Los liberales están elogiando a la policía política de Washington después que el ex jefe del FBI Robert Mueller presentara cargos contra 13 rusos y tres organizaciones rusas por conspirar para “defraudar a Estados Unidos” al inmiscuirse en la política de este país.
Las acusaciones del 16 de febrero alegan que los rusos usaron el internet a partir de 2014 para crear personas con identidad norteamericana, promover una serie de criterios políticos para confundir a la gente y montar mítines vinculados a la campaña electoral de 2016.
No alegan que la campaña de Donald Trump estuvo involucrada de alguna manera y dicen que no hay evidencia de que esta operación haya afectado el resultado de las elecciones. Los acusados trabajaron para una empresa vinculada al Kremlin, según Mueller.
“Nuestros FBI, CIA, NSA [Agencia de Seguridad Nacional], trabajando con el asesor especial [Mueller], nos han llenado de orgullo”, dijo el columnista Thomas Friedman en el Times del 18 de febrero. Pero no hay ningún “nosotros”.
La tarea encomendada al FBI por los gobernantes capitalistas es espiar, obstaculizar e incriminar a militantes obreros, a luchadores por los derechos de los negros y por la independencia de Puerto Rico, y a oponentes de las guerras de Washington. Los ejemplos incluyen desde el caso amañado contra los dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores y del sindicato Teamsters en Minneapolis con cargos falsos por expresar oposición a la campaña de los capitalistas para intervenir en la segunda guerra mundial imperialista a los ataques de Cointelpro contra el partido y otros grupos políticos.
Como en todo gran jurado o fiscal especial amañados, la indagación de Mueller contra la presidencia de Trump comienza con un objetivo y después buscan las evidencias. Los cargos de que conspiraron para “defraudar a Estados Unidos” es tan impreciso que podría usarse contra casi cualquier persona para cualquier cosa. Tales leyes se escriben de esta manera para facilitar acciones contra luchadores obreros.
Los liberales y la izquierda pequeñoburguesa están resueltos a convertir en crimen sus diferencias políticas con Trump para destituirlo de su cargo. El representante demócrata Jerry Nadler de Nueva York le dijo a MSNBC que pensaba que la injerencia de Moscú en las elecciones era equivalente al ataque japonés contra Pearl Harbor, el pretexto que uso Washington para entrar en la Segunda Guerra Mundial, algo que el gobierno de Estados Unidos venía preparando durante años.
Detrás del rechazo de los liberales de la elección de Trump está su desprecio hacia los trabajadores que lo eligieron. En una columna del 20 de febrero titulada “La locura de las multitudes norteamericanas”, el columnista del New York Times Roger Cohen afirmó que los trabajadores son “estúpidos” y fueron “fácilmente manipulados” para elegir a Trump.
En realidad, millones de trabajadores, incluidos muchos que votaron por Barack Obama en las elecciones anteriores, estaban enfadados de la crisis política y moral del capitalismo y buscaban un cambio. Pero Trump, al igual que sus predecesores de ambos partidos, defiende los intereses de los capitalistas.
Los militantes del PST encuentran gran interés en los barrios obreros en discutir las guerras y las crisis sociales y lo que estas reflejan sobre los valores del sistema capitalista. Muchos trabajadores quieren discutir sobre cómo podemos organizarnos independientemente de los patrones y, a través de la lucha revolucionaria, desarrollar las capacidades para reemplazar el dominio capitalista con el poder obrero. Tienen interés en aprender de la Revolución Cubana y de la lucha contra la segregación Jim Crow en Estados Unidos.
Tales capacidades son completamente descartadas por aquellos, como Cohen, que piensan que los trabajadores necesitan “ser instruidos” por meritócratas sobre lo que deben hacer.
Pero la magnitud de la supuesta intromisión de Moscú en las elecciones de 2016 es insignificante en comparación con las realizadas por los gobernantes norteamericanos en otros países. Han utilizado sus agencias de espionaje no solo para “afectar” los resultados de elecciones, sino también para derrocar brutalmente a gobiernos.
Esto incluye el golpe de estado organizado por la CIA que derrocó al gobierno iraní del primer ministro Mohammad Mossadegh y lo reemplazó con el Sha en 1953, estableciendo un pilar clave para el dominio estadounidense en el Medio Oriente. Cuando no pudieron evitar la elección de Salvador Allende como presidente de Chile, los gobernantes norteamericanos respaldaron su derrocamiento a través del golpe de estado ejecutado por Augusto Pinochet en 1973. Y la lista sigue.