical disciplinada que frenó en seco una campaña fascista de reclutamiento promovida por los patrones. Ampliaron la visión internacional de los militantes sindicales, quienes siguieron los acontecimientos en Alemania, China y España y se enfrentaron a pandillas de matones antijudíos. Había una creciente conciencia de que los trabajadores necesitaban entrar al escenario político como fuerza de clase independiente, con su propio partido.

Esos avances rápidos llegaron a su fin en 1939–40 ante las intensificadas presiones de la campaña bélica imperialista sobre el movimiento sindical. Pero como escribe Dobbs en su epílogo de Burocracia Teamster:

La lección principal que los militantes sindicales pueden aprender de las experiencias de Minneapolis no es que, con una correlación de fuerzas adversa, los trabajadores pueden ser vencidos, sino más bien que, con la debida dirección, ellos pueden vencer.

Esa es una de las mismas lecciones que nos enseñaron los cuadros políticos que, bajo el liderazgo de Fidel, dirigieron la Revolución Cubana a la victoria.

Batalla para derrocar a ‘Jim Crow’

Ninguno de los integrantes de este panel vivió las grandes batallas obreras de los años 30. Pero varios de nosotros sí formamos parte de las generaciones que se vieron transformadas por nuestras experiencias en otra lucha proletaria profundamente revolucionaria: el movimiento de masas de los años 50 y 60 que derrocó al sistema de segregación racial institucionalizada en el sur de Estados Unidos, conocido como el sistemaJim Crow. Esa exitosa batalla cambió para siempre las relaciones sociales, tanto en el Norte como en el Sur, incluyendo en el seno de la clase trabajadora y los sindicatos.

Montgomery Bus Boycott

Y ese es mi segundo ejemplo.

Las raíces de esa lucha se encuentran en el siglo de resistencia a la violencia y el terror contrarrevolucionario contra los africano-americanos que reinó en el Sur tras la abolición de la esclavitud en la Guerra Civil norteamericana, la Segunda Revolución Norteamericana. La clase trabajadora estadounidense sufrió la mayor derrota de su historia cuando las fuerzas ascendentes del capital financiero traicionaron la Reconstrucción Radical, surgida tras la Guerra Civil. Los gobiernos populares en los estados de la antigua esclavocracia —algunos de ellos con liderazgo negro— fueron derrocados sangrientamente.

Sin embargo, las condiciones objetivas para que estallara una nueva ola de esa lucha en los años 50 fueron producto ante todo de:

Las batallas obreras de masas de los años 30, que lucharon por la integración racial de la fuerza laboral en las industrias automotriz, del acero, del transporte por camión y muchas otras.

Las convulsiones sociales de la Segunda Guerra Mundial. Esto incluyó el éxodo del campo y la incorporación acelerada de millones de trabajadores africano-americanos, tanto hombres como mujeres, a las industrias y otros empleos urbanos, en el Norte y el Sur. Fue parte de lo que se llegó a conocer como la Gran Migración, que había comenzado durante la primera guerra mundial imperialista. Incluyó el reclutamiento de cientos de miles de soldados negros para formar parte de unidades segregadas, peligrosas, supuestamente “no destinadas al combate”, en las fuerzas armadas norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial.

La burda hipocresía y bancarrota moral de los gobernantes norteamericanos, quienes alegaban que era por la “libertad” y la “igualdad” que habían instigado y librado esa segunda matanza imperialista.

Los primeros pasos hacia la desegregación de las fuerzas armadas norteamericanas, durante los años de “paz” entre el bombardeo atómico a Japón y la invasión, división y ocupación de Corea organizada por Washington. A fines de 1951, también fueron desegregadas las unidades de combate del ejército, en momentos cuando la fuerza invasora de los gobernantes norteamericanos enfrentó la resistencia resuelta de los soldados coreanos y los efectivos chinos que los apoyaban.

Las victoriosas luchas de liberación nacional que se propagaron por el mundo colonial durante y después de la Segunda Guerra Mundial: desde China, Corea, Vietnam e Indonesia hasta India, África y el Caribe. La Revolución Cubana marcó el punto más avanzado de estas batallas.

Para mi generación, y la de varios otros compañeros aquí presentes, los años de luchas de masas que derrocaron el prototipo norteamericano del apartheid fueron una escuela de acción popular revolucionaria, nuestra escuela.

Fue entonces cuando aprendimos disciplina. Cuando aprendimos el poder que teníamos, no como individuos sino gracias a nuestros números y sobre todo a nuestra organización. Cuando aprendimos a participar, en el seno del movimiento, en debates acalorados pero corteses. Cuando aprendimos a ser políticos y no ingenuos al sumarnos a las batallas políticas que ardían en el movimiento por los derechos del pueblo negro.

