La invasión de Ucrania por Moscú y las sanciones impuestas contra Rusia por Washington y sus rivales imperialistas están provocando una caída vertiginosa del suministro de petróleo y gas. Los precios en las gasolineras y el costo de la calefacción se han disparado, profundizando la crisis que enfrenta el pueblo trabajador.
El impacto de la guerra en Ucrania en las perspectivas, los planes militares y las relaciones internacionales de todas las principales potencias capitalistas, ha hecho que Washington tome una nueva mirada a sus alianzas y mercados, incluso respecto a los suministros de petróleo.
A pesar de las sofocantes restricciones que Washington ha impuesto durante años a la venta de petróleo venezolano, el 8 de marzo el presidente Joseph Biden envió representantes a Venezuela para discutir cómo hacer posible que el gobierno de Nicolás Maduro vuelva a vender petróleo en el mercado mundial, y a las compañías de gas de Estados Unidos. También están pidiéndole al régimen de Arabia Saudita para que aumente la producción de petróleo.
Washington está intensificando sus esfuerzos para lograr un nuevo acuerdo nuclear con Teherán que podría abrir la puerta a nuevas relaciones, y también al petróleo.
“Caracas, Riyadh y Teherán habrían sido fuentes improbables de alivio para una alianza occidental liderada por Biden antes del inicio de la guerra en Ucrania”, dijo CNN. Pero tras la orden de Biden de prohibir las importaciones de petróleo, gas y energía rusos, y la presión para que los aliados de Washington en Europa hagan lo mismo, de repente todas las opciones son aceptables. No hay garantías de que estas maniobras de Washington tengan éxito.
Moscú ha tomado medidas para poner obstáculos en el camino de Washington. Intervino en las últimas conversaciones sobre la resurrección del acuerdo nuclear entre Washington y Teherán de 2015. Moscú exigió que su comercio con Irán esté exento de las severas sanciones que la administración Biden impuso a Rusia tras su invasión a Ucrania. Washington se negó. En una crítica inusual al gobierno de Vladímir Putin, representantes iraníes dijeron: “Rusia quiere asegurar sus intereses en otros lugares”, es decir, Ucrania. “Esta medida no es constructiva para las conversaciones nucleares en Viena”.
Moscú tiene dos objetivos aquí. Evitar que Washington abra nuevas relaciones y comercio con Teherán a costa suya. Y mantener altos los precios mundiales del petróleo. Esto ejerce presión sobre las sanciones petroleras de Washington y, al mismo tiempo, genera ingresos para los gobernantes de Rusia.
La única potencia mundial que está celebrando en silencio la jarra de agua fría que Moscú arrojó sobre las conversaciones con Teherán es Tel Aviv, que, con razón, ve un nuevo acuerdo nuclear como una luz verde para que los gobernantes clericales reaccionarios de Irán construyan armas nucleares capaces de alcanzar a Israel.
De hecho, con o sin acuerdo, Teherán está más cerca que nunca de poder amenazar a Israel con armas nucleares.
Debido a las acciones de Moscú, las conversaciones, en las que participaron los gobiernos de China, Francia, Alemania, Irán, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos, están paralizadas.
Moscú fue un actor clave en el acuerdo de 2015 y en las negociaciones actuales porque ha tomado la responsabilidad de almacenar el “exceso” de uranio enriquecido de Teherán y proporcionar combustible de grado menor para sus reactores nucleares. El gobierno ruso también ha ayudado a Teherán a eludir las sanciones promovidas por Washington.
Teherán expande su dominio
Los trabajadores y agricultores en Irán han cargado con la peor parte de las sanciones de Washington y el costo humano de las interminables aventuras militares del régimen iraní en el Medio Oriente.
El gobierno burgués-clerical surgió de una contrarrevolución contra la Revolución Iraní que en 1979 derrocó al sha, quien contaba con el respaldo de Washington. Esa revolución dio paso a la profundización de las luchas de los trabajadores, agricultores, mujeres y nacionalidades oprimidas, incluidos los kurdos. Se crearon shoras (consejos de trabajadores en fábricas, campos petroleros y en los barrios) que iban hacia el poder obrero.
La contrarrevolución atacó y sofocó estos poderosos avances. A medida que este régimen consolidó su dominio, expandió su alcance aún más en la región. En la década de 1980 derrotó una guerra por el régimen de Saddam Hussein en Iraq que Washington respaldó. Desde entonces, los gobernantes iraníes han intervenido en guerras sangrientas en la región. Ha respaldado y entrenado a las fuerzas armadas de Hamás en Gaza, Hezbolá en el Líbano y milicias en Siria, Iraq y Yemen, estableciendo algunas bases militares y extendiendo su influencia por toda la región.
Aunque Teherán a menudo afirma que su programa nuclear tiene fines “pacíficos”, el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, dejó claro que es una parte necesaria de los objetivos expansionistas del gobierno.
“La presencia regional nos da profundidad estratégica y más poder”, dijo Khamenei en un discurso ante la Asamblea de Expertos el 10 de marzo. “¿Por qué deberíamos abandonarla? El progreso científico en el campo nuclear está relacionado con nuestras necesidades futuras”.
En todos estos esfuerzos ellos avanzan su línea contrarrevolucionaria. Han amenazado constantemente con destruir a Israel, un refugio y patria para los judíos.
Los gobernantes capitalistas de Israel toman en serio la expansión de Irán y las amenazas nucleares. Desde julio de 2020, la agencia de espionaje israelí Mossad “según informes, ha estallado la totalidad o parte de tres o más instalaciones nucleares iraníes y ha asesinado al principal científico nuclear Mohsen Fakhrizadeh”, señaló el Jerusalem Post el 10 de marzo. “Sin embargo, los ayatolas todavía encontraron formas de obtener suficiente uranio enriquecido”, se quejó el periódico.
Todo esto complica el espacio de maniobra de Washington a medida que se desarrolla la guerra de Ucrania en Moscú.