Iraida Aguirrechu fue una de los centenares de miles de cubanas y cubanos cuya trayectoria de vida fue definida —y hecha posible— por la revolución socialista cubana. Una revolución que por más de seis décadas ha desafiado los intentos de destruirla por parte de la potencia imperialista más fuerte de la historia.
Falleció en La Habana el 27 de diciembre de 2022 a los 87 años, tras unos años de deterioro de su salud, acelerado por el aislamiento social de la pandemia de la COVID. Sus cenizas fueron depositadas en el espacio de honor del histórico Cementerio Colón en La Habana, reservado para hombres y mujeres que se han ganado ese reconocimiento por su vida de actividad revolucionaria. (Ver mi mensaje en esta página.)
Iraida no fue de los dirigentes de la Revolución Cubana cuyos nombres son conocidos en todo el mundo. Pero sin mujeres y hombres como ella, esa revolución no habría triunfado y nunca habría perdurado.
Ella nació en 1936 en el seno de una familia terrateniente acomodada, en lo que ahora es la provincia cubana de Artemisa. Sus padres eran inmigrantes vascos, y ella a menudo comentaba que había sido criada con “recia disciplina”, así como los beneficios de una buena formación. Obtuvo una licenciatura en magisterio y un doctorado en pedagogía, filosofía y matemáticas.
Mientras era estudiante y luego maestra voluntaria, se incorporó a la lucha revolucionaria clandestina en La Habana, participando en la entrega de alimentos y medicamentos al Ejército Rebelde en la sierra. En una ocasión fue detenida por la policía, delatada por un soplón.
Después de que la dictadura de Batista fue derrocada el 1 de enero de 1959, Iraida entregó con orgullo las tierras heredadas de su padre al Instituto Nacional de Reforma Agraria.
Se alistó en las recién formadas milicias revolucionarias y luego integró las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Cumplió diversas responsabilidades educativas y administrativas bajo el mando de Camilo Cienfuegos, Armando Hart, José Ramón Fernández y otros dirigentes centrales de la revolución. Al momento de dejar su cargo en las FAR en 1973 para incorporarse a una misión internacionalista, tenía el rango de primer teniente.
Poco después del triunfo de la guerra revolucionaria, Iraida se casó con Hermes Caballero Carreras, un cuadro del Movimiento 26 de Julio en la lucha clandestina en Santiago de Cuba. La clandestinidad en Santiago estaba dirigida por Frank País y, tras su asesinato por la dictadura, por Vilma Espín. Hermes era veterano del levantamiento del 30 de noviembre de 1956 en Santiago, que se había planificado para coincidir con el desembarco del Granma, el barco que llevó a 83 combatientes del Ejército Rebelde, entre ellos Fidel Castro y Che Guevara, para iniciar la lucha armada en la Sierra Maestra, en el oriente de Cuba.
Hermes e Iraida criaron a tres hijos, al tiempo que cumplieron dos misiones internacionalistas. La primera, a partir de 1973, fue como parte de la misión diplomática cubana en Guinea Ecuatorial. La segunda, de 1976 a 1979, fue en México, donde Iraida se desempeñó como cónsul general de la embajada de Cuba.
Desde mediados de los años 80 hasta bien entrada en su octava década, Iraida fue la editora principal de Editora Política, organismo del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Era responsable de la edición y publicación de discursos y escritos de Fidel y Che, así como también de los textos y documentos de los congresos del partido, de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y otros.
Por si eso fuera poco, también ofreció su tiempo y sus habilidades editoriales a la Editorial Capitán San Luis, la casa editora del Ministerio del Interior.
Fue durante sus años en la Editora Política que dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores llegaron a conocer y trabajar con Iraida, comenzando con la publicación en 1994 del diario de Che Guevara en Bolivia (Bolivian Diary en inglés). Para entonces, el libro en inglés estaba agotado desde hacía mucho tiempo. En el transcurso de esa labor editorial, para aclarar detalles y ambigüedades en el relato de Che, Iraida nos presentó al general de brigada cubano Harry Villegas (Pombo). Tras la caída en combate de Che en octubre de 1967, Pombo fue quien encabezó el pequeño grupo de combatientes cubanos y bolivianos que eludieron el cerco organizado conjuntamente por el ejército boliviano y la inteligencia norteamericana, y que finalmente regresaron a Cuba unos cinco meses después.
Ese fue el comienzo de varias décadas de fructífero trabajo por parte de Pathfinder en colaboración con la Editora Política, la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana y numerosos dirigentes cubanos conocidos allá como los “históricos”. Ellos también se convirtieron en nuestros compañeros. Aprendimos de sus innumerables conocimientos sobre el pasado y el presente de la Revolución Cubana, mientras nos relajábamos de vez en cuando por una o dos horas en el patio de Pombo o de Iraida con una bandeja de mangos y una botella de ron.
Iraida fue prodigiosamente productiva. Durante 17 años consecutivos fue incluida en la lista de los trabajadores reconocidos como Vanguardia Nacional. Nunca estaba satisfecha si no tenía trabajo que hacer. Editaba hasta las altas horas de la noche y después se levantaba antes de las 5 de la madrugada para cumplir con algún plazo editorial apremiante. Esa era su norma. Le daba mucha satisfacción capacitar a nuevos editores jóvenes, sobre todo a mujeres jóvenes. Sin embargo, nunca fue la persona más fácil con quien trabajar, ya que exigía de los demás las mismas estrictas normas que ella se exigía a sí misma. Con las personas que ella respetaba era generosa y amable.
Los libros que nosotros producimos fueron también sus libros. Sin Iraida, nada de esto hubiera sido posible.