Uno de los mitos sobre la batalla para derrotar el sistema Jim Crow es que fue un movimiento pacifista. Que todos los que participaban se oponían, como principio, a empuñar las armas en defensa propia contra la violencia del Ku Klux Klan, el Consejo de Ciudadanos Blancos y semejantes grupos extrajudiciales que estaban profundamente entrelazados con el Partido Demócrata y los departamentos de policía en todo el Sur y ciertas partes de los estados fronterizos.

Los hechos demuestran lo contrario. Fueron trabajadores con adiestramiento militar y experiencia de combate en Corea quienes en Louisiana formaron el grupo Diáconos por la Defensa y la Justicia, así como una rama de la organización pro derechos civiles NAACP en Monroe, Carolina del Norte, para proteger a sus comunidades y sus hijos que marchaban. Martin Luther King estuvo protegido por una seguridad muy bien organizada.

Ante todo, nos identificamos con Malcolm X y aprendimos de él, a medida que fue trazando más y más conscientemente una trayectoria revolucionaria, internacionalista y después, sí, proletaria. A medida que trazó un camino para unir fuerzas con todos, a nivel mundial, sin importar el color de la piel. Con todos los que comprendían que estamos librando una batalla mundial “entre los que quieren libertad, justicia e igualdad y los que quieren continuar los sistemas de explotación”.

Para muchos de nosotros, fue ese movimiento negro, proletario y de masas en Estados Unidos, combinado con el ejemplo de los trabajadores y campesinos de Cuba y el avance de su revolución, lo que dio a nuestra generación una confianza inquebrantable en las capacidades revolucionarias del pueblo trabajador.

Esa historia se relata en uno de los libros más importantes que trajimos: Cuba y la revolución norteamericana que viene, de Jack Barnes.

El principal obstáculo a la marcha histórica de los trabajadores y agricultores —dice Jack en esas páginas— es la tendencia, promovida y perpetuada por las clases explotadoras, del pueblo trabajador a subestimarnos, a subestimar lo que podemos lograr, a dudar de nuestra propia valía.

Los trabajadores y agricultores de Cuba nos mostraron que, con la solidaridad de clase, la conciencia política, la valentía, el trabajo concentrado y persistente de educación, y un liderazgo revolucionario de la talla del liderazgo cubano —probado y forjado al calor de la batalla a través de los años— es posible hacer frente a un poder enorme y a probabilidades aparentemente insuperables… y vencer. Y después acelerar la edificación de una sociedad verdaderamente nueva, dirigida por la única clase capaz de hacerlo.

Ese fue el fundamento de la formación política de mi generación.

Vietnam y la lucha contra la guerra

Cuando triunfó la lucha proletaria de masas contra el sistema Jim Crow, nuestra confianza en las capacidades revolucionarias de la clase trabajadora norteamericana se profundizó con el tercer ejemplo que voy a señalar. Fue la batalla para poner fin a la guerra de los gobernantes norteamericanos contra el pueblo de Vietnam. Nunca dudamos que el pueblo de Vietnam —y los que estábamos decididos a defender su lucha por la soberanía y unificación nacional— iban a vencer.

En el transcurso de esa batalla, cuando millones de personas llegaron a engrosar las movilizaciones contra la guerra, las crecientes grietas en el tejido de la sociedad norteamericana les infundieron miedo a los gobernantes de Estados Unidos.

Washington se vio sacudido por oposición masiva a guerra de Vietnam “no solo entre estudiantes y millones de trabajadores, sino entre las filas del ejército de conscriptos”, dijo Waters. Arriba, los Ocho de Fort Jackson, soldados que se defendieron de intento de someterlos a un juicio militar en 1969 por hablar en contra de la guerra. Abajo, combatientes vietnamitas de liberación nacional, abril de 1975, celebran encima de tanque capturado tras victoria contra décadas de intervención imperialista estadounidense.
Militante/Larry SeigleWashington se vio sacudido por oposición masiva a guerra de Vietnam “no solo entre estudiantes y millones de trabajadores, sino entre las filas del ejército de conscriptos”, dijo Waters. Arriba, los Ocho de Fort Jackson, soldados que se defendieron de intento de someterlos a un juicio militar en 1969 por hablar en contra de la guerra. Abajo, combatientes vietnamitas de liberación nacional, abril de 1975, celebran encima de tanque capturado tras victoria contra décadas de intervención imperialista estadounidense.

Estallaron masivas rebeliones en los guetosnegros de grandes ciudades en el Norte, culminando con las que se extendieron a casi todas las ciudades del país en 1968 tras el asesinato de Martin Luther King en Memphis, Tennessee: un asesinato a sangre fría en medio de una huelga de trabajadores sanitarios en esa ciudad, adonde King había ido para promover la solidaridad con esa lucha.

