A pesar del intensificado acoso por el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y los matones de Basij, miles de manifestantes protestaron en la región iraní de Baluchistán el 27 de enero para exigir el fin de la represión.
Las protestas por “Mujeres, Vida, Libertad” a nivel nacional que comenzaron el 16 de septiembre han disminuido desde noviembre. Empezaron tras la muerte de Zhina Amini después de su arresto por la policía “de la moralidad” por violar el código de vestimenta.
Miles de manifestantes fueron detenidos y más de 500 fueron muertos por las fuerzas represivas del régimen. Todavía siguen ocurriendo acciones más pequeñas, especialmente en las ceremonias musulmanas tradicionales 40 días después de la muerte de un ser querido. Las protestas aumentaron la confianza de los trabajadores que están luchando por mejores salarios y condiciones, y la de las nacionalidades oprimidas.
Protestas sustanciales continúan ocurriendo semanalmente en Baluchistán, una de las regiones rurales más pobres de Irán.
Las nacionalidades oprimidas, entre ellas los baluchis, kurdos, azerbaiyanos, turcomanos, árabes y lures, constituyen alrededor del 40% de la población de Irán. Sus luchas contra la discriminación en el empleo y la educación y por derechos lingüísticos fortalecen la lucha de todos los trabajadores.
El temor del régimen clerical de base chiíta a estas luchas está detrás de los arrestos de clérigos de la mayoría suní de los baluchis, kurdos y turcomanos. Muchos clérigos sunitas han expresado su apoyo a las protestas.
El prominente clérigo sunita Maulana Abdul-Hamid, con sede en Zahedan, usa sus sermones semanales de los viernes para denunciar la represión del régimen y llama a la unidad de todas las nacionalidades y religiones.
En Zahedan, capital de la provincia de Sistán-Baluchistán, una pancarta prominente en la marcha del 27 de enero decía: “Ni monarquía ni líder supremo. Queremos igualdad, democracia”. A pesar del arresto de algunos manifestantes, la marcha prosiguió. La pancarta responde a las afirmaciones del régimen de Teherán de que los manifestantes quieren volver a los días del sha, quien contaba con el respaldo de Washington, y que fue derrocado en la revolución de 1979, y a los pro-monarquía de hoy que pretenden embellecer su brutal dominio.
Los líderes de la República Islámica se presentan como defensores de esa revolución. Pero, de hecho, tan pronto como el sha fue derrocado, los partidarios del ayatolá Ruhollah Khomeini comenzaron a tratar de revertir los logros de los trabajadores durante esa gigantesca lucha.
Miles de matones armados con garrotes atacaron a las organizaciones obreras y las de los rivales burgueses de los islamistas, disolviendo las asambleas.
En 1982-83, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y los matones paramilitares de Basij se convirtieron en armas clave en la consolidación de esa contrarrevolución.
Hoy, la Guardia Revolucionaria juega un papel central en el esfuerzo del régimen para extender su influencia contrarrevolucionaria a Iraq, Líbano, Siria y Yemen.
En sus comentarios el 27 de enero, el clérigo sunita Abdul-Hamid señaló que los iraníes no solo quieren la libertad de los presos políticos, la igualdad de derechos para las mujeres y el fin de la discriminación contra las minorías oprimidas, sino que también “quieren que Irán sea un país pacífico.”
Dijo que “el gobierno de Israel y el pueblo palestino deben hacer las paces”, y agregó que tanto Israel como Palestina deberían tener su propio gobierno.
Esto contrasta marcadamente con los llamamientos de los líderes centrales de la República Islámica por la destrucción de Israel. La prensa afín al régimen, publicó artículos que elogiaban la masacre de siete judíos el 27 de enero frente a una sinagoga en Jerusalén perpetrada por un palestino armado.
El líder sunita también abogó por la formación de un “gobierno inclusivo” en Yemen para poner fin a una guerra que ha causado la muerte de más de 150 mil personas y una hambruna generalizada. Los gobernantes iraníes están interviniendo en Yemen proporcionando armas a las milicias hutíes que combaten contra las fuerzas respaldadas por la monarquía saudí, que intenta imponer un gobierno favorable a sus propios intereses.
Las consecuencias mortíferas de las incursiones militares del régimen se sienten especialmente en la región de Baluchistán, que alberga a muchos refugiados de la guerra en Afganistán. Teherán ha “reclutado” a miles de refugiados afganos para que se unan a las milicias bajo su control en Siria e Iraq para extender su influencia.
Cuatro manifestantes han sido ejecutados desde diciembre. Abdul-Hamid condena el uso de la pena de muerte en Irán y “en cualquier parte del mundo”.
Las ejecuciones aumentaron tras la elección de Ebrahim Raisi como presidente en 2021. Ese año fueron ejecutados al menos 314 presos, en su inmensa mayoría trabajadores. Más del 20% eran baluchi, a pesar de que ellos representan alrededor del 5% de la población, y más del 18% eran kurdos, que representan alrededor del 10%.