Lucha por cuidado médico para todos y no para sacar ganancias

Por Róger Calero
24 de agosto de 2020

La prensa capitalista nos dice que la pandemia de COVID-19 es “el gran nivelador” de desigualdades, que ataca independientemente de la “riqueza, la fama o el prestigio”. Y nos dicen que “Estamos todos juntos en esto”. Pero estas son mentiras que se topan con la horrible realidad que enfrentan millones de trabajadores en Estados Unidos y en todo el mundo. El hecho es que la probabilidad de morir de COVID-19 depende en gran medida de la clase social a la que uno pertenece.

Los que pudieron recibir tratamiento desde los primeros días de la enfermedad en centros médicos privados bien equipados y con suficiente personal, con acceso a medicamentos especializados y en investigación, etcétera, les fue mucho mejor que a los que les dijeron que se quedaran en su casa hasta estar sin aliento, con los labios y las uñas azules; o aquellos que lograron conseguir una cama, pero en un hospital público con poco personal y colmado de pacientes. Y especialmente los ancianos que quedaron atrapados en hogares de ancianos, que en Estados Unidos han sido las principales incubadoras de la enfermedad y la muerte.

Estos factores son consistentes con lo que enfrentan los trabajadores con todas las enfermedades. Un ejemplo que subraya la verdad sobre la salud y el acceso a la atención médica para el pueblo trabajador bajo el capitalismo es la epidemia de diabetes y las amputaciones asociadas con esta enfermedad.

Más de 30 millones de personas en Estados Unidos tienen diabetes. Otros 84.1 millones tienen prediabetes, que si no se trata puede llevar a la diabetes, la séptima causa principal de muerte en Estados Unidos.

La enfermedad se puede controlar si uno tiene acceso a atención médica. Pero en las áreas de clase trabajadora, especialmente en los Apalaches, los estados del Sur y en los barrios urbanos de todo el país con una alta proporción de negros y latinos, la enfermedad es más prevalente y destructiva.

En Estados Unidos, cada 17 segundos alguien es diagnosticado con diabetes, y cada día 230 personas sufren una amputación relacionada con la diabetes, según el doctor Foluso A. Fakorede, un especialista cuyo trabajo ha expuesto el devastador impacto de enfermedad arterial no tratada en pacientes de clase trabajadora.

La tasa de amputaciones en el país aumentó un 50 por ciento entre 2009 y 2015, y los pacientes diabéticos son sometidos a unas 130 mil amputaciones al año. El mayor número se encuentra entre los pobres y los que tienen “seguro insuficiente”. Los africano americanos pierden extremidades tres veces más a menudo que otros.

Fakorede explica que hay procedimientos de detección relativamente simples que ayudan a determinar si se necesita cirugía antes de aplicarle el bisturí a un paciente diabético, lo que puede ayudar a salvar las extremidades. Pero el “establecimiento” médico no los promueve.

La aterosclerosis y la enfermedad arterial periférica son problemas circulatorios comunes entre pacientes con diabetes no controlada. Esto puede complicar la curación de una ampolla o lesión en el pie, y convertirlas en una infección potencialmente mortal que requiere amputación.

Haciendo una angiografía, que es un método óptico de diagnostico que muestra con precisión dónde está bloqueado el flujo sanguíneo, y luego limpiando las arterias y ensanchando los vasos sanguíneos, se podrían prevenir millones de amputaciones, dice Fakorede. Pero, como dijo la revista ProPublica en mayo, “los cirujanos generales tienen un incentivo financiero en amputar; no se les paga por operar si recomiendan salvar una extremidad”.

Un 50 por ciento de los diabéticos sometidos a una amputación mueren en un plazo de dos años después de la cirugía, dice Fakorede. Una vez que sufren la amputación, es mucho más probable que pierdan sus trabajos y una vida productiva. La depresión, y la sensación de ser una carga para la familia, suele acompañarlos.

“Es común ir a Walmart y ver a alguien con una amputación o un permacath en el cuello [un catéter permanente para facilitar la diálisis frecuente]”, dijo un amigo de Fakorede, representante de ventas de dispositivos médicos.

Es común ver a personas relativamente jóvenes sin una extremidad en sillas de ruedas en las aceras de Harlem, Queens o el Bronx, en el Delta del Misisipi o en los Apalaches.

Las altas tasas de diabetes, hipertensión, obesidad y otras de las llamadas comorbilidades de COVID-19 entre el pueblo trabajador en Estados Unidos no se deben a la falta de “conciencia” o a un “problema de educación”, como los gobernantes capitalistas y los políticos demócratas y republicanos dicen, culpándonos por enfermarnos y por morir. Son las consecuencias sociales de las relaciones económicas bajo el capitalismo que determinan el acceso a la atención médica, la nutrición adecuada y otras necesidades.

Uno de cada 10 estadounidenses no tiene acceso a una tienda de comestibles que venda alimentos frescos, y mucho menos a precios asequibles. En 2015, 23.5 millones vivían en los llamados “desiertos alimentarios”, áreas donde la mayoría de los residentes no vive cerca de un supermercado.

En conclusión, el capitalismo es malo para la salud.

Cuando la medicina no es por lucro

En Cuba una revolución popular en 1959 erradicó las relaciones sociales capitalistas cuando los trabajadores y agricultores tomaron el poder político y formaron su propio gobierno. Comenzaron a reconstruir su sistema de salud después de que miles de médicos cuya motivación principal eran la ganancias que sacaban de su práctica huyeron a Estados Unidos.

Priorizaron la educación y capacitación de un gran número de médicos y otros trabajadores de la salud, que operaban en instalaciones ubicadas en los barrios obreros donde vivían. Brindaron atención médica, especialmente preventiva, sin costo para todos.

En Cuba, los avances médicos y científicos sirven las necesidades del pueblo trabajador y el número de amputaciones por complicaciones de la diabetes está disminuyendo.

Desde 2007, se ha venido utilizando Heberprot-P en centros de salud y hospitales por toda la isla con excelentes resultados. Este medicamento es un nuevo tipo de terapia para las úlceras de pie. Los pacientes con diabetes tratados con Heberprot-P tienen una tasa de amputación cuatro veces menor que los que no lo reciben. Se han evitado más de 17 mil amputaciones, informó el periódico cubano Adelante el año pasado.

Para 2019, más de 300 mil pacientes en 26 países habían recibido Heberprot-P. Decenas de miles de médicos y enfermeros voluntarios cubanos brindan servicios médicos en muchas de las regiones más remotas en el mundo y también ponen a disposición vacunas y medicamentos desarrollados en Cuba, como Heberprot-P. Y como el interferon Alfa-2B, están siendo utilizados para combatir los efectos de COVID-19.

Todo esto es solamente posible porque las relaciones capitalistas fueron derrocadas en Cuba.