Para tratar de intimidar y acallar las protestas, los gobernantes norteamericanos movilizaron más y más a la Guardia Nacional, culminando en mayo de 1970 con la muerte a balazos de dos estudiantes en la universidad estatal en Jackson, Mississippi, y de cuatro estudiantes en la Universidad Estatal de Kent en Ohio. Esas muertes ocurrieron cuando manifestaciones de proporciones inauditas sacudieron el país en oposición a la invasión norteamericana de Camboya, sobre la frontera con Vietnam.

Y vimos cómo los gobernantes de Estados Unidos y sus sirvientes se vieron estremecidos por la manera en que se extendió la masiva oposición a la guerra, no solo entre los estudiantes y los crecientes millones de trabajadores, sino entre las filas del ejército de conscriptos, especialmente los que estaban siendo enviados a combatir en Vietnam.

Fue de esto que se trató la crisis política burguesa conocida como Watergate y la destitución del presidente Richard Nixon: eran los temblores de miedo entre la clase dominante de Estados Unidos.

* * *

Voy a finalizar con el siguiente punto.

El mundo en que vivimos hoy no se encamina a un futuro de paz y prosperidad capitalista. Para creer que sí, habría que pensar que las familias dominantes del mundo capitalista y sus brujos financieros han encontrado la forma de “manejar” el capitalismo en crisis. Que han descubierto la manera de evitar crisis financieras aplastantes y descalabros de producción, comercio y empleo.

Habría que pensar que la crisis crediticia que estalló en 2007–2008 fue una aberración y no se repetirá con consecuencias aún más devastadoras para el pueblo trabajador.

Pero es al contrario.

La crisis del capital financiero no es un ajuste cíclico a corto plazo. Las tasas de ganancia del capitalismo mundial han seguido una larga curva descendiente durante más de cuatro décadas, desde mediados de los 70. ¿Acaso alguno de nosotros cree que —bajo el dominio del capital financiero y bancario plagado por descalabros— el capitalismo mundial está comenzando un período prolongado de mayor inversión en la expansión de la capacidad industrial y de la contratación masiva de trabajadores?

Toda la evidencia apunta en dirección contraria.

Hemos comenzado lo que serán décadas de convulsiones económicas, financieras y sociales y batallas de clases. Décadas de guerras sangrientas como las de Iraq, Afganistán, Siria y otros países.

Los próximos años sí culminarán en la Tercera Guerra Mundial —inevitablemente— si la única clase capaz de hacerlo, la clase trabajadora, no toma el poder estatal. Si no arrebatamos el poder de librar guerras de manos de los gobernantes imperialistas.

Sin embargo, para nosotros, una valoración sobria y realista de lo que nos espera no es motivo de pánico, desesperación o desmoralización. Al contrario. Los años que vienen también van a llevar a una resistencia más y más organizada —a nivel mundial— de crecientes vanguardias de trabajadores que se verán empujados contra la pared por la compulsión de los capitalistas de intensificar la explotación del pueblo trabajador para revertir la caída de sus tasas de ganancia.

A través de esas batallas se desarrollará la conciencia de clase, así como la confianza y capacidad de liderazgo entre el pueblo trabajador: de manera desigual pero constante.

Y el tiempo está a favor nuestro, no de ellos.

El 13 de marzo de 1961, apenas un mes antes de la victoriosa batalla de Playa Girón, o la debacle de la Bahía de Cochinos según se conoce en Estados Unidos, Fidel Castro habló ante cientos de miles de trabajadores, campesinos y jóvenes cubanos que se aprestaban a enfrentar la invasión que todos sabíamos que venía. En respuesta a la ilusión de Washington de que la batalla inminente iba a instalar en Cuba un gobierno sometido a los gobernantes norteamericanos, Fidel dijo, ante la multitud que lo aclamaba:

Primero se verá una revolución victoriosa en los Estados Unidos que una contrarrevolución victoriosa en Cuba.

Sus palabras no eran bravuconerías vacías. Fidel no se rebajaba jamás a la demagogia. Ni tampoco estaba mirando una bola de cristal como si pudiera adivinar el futuro. Nosotros, y el pueblo revolucionario de Cuba, lo comprendimos bien. Él estaba hablando como un dirigente que ofrecía —promovía— un camino de lucha, una línea de marcha para toda la vida. Como siempre, estaba dando respuesta a la pregunta de Lenin: “¿Qué hacer?”

En Norteamérica —y también en Cuba— cada generación sucesiva de revolucionarios ha llevado esas palabras en nuestro estandarte.

Hoy día las familias gobernantes y sus sirvientes descartan las capacidades políticas y el potencial revolucionario de los trabajadores y agricultores en Estados Unidos tan rotundamente como descartaron las del pueblo trabajador cubano en Playa Girón.

Y se equivocan de igual manera.