Moscú, con un ejército más grande y mejor armado, sigue sin lograr avances sustanciales contra los trabajadores y soldados ucranianos decididos y motivados a defender la independencia de su país.
El presidente ruso, Vladímir Putin, ha recurrido a una prolongada guerra de desgaste en su campaña para reafirmar el dominio de Moscú sobre esta antigua parte del imperio ruso zarista. Los trabajadores rusos en uniforme, reclutados como carne de cañón están pagando por la nueva estrategia de Putin, especialmente en el asedio de Moscú contra Bakhmut y la cercana Soledar en la región de Donetsk en Ucrania.
Las sucesivas oleadas de nuevos reclutas rusos y ex prisioneros han dejado un número creciente de bajas, con los cuerpos de los soldados muertos dejados en el suelo.
Putin continúa bombardeando áreas civiles en ciudades ucranianas. Un ataque con misiles rusos, el ataque individual más mortífero contra un objetivo civil en meses, mató al menos a 44 personas e hirió a decenas en un edificio de apartamentos en Dnipro el 15 de enero.
Más de 550 voluntarios se sumaron a la operación de rescate de varios días para encontrar los sobrevivientes, a veces removiendo escombros con sus manos. Los equipos de emergencia trabajaron durante la fría noche y todo el día en el edificio, donde residían unas 1,700 personas. Se instalaron tiendas de campaña y los residentes de la ciudad donaron alimentos y abrigos para quienes habían perdido sus hogares. Decenas de personas fueron rescatadas pero muchas no han sido encontradas.
Siguen surgiendo los relatos sobre el papel vital que jugaron los trabajadores para detener el primer ataque relámpago de Moscú para tomar Kyiv, la capital. A los soldados rusos les habían dicho que iban a ser recibidos como salvadores, pero en cambio encontraron una feroz resistencia.
En el noreste de Ucrania, a 20 millas de la frontera con Rusia, la ciudad de Sumy fue defendida por voluntarios. Durante semanas lograron interrumpir las líneas de suministro para los invasores, impidiéndoles llegar a Kyiv.
Serhiy e Ihor, ambos de 29 años, eran trabajadores del ayuntamiento que le dijeron a The Guardian que inmediatamente tomaron armas para resistir a los invasores. De los 400 habitantes de Sumy que se organizaron para luchar el primer día, sólo unos 20 tenían entrenamiento militar previo. Pronto miles de trabajadores se unieron a la batalla.
La gente obtuvo “armas de un almacén del ejército” y grupos organizados, dijo Ihor, armados con rifles y bombas caseras, usaron sus autos para preparar emboscadas.
“Todos empezaron a trabajar por la victoria”, dijo Serhiy, describiendo cómo sus “amigas de la universidad nos traían cajas de cócteles molotov”. Incluso las abuelas enviaron mensajes de texto o llamaron para informarles de cualquier incursión rusa.
Crece ira en Rusia por las pérdidas
La ira está hirviendo entre las familias rusas en la región del Volga de Samara que ahora tienen que enterrar a sus hijos perecidos en uno de los incidentes más mortíferos de la guerra de Ucrania. Decenas, si no cientos, de soldados rusos (el Kremlin admite 89 muertes), en su mayoría hombres reclutados en Samara, perecieron cuando cohetes ucranianos impactaron el día de Año Nuevo en un cuartel en la ciudad ucraniana de Makiivka, ocupada por Moscú.
Entre los muertos estaba Andrei Yumadilov, padre de dos hijos y soldador en campos de petróleo y gas. Era un feligrés que estaba en contra de la guerra, le dijo un amigo al Wall Street Journal. Los dos hablaron por última vez dos semanas antes del ataque, cuando Yumadilov describió sombríamente la vida en el frente. “Muchas personas no entienden por qué todos estos hombres están siendo enviados a morir”, dijo el amigo. “Porque en realidad, nadie nos atacó, no importa lo que intenten decirnos”.
“No tenemos moral, solo miedo y estrés constante”, dijo un electricista reclutado de 27 años al medio de comunicación independiente ruso Verstka. “Esta no es nuestra guerra. Solo estamos tratando de sobrevivir. Muchos de los muchachos no quieren estar aquí en lo absoluto”.
La aldea rusa de Mirny, de 7 mil habitantes, ha tenido cinco funerales producto del ataque a Makiivka. “¿Cuando terminará?” dijo Natalia Kostyukhina, una residente del área, en la red social Vkontakte el 9 de enero, y le dijo al gobierno: “Dejen de enviar a nuestros hombres al moledor de carne